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La Historia Paranoica

CAPÍTULO 6: LA CARAVANA DE VÍRGENES

CAPÍTULO VI.

 

 

La mañana era extraña. Orome caminaba con un paso ligero pero Astarté y Eric avanzaban pesadamente. No sabían por qué, pero estaban intranquilos. Incluso el aire parecía raro. Por si fuera poco, en un momento dado el primero salió corriendo inesperadamente. Eric y Astarté se miraron con los ojos como ollas. Parecía que les había abandonado. Los problemas empezaban pronto: ¿Sería Orome un espía? Sus dudas desaparecieron cuando al doblar una esquina le encontraron en compañía de dos hombres que transportaban cebada en un carro.

 

- ¡Vamos, ellos nos llevarán!

 

Eric pronto imaginó como Orome había logrado tan cortés oferta. La cara de terror de uno de ellos mostraba que la conversación no había sido amistosa, o bien que Orome le había ofrecido para beber el líquido que transportaba en la calavera que días antes se agenciara. Sin embargo la actitud del segundo hombre parecía diferente. Miraba a sus nuevos compañeros con cierto misterio. La atmósfera entera mostraba esa misma cara misteriosa que tanto intranquilizaba a Eric. El carro se puso en marcha.

 

- ¿De donde vienen, forasteros?- preguntó el misterioso hombre, que decía llamarse Philemmon.

 

- De Amantis- dijo Eric a secas, como queriendo no revelar nada.

 

- ¿Encapuchados?- insistió Philemmon.

 

- No, gracias, no tengo hambre- concluyó Eric, sin entender la pregunta.

 

La noche se echó encima antes de lo esperado, de modo que los tres viajeros se despidieron de los hombres en una encrucijada y buscaron un claro en el bosque en el que poder encender una hoguera. Orome se sumió en un profundo sueño y Eric y Astarté, que no podían conciliarlo, se quedaron despiertos escuchando el partido de la Supercopa.

 

- ¿Como supiste quién era el asesino de Apolo, Eric?- preguntó Astarté.

 

- Porque estuvo en el pueblo. ¿Recuerdas el mensajero de E´Othraim? Pues se le cayó esto...- Mostró el anillo ardiente, que no había podido evitar recoger en una bolsita el día del asesinato de Apolo.

 

- ¿Y qué?

 

- Pero, ¿es qué no ves lo que pone?

 

- Sí, Ruibok. ¿Y qué?

 

- Vamos a ver... ¿Quién es el tipo más pijo que conoces?- inquirió, impaciente, Eric.

 

- Tú.

 

- Bueno, sí, pero el caso es que Travolti es el único que lleva anillos de marca, así que cuando lo encontremos le mataremos y volveremos a Amantis, ¿vale, puta borde?

 

- Amantis...- musitó Astarté mientras una lagrima que Eric no apercibió resbalaba por su mejilla.

 

-¿Ocurre algo?- preguntó Eric, sobresaltado, al ver la triste expresión de la muchacha.

 

- Eric, hay algo que debes saber: Osasuna va perdiendo- entonces Orome, que lo oyó entre sueños, prorrumpió en insultos contra el técnico rojillo que tuvo la idea de echar a Moisés.

 

- Dime, Astarté, ¿sabes algo de esos encapuchados de los que habló Philemmon?

 

- Me parece que eso también deberías saberlo, Eric- y comenzó un largo relato- Verás: hará mes y medio, Arteniaín desapareció y al día siguiente tres extraños magos cuya insignia era una estrella...

 

- ¿Los Reyes Magos?

 

- ¡Cállate, bobo!- dijo Astarté después de que sus cinco dedos formasen otra estrella en la cara de Eric- Como decía: tres extraños magos cuya insignia era una estrella de nueve puntas y media aparecieron rodeados de un ejercito de orcos y wargos y sometieron la aldea.

 

- ¿No os defendisteis?

 

- Fue difícil, ya que todos estábamos en el templo de Thor esperando a que volvieses para seguir el bodorrio, y ya sabes que en presencia de un dios no se puede pegar uno con nadie. Como habías dicho que volverías en seguida...

 

Quince minutos más tarde, una vez que Astarté hubo reanimado al impactado Eric (bastó con un par de lametones), se reanudó la conversación.

 

- ¡Mes y medio esperando!- comenzó a gritar el pobre chaval, y esta vez fue él el que hizo fosilizar sus cinco dedos en la mejilla de su interlocutora.

 

- Bueno, bueno, tranquilo- dijo ella, hablando con gran dificultad y considerando que estaban en paz - Ahorraré detalles sin importancia. El caso es que todas las vírgenes fueron llevadas a Morder como tributo a no sé quién. Zintia está allí también. Yo, sin embargo, conseguí escapar en la Revolución de los Encapuchados, dirigida por Rosanis. Conseguimos llegar a una aldea rodeada de romanox, donde Asteris nos ofreció recompensas si lográbamos dar caza a un tal Eric.

 

- O sea, que no me seguiste por orden de Zintia...

 

- Sí que lo hice. Ella fue quien posibilitó mi fuga. Te echa de menos. No te lo dije porque sé que hubieras vuelto a salvarla, y ella me dijo que lograra a toda costa que no detuvieras tu camino y arriesgaras en vano tu vida. Además quería ligarse a uno de los magos antes de que volvieras, y esto te lo digo como amiga.

 

- Rosanis tenía razón respecto a la escuela de magia, y Arteniaín se ha salido con la suya. Por cierto, ¿y Rosanis?

 

- Sigue a la caravana de las vírgenes hacia Morder, con los demás. Las últimas noticias que conseguí de ellos fueron que la caravana se detuvo en el castillo de Travolti, que es donde nos reuniremos con ellos e intentaremos liberarlas.

 

Eric se quedó pensativo. Astarté miraba a la Luna. Algo les decía que su camino no acabaría en el castillo de Travolti. Tampoco comprendían bien el poder del anillo y su relación con todo aquello, pero sí sabían que, tal como dijera el supuesto mensajero de E´Othraim, algo se movía en Morder. Mientras tanto, Eric miraba a Astarté, sus cabellos morenos, sus ojos del color de la Luna, sus mejillas calientes (sobre todo la de los cinco dedos). Sus miradas se cruzaron. Se acercaron. Se acercaron más, mucho más. De repente Eric se apartó bruscamente.

 

- ¿Qué ocurre?- preguntó Astarté- ¿Zintia?

 

- No, es que Osasuna acaba de empatar- Dicho esto apagó Ohnda Diex, se acercó de nuevo a Astarté, y comprobó lo infiel que puede llegar a ser un hombre prometido (y la otra también, no te pienses)- Sólo me queda una duda: ¿como escapaste?

 

- Es que Zintia y yo fuimos capturadas como vírgenes, así que mantuvimos una relación lésbica y ella me metió la mano en el conejo. Como ya no era virgen me tuvieron que soltar.

 

- ¿Ya no eres virgen? Entonces no te importará que...

 

- No, no me importa.

 

 

Orome abrió un ojo. Los otros dos dormían... ¿desnudos? Pero el había oído algo. Se puso en pie. Alguien había pintado en los cuerpos de Eric y Astarté sendas estrellas de nueve puntas y media. Miró en derredor y le pareció distinguir una silueta. Cerró los ojos, se concentró y sin abrirlos lanzó su mazo mágico. Una lluvia de vísceras le indicó que había dado en el blanco. Era Philemmon... o, bueno, ya no lo era. No despertó a los otros, pero a partir de entonces no permitió que el sueño lo dominara y pasó el resto de la noche agarrado a su mazo.

 

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