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La Historia Paranoica

CAPÍTULO 15: EL LABERINTO DEL DEMIURGO

CAPÍTULO XV.

 

 

Eric abrió un ojo. El otro lo dejó cerrado por si las moscas, bueno, por si las arañas. Estaba inmovil. El dolor era hasta tal punto intenso que Eric no sentía nada. Quiso ponerse en pie, pero andar con su pezuña no le era del todo familiar y en la otra pierna tenía clavada una rama. Comprobó el estado de su rodilla. El diagnóstico fue algo acelerado pero muy concreto: eso no era una rodilla. Por si fuera poco su pierna se doblaba en todas las direcciones. Aquello parecía un quirófano a cuerpo abierto (o un funeral de cuerpo presente). Tiró con todas sus fuerzas de la rama. Esta se desprendió de la... masa de carne, pero los ligamentos, tendones, rótula, menisco, gemelos y tendón de aquiles quedaron enganchados. Eric intentó regenerarlos pero al ver que pasaba una bandada de murciélagos prefirió dejarlo para más tarde, por si acaso le salía una garra o algo así. Metió la mano por la rodilla y extrajo el poco resto de huesos que quedaba en su pierna. Después busco el tabique nasal de Ulmo y el de su contrincante, y los introdujo en el agujero. Ahora por lo menos su pierna se doblaba sólo hacia derecha e izquierda.

 

Entonces decidió continuar su camino. No podía andar, pero tenía que salir del laberinto y llegar al castillo que estaba ya tan cerca, así que se arrastró con ayuda de sus brazos. No le sirvió de mucho, porque enseguida se le desprendieron (tanto el de Algo como el suyo, ya que lo utilizó para reponer fuerzas). No le qudaba otro remedio: tenía que seguir con los párpados.

 

Al día siguiente Eric se cansó de arrastrarse. Miró hacia atrás y vio el cadáver de Ulmo que estaba a quince metros. Pensó que eso no era plan: "Ahora o nunca. Tengo los ojos llenos de heridas, no tengo brazos y tengo las piernas mutiladas. Tengo que regenerar al menos los brazos". Comenzó a concentrarse: "Brazos, brazos, brazos, brazos, brazos.... ¡¡Aaaaah!!" Eric miró el resultado. Tenía brazos, sí, pero por no especificar le salió el brazo derecho en el muñón izquierdo y viceversa. "Jolín, Astarté me va a ver un tanto cambiado". Alcanzó a coger un par de palos y entre ellos y su pezuña consiguieron hacerle avanzar.

 

Eric atravesó ríos, puentes, orcos, rocas, desfiladeros, gargantas... Había rodeado el castillo treinta y siete veces, pero no conseguía salir del laberinto. Justo cuando se estaba planteando construirse una casita y disfrutar unos días de la naturaleza, una voz siniestra le habló desde una sombra.

 

- ¿Qué pasa? ¿No encuentras la salida?

 

- Parece obvio, ¿no? ¿Quién eres?

 

- Bah, una sombra.

 

- ¿Una sombra? Qué raro, ¿no?

 

- Pues si te vieras tío... Bueno, bueno, a lo que iba: yo conozco la salida.

 

- ¿Conoces la salida, sombra? Dímela.

 

- Bueno, bueno, tanto como la salida no, pero puedo ayudarte.

 

- ¡Oh, eso sería estupendo!

 

- Pero antes... tienes que jurarme que me harás un favor. Verás: soy un alma errante. Estoy separada de un cuerpo, que está tirado por ahí. Tú tendrás que devolverme a mi cuerpo, sólo eso. Yo te diré cómo.

 

- Vale, pero cuando me enseñes el camino.

 

- Sígueme- dijo por fin la sombra.

 

Entraron en un agujero detrás de unos matojos y llegaron a una lóbrega sala. Allí había un cuerpo tirado.

 

- ¿Esta es la salida?- preguntó Eric impaciente.

 

- No. Mira, hay mil doscientos treinta y cuatro túneles posibles. Tendrás que acertar el correcto. Sólo hay una salida válida. Venga, devuelveme a mi cuerpo. Yo no puedo decirte cual es. Si lo hiciera moriría...

 

- No, no. Yo creía que me ibas a decir como salir y me lo has puesto muy difícil. Además, ¿qué pasa si no acierto?

 

- Ya verás que risa. Morirías. Pero eso da igual. Tú solo no habrías encontrado nada. Así que venga, devuélveme a mi cuerpo. Sólo tienes que tocar la frente del cuerpo y volveré a él.

 

- De acuerdo, pero teniendo en cuenta que no me has dicho todo lo que sabes... - entonces Eric sacó su Yilet Shensor Escell y cortó los párpados del cuerpo. Luego rasgó la superficie de uno de sus ojos. Después cortó los dedos y los tiró al suelo. Recogió las veinte uñas y se las clavó en las encías. Por último arrancó casi toda la piel del cuerpo y echó sal y pimienta en las heridas. Después de todo esto, tocó la frente del cuerpo.

 

- ¡¡¡¡Aaaaaaaaah!!!! - la sombra sufría infinitamente. Eric se dispuso a elegir uno de los túneles. Se le ocurrió una idea: dejaría que el anillo le guiara. Cerró los ojos, alzó el brazo derecho, o sea, el del lado izquierdo, y avanzó dejándose llevar. Cuando abrió los ojos vio que se había alejado de la entrada de los túneles y estaba a escasísimos centímetros de un profundo abismo. "Je, je, je... Me parece que cambiaré de estrategia" pensó razonablemente. Volvió atrás, donde la sombra sufría lo indecible dentro de su cuerpo.

 

- ¡¡Aargh!! ¡Por lo menos me quedará el consuelo de oírte morir en uno de los túneles- gritó la sombra. después palideció por completo: por su único ojo sano pudo ver que... ¡¡Eric había acertado!! Todavía le quedaba un largo túnel por atravesar, pero había acertado. La sombra no pudo soportar el dolor, tanto físico como moral, así que realizó un tremendo y sobrehumano esfuerzo para levantarse y corrió hacia el abismo, precipitándose en él. Eric oyó los últimos gritos de la sombra, muy complacido. Lo que él no sabía es que la sombra fue a parar a un lago situado al fondo del abismo, en cuyas aguas se transformó en un horrible monstruo alado que empezó a perseguir a Eric, el cual, ajeno a todo esto, continuaba su camino.

 

Llegó a un ensanchamiento del túnel. Hasta él no llegaba la luz del día pero estaba iluminado por una luz cegadora. Eric comprobó que se trataba de fuegos fatuos. Era una escena muy familiar. Después de comer algo de carroña siguió andando (o trotando, ya que la técnica del trote ya estaba dominada). Observó que a ambos lados del camino había celdas de prisioneros. Notó que algo se movía en una de ellas.

 

- ¿Quién está ahí?- preguntó, asustado, el prisionero.

 

- Soy Eric de Amantis- respondió Eric de Amantis.

 

- Sácame de aquí, por favor. Ayúdame- suplicó el prisonero, que estaba demacrado y malalimentado.

 

- No, te jodes - dijo Eric, y continuó su camino. Minutos más tarde el monstruo devoró al prisionero.

 

Eric avanzó mientras media milla y aumentó su ventaja sobre el monstruo, sin saber que existía. Se topó con una celda más grande que las demás. Le pareció oír gemidos. Miró dentro y vio que estaba llena de mujeres y niños. Al verle todos corrieron hacia los barrotes.

 

- Buen hombre, saquenos de aquí, se lo rogamos - suplicó una mujer muy fea, mientras los demás le miraban temerosos. Eric, en un principio, se echó a reír, pero luego se compadeció de ellos y decidió ayudarles, pero antes quiso asegurarse de que no eran seres malignos.

 

- ¿Quienes sois? - les preguntó.

 

- Somos los habitantes del laberinto. Se nos quitaron las tierras y se nos encerró aquí por negarnos a hacerle la cama a Travolti. Llevamos aquí sesenta y siete años- a Eric le pareció convincente. Después de todo, ¿quién se iba a inventar una cosa así?

 

- De acuerdo, os sacaré - dicho esto se dirigió a la puerta - ¡Ja, ja, ja! ¡La puerta estaba abierta!- Al oírlo algunos se suicidaron, otros se dieron contra las paredes y el resto, que eran un poco menos pesimistas, agradecieron a Eric la información.

 

- Buen hombre - dijo la fea - toma esta espada en agradecimiento.

 

- ¿Para qué la quiero?

 

- Pues para luchar con el monstruo - respondió ella, y se alejó corriendo con los demás.

 

- Eh, esperad, ¿qué monstruo? ¿Dónde hay un mons... mons... mons... ¡¡Aaaaah!!

 

Eric tomó la espada y decidió hacerle frente. No esperó a ser atacado. Corrió hacia la criatura con la espada en alto y trató de clavársela, con tan mala suerte que tropezó y cayó a sus pies. El monstruo levantó una de sus garras y aplastó a Eric contra el suelo. Eric sintió como la sangre que le salía por la boca se mezclaba con bilis y otras cosas de colores muy variados. Se zafó de su adversario y se alejó unos metros. Tenía que atacar pronto, pero le resultaba difícil en su estado. Trotó hacia el monstruo y esta vez consiguió agrandar con su espada el ombligo del monstruo. Este se enfureció e intentó reventar a Eric de un manotazo en el tórax, pero Eric estuvo más rápido y se agachó a tiempo. Extendió su espada y cortó una pata al monstruo. Rió contento, pero después vio que le había salido una pata nueva. Lo mismo pasó con una garra, un colmillo, la cabeza, un ala, y hasta las crestas. Eric quedó exhausto. Entonces empezó la ofensiva de su rival. Agarró a Eric y tomó sus brazos. Tiró con todas sus fuerzas de forma que el cuerpo de Eric comenzó a estirarse. Llegó un momento en el que sus vasos sanguineos estaba tan tirantes que se rompieron. Entonces el cuerpo de Eric adquirió un tono rojizo. El monstruo se dispuso a abrir a su víctima, pensando que ya no oprondía resistencia, pero se equivocaba. Eric hizo acopio de valor y de un rápido mandoble introdujo el filo de su espada en las fosas nasales del monstruo, que apabullado por el dolor, derribó a Eric con la garra. Eric fue a parar al otro lado de del túnel. Vio que el monstruo se volvía a levantar y que su cara estaba ya regenerada totalmente. No podía moverse, estaba atontado por el golpe, y el monstruo había echado a correr hacia él. "Es el fin. ¿Cómo voy a derrotarle si se regenera? Parece que hubiera tomado esa pomada de pitt-u.f.o.s... un momento..." Eric tuvo una revelación. Le quedaban pocos segundos para ser aplastado por el monstruo, así que seleccionó una de sus extremidades, la que menos le servía, es decir, la pierna con la rodilla inutilizada. Tomó la espada y la cortó rápidamente. El dolor no importaba. El monstruo tomó impulso: iba a dar el salto final. Justo cuando iba a aplastar a Eric, este alzó el muslo de la pierna cortada y pensó: "pierna, lanza, pierna, lanza..." El truco dio resultado. El monstruo quedó totalmente atravesado. Entonces Eric cortó la lanza de su cuerpo con su Yilet. El monstruo no podía regenerarse porque tenía la lanza clavada todavía, de modo que Eric había ganado. Vio como la criatura se disolvía y desparecía. Entonces se concentró e hizo aparecer de nuevo su pierna, como si siempre hubiera estado allí. Estaba listo para continuar su difícil camino. Se sentía triunfador. Era un héroe.

 

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