CAPÍTULO 27: LA ÚLTIMA GRAN BATALLA
CAPÍTULO XXVII.
Por fin, Eric inició su ataque. Lanzó varios mandobles contra Tarantizno, que los detuvo sin mayores complicaciones con su tridente.
- Te voy a matar- amenazó Eric.
- Qué pahnq eres- respondió, inmutable, Tarantizno.
- ¿Y qué esperabas?- dijo Eric mientras atacaba de nuevo.
Tarantizno esquivó los golpes y le dijo:
- No veo razón para que estés tan enfadado.
Eric lanzó una risa irónica y maliciosa. Con voz crispada por el odio se dirigió a Tarantizno con las siguientes expresiones:
- ¡¿Qué no?!¡Mataste a Apolo! - los golpes de ambas armas resonaban por toda la sala - ¡Por tu culpa murieron muchos amigos! - Eric evocó en su mente las imágenes de Orome, Algómedes, Ulmo, Rosanis y tantos otros.-¡Sometiste a mi pueblo a torturas y esclavitud!- la pelea resultaba estremecedora. Ninguno de ellos bajaba la guardia, un pequeño error podía costarles la vida.- ¡Secuestraste a todas las vírgenes de mi pueblo y... ¡Auch! - Tarantizno había alcanzado con su tridente la pierna de Eric, haciéndole una herida no demasiado profunda, de donde brotaba un hilillo de sangre. Eric se echó la mano a la herida y, jadeando,miró a Tarantizno, que reía despiadadamente.
- ¡Y te tirabas a mi novia, cabrón! - añadió Eric, fuera de sí.
Tarantizno seguía riendo, lo que Eric aprovechó para golpearle con el mango de su espada en la boca, rompiendole varios dientes. Tarantizno, después de escupir sangre, encías y polvo de dientes dijo:
- Sí, en efecto, yo me tiraba a Zintia. Pero yo no la obligué a nada. Ella no sentía nada por ti. Nunca sintió nada por ti. Nunca se hubiera liado contigo de no habérselo mandado yo.
- ¡Mientes!¡Ella fue mi gran amor, yo siempre la quise, ella fue la primera!
- ¿Ah, sí?- respondió Tarantizno, misteriosamente- ¿Y que pasó en invierno de hace seis años?¿Esa mujer que una noche llegó a tu casa en busca de refugio?
- ¿Cómo sabes tú eso?
- Me lo contó ella misma, por que ella era mi madre.
- Entonces, yo...
- Sí, tú eres mi padre.
Eric no se lo podía creer. Nuevamente el destino le jugaba una mala pasada. Cayó rodillas al suelo, y mirando al firmamento estrellado gritó desesperadamente:
- ¡¡¡Noooo!!!¡No puede ser!¡Nooo!
Ya una vez recuperado del shock, entró en razón, y se dio cuenta de que era imposible que Tarantizno fuera su hijo.
- Es un farol - le dijo - eres mucho mayor que yo. No puedes ser mi hijo.
- Te explicaré la historia. Mi madre era una mujer muy inteligente y ambiciosa. Quería que su dinastía llegara a dominar el mundo, y para ello creó un extraño ser perfecto, yo. El Dr Steiner, mediante su máquina de regresión y avance en el tiempo me transportó desde el futuro con mis planes para dominar el mundo mientras convivía con mi yo del presente.
- Entonces, ¿dónde está tu otro yo?
- Está en un extraño estado de crisálida alimentándose de la energía neutra de los seres de otros entes interdimensionales, a los que después de digerir sus partes vitales parasita hasta que caen descompuestos. De este modo cuando yo muera él estará preparado para digerirte, y continuar con mi obra.
- Sólo me ha quedado una duda: ¿Qué haces con los cuerpos descompuestos, te los comes, los utilizas para tus experimentos, o bien, los das para los pobres?
- Nada, simplemente los tengo como recuerdo en el frontal de mi cama, para tener dulces sueños.
- ¡Qué guay! ¿Me dejas quedarme con alguno?
- ¡¡Ahhh!!.. te compras.
La lucha continuó, Eric manejaba su espada, Tarantizno luchaba con su tridente. En esto Tarantizno dijo:
- Ahora viene una sorpresita, ¡Ja, je, ji, jo, ju !
Tras esto, y ante la mirada anonadada de Eric, pulsó el botón de un mando de distancia que llevaba en el bolsillo. Dos abismos se abrieron a ambos lados de los contendientes.
-¿Qué es esto?- exclamó, asustado, Eric.
-Un pequeño truco para que no me pegues más y yo si te pueda pegar- le respondió Tarantizno.
- ¿Y ahora que hago yo?
- Tienes dos opciones. O bien te unes a nosotros, o bien mueres en manos de tu propio hijo.
- No pienso morir.
- O eso, o unirte a mí. Juntos dominaremos el mundo, nadie podrá con nosotros- Tarantizno hablaba con tono lúgubre, pero sabiendo que tenía la batalla prácticamente ganada. Sólo le faltaba convencer a Eric, lo cual no le parecía demasiado complicado. Extendió su mano. Eric miraba al abismo, agarrado a la barandilla. No podía ver el fondo, lo cual resultaba muy impresionante. Parecía que aquel agujero llegara hasta el otro lado de la tierra y una vez allí continuara hasta el espacio exterior. Tarantizno habló nuevamente:
- Vamos, únete a mí,... papá.
- ¡¡¡Nooooo!!!
Dicho esto, y ante la sorpresa de Tarantizno, Eric saltó al vacío. Tarantizno, al verlo, puso cara de resignación y salió del "Salón de Destino".
La caída de Eric resultó muy larga. No sabía exactamente cómo, pero el caso es que no fue demasiado dolorosa. Al parecer, había atravesado una especie de barrera amortiguadora invisible. Solamente se encontraba un poco aturdido. Miró a su alrededor. Estaba en unos extraños laboratorios. Muchos seres con bata blanca trabajaban en diversos experimentos. Llevaban objetos y líquidos. Trajinaban con máquinas muy curiosas.
Se levantó y dio unos pocos pasos inseguros. Uno de los trabajadores, calvo, y mayor que los demás, parecía el supervisor de todas las tareas. El hombre en cuestión vio a Eric y se acercó rapidamente hacía él. Eric se dio cuenta de que sus intenciones no eran amistosas, por lo que con mucho esfuerzo, empuñó la Ensangrentada. Demasiado tarde. El científico le estaba apuntando con un arma.
- ¡Eric de Amantis!- exclamó- ¡Por fin nos conocemos!
- ¿Quién eres tú?
- Soy el Dr Steiner.
- ¿Y?
- Y trabajó para Tarantizno, soy el jefe del laboratorio que tienes a tu alrededor.
Eric volvió a echar una mirada al laboratorio. Se fijó en una especie de tanques de agua, en cuyo interior había unas mujeres. Fijándose un poco mejor se dio cuenta de que las conocía. La mayoría de ellas eran conciudadanas suyas. ¡Por fin había encontrado a las vírgenes de su pueblo!
- ¿Qué les has hecho a mis amigas?- preguntó Eric con tono amenazador.
- ¿Cómo? ¿No lo sabes? Chico, debes ser el único que aún no se ha enterado de los planes de Tarantizno.
- Déjate de rodeos y habla: ¿qué les estás haciendo?
- Es muy sencillo, mediante un proceso de mutación muy sotisficado las he transformado en bestias sanguinarias. Con ellas crearemos un ejército que destruya a la civilización para que comience la era Tarantizno.
- ¿Y por qué las vírgenes?
- El proceso de mutación precisa de la presencia de un órgano femenino llamado himen, que sólo se encuentra en las vírgenes.
- Ah.
Eric se dio cuenta de que tenía que idear rapidamente un plan para liberar a las vírgenes o aquel maquiavélico científico las convertiría en monstruos. Tenía que impedirlo. Mientras pensaba, el Dr Steiner seguía hablando sobre el experimento.
- ...y por eso, la reacción entre el anión acetato y el sodio de la sangre forma un precipitado en las venas, que, con la influencia del bromuro potásico activado por medio de catalizadores de contacto, con los que...
Mientras el Dr Steiner continuaba su interesante explicación sobre como convertir un ser aparentemente normal en un bicho asqueroso Eric se había ido recuperando del golpe y nuevamente se encontraba en plena forma. Empuñaba fuertemente su espada. El científico parecía distraído. Con un golpe seco y directo Eric le cortó el brazo con el que sostenía su revólver. Entonces, el Dr Steiner comenzó a gritar y aullar de dolor, mientras la sangre manaba a borbotones de su herida. Cayó al suelo y ahí se quedó, retorciéndose de dolor.
Eric actuó rapidamente. No tenía un segundo que perder. Tenía que salvar a todas las vírgenes antes de que alguien diera la alarma. Se acercó hacia el primer tanque, e intentó abrirlo. Fue en vano. Había que introducir una contraseña y Eric no tenía ni la más remota idea de cual podía ser. Se acercó al Dr Steiner y le preguntó, con tono amenazador:
- ¿Le importaría darme la contraseña de los tanques, o prefiere que le arrance, uno a uno, todos los órganos vitales de su cuerpo con un palillo?
- Uno...cinco...cinc...cinco...siet...siet...siet...- El pobre hombre balbuceaba números que Eric no podía entender.
En ese momento oyó un ruido delante suya. Levantó la vista y el terror se dibujó en su cara. En frente suya se había abierto una compuerta y había aparecido Tarantizno, armado con su tridente, y con los ojos inyectados en sangre. Se acercó a Eric y le propinó un golpe en la cara con el mango del tridente, haciéndole volar por los aires. Eric chocó de espaldas con una pared y cayó al suelo, donde se quedó tumbado, observando los acontecimientos. Tarantizno le estaba gritando al Dr Steiner.
- ¡Estúpido!¿Cómo te has dejado vencer por ese alfeñique?¡Has estado a punto de desbaratar todo el plan!¡Mereces morir!
Mientras Tarantizno le gritaba al científico este le pedía clemencia, cubriéndose la cabeza con la mano y el muñón. Sin embargo, Tarantizno no se la concedió, levantó el tridente, dispuesto a clavarselo en la cabeza, cuando una voz femenina se lo impidió.
-¡Alto!- gritó- ¿Qué crees que estás haciendo, hijo?
Eric reconoció esa voz al instante, aunque no era capaz de creérselo. Miró a la mujer que había hablado, pestañeó, se frotó los ojos, se golpeó la cabeza y se pellizcó para comprobar que no estaba soñando. No, no estaba soñando. Era Coral, la mujer de Apolo, la madre de Zintia, la tía de Astarté y, al parecer, la madre de Tarantizno. Ya nada encajaba en la mente de Eric. Se desmayó, aturdido. Cuando se despertó, Coral estaba delante suya. No debía haber pasado demasiado tiempo desde que perdiera el conocimiento. Aun estaba en el laboratorio y aun estaban allí Tarantizno y el Dr Steiner. Eric esperaba algún tipo de explicación, y la pidió.
- ¿Una explicación?- exclamó Coral - ¿Acaso no está todo suficientemente claro?¿Qué dudas tienes?
- La primera de todas: ¿eres tú la madre de Tarantizno y por tanto, la mujer con la que me acosté aquella noche?
- Sí, por supuesto- respondió Coral.
- Pero... no tenías esa cara, ni te parecías en nada, ni...
- Calla, todo tiene explicación. Mediante una fórmula del Dr Steiner cambié de apariencia durante esa noche, para así seducirte y tener un hijo tuyo que dominara el mundo.
- Entonces... Zintia es hermanastra de Tarantizno, ¿no?
- Sí.
- ¡Qué asco!
- Asco no, morbo.- replicó Tarantizno.
- Entonces eres tú la que has planeado todo esto, la que ha movido los hilos de nuestras vidas a lo largo de estos últimos meses. Tú eres la mente diabólica que desea dominar el mundo, y no te detendrás ante nada ni nadie hasta conseguirlo. Tú ayudaste a Zintia a matar a Apolo. Tú... tú... ¡no te saldrás con la tuya!
- Sí, sí, bla, bla, bla - interrumpió Coral- Muy bonito y emotivo, pero hablar no te servirá de nada. Fíjate bien, estás rodeado, encerrado en una fortaleza inexpugnable, y encima, estás desarmado.
Era verdad, había perdido la Ensangrentada. Durante su desmayo se la habían quitado. Era el fin. Pensó en Astarté, la única persona que lo había querido de verdad, a la que no había podido salvar. Metió la mano en el bolsillo y extrajo el bote en el que guardaba los pedacitos de Astarté. Lo miró por última vez. Después, se quitó el anillo, cuyo extraño poder nunca había alcanzado a comprender, y que quizá, en otras manos, hubiera podido servir de algo. Se sentía muy frustrado. Todos sus esfuerzos, todos sus asesinatos, todos sus sacrificios no habían servido para nada. Por lo menos intentaría salvar ese anillo. Lo metió en el bote, entre las vísceras. Con un último esfuerzo se levantó y lo lanzó, fuertemente, hacia el tragaluz que había en lo alto del techo. "No lo conseguirá" pensó Coral. Para su sorpresa, el bote subió y subió, atravesó el estrecho tragaluz de cristal, y cayó lejos del reino de Komer.
Coral estaba furiosa. Ese anillo habría sido una gran ayuda cara a sus intereses. Miró a Eric, y decidió que ya había sobrevivido bastante. Ella misma se acercó hasta Eric y comenzó a forcejear con él. Eric se resistía en vano. Esa mujer, además de despiadada, era muy fuerte. A Eric apenas le quedaban fuerzas y ya no gozaba de la protección del anillo. Tras unos pocos minutos de lucha infructuosa no aguantó más. Coral agujereó sus ojos con un punzón y después introdujo litros y litros de coagulante por los agujeros que había creado. Eric sentía como todas las venas y arterias de su cuerpo se obstruían. Su corazón dejó de latir. Murió. Su cuerpo sin vida se desplomó, y Coral se echó a reír.
- ¡Bravo!- gritó Tarantizno- ¡Ahora sí que nada nos detendrá!
- ¿"Nos"? - preguntó, sarcásticamente, Coral.
- Sí, claro, nos..., tú..., yo..., el doctor este..., los ejércitos...
Tarantizno intentaba explicarse, mientras Coral se le acercaba con mirada amenazadora y divertida. Entonces Tarantizno bajó la vista y se fijó en que el Dr Steiner había muerto desangrado. Cuando la volvió a levantar vio como su madre le había rodeado el cuello con una cuerda de acero.
- ¿Pero qué haces? - preguntó, histérico, Tarantizno- ¡Quítame esta cosa de encima!¡No! Ggggjj...
Coral había acabado con la vida de Tarantizno. Era necesario para llevar a cabo su maléfico plan. Llamó a uno de los múltiples esclavos que habían observado los acontecimientos y le mandó que llevara los tres cadáveres a la máquina de integración. Los esclavos obedecieron y pusieron en marcha dicha máquina. Al cabo de una rato, un nuevo ser, con la inteligencia del Dr Steiner, la fortaleza y crueldad de Tarantizno y la decisión y voluntad de Eric, se había formado. Coral lo miró entusiasmada. Su aspecto era intimidante. Era el perfecto general para los ejércitos que acababa de crear. Lo llamó Taranteric.
Después se acercó hasta la cámara donde la crisálida del Tarantizno del presente se encontraba, alimentándose.
- Come, hijo mío - susurró Coral - Aliméntate y crece, algún día serás el dueño del mundo.
Coral, una vez abandonada la cámara, volvió a los laboratorios. En las pantallas de los ordenadores podía ver como sus ejércitos conquistaban todo el mundo.
Nadie podría nunca acabar con el reinado de terror de Coral.
¿Nadie?
Los dos rivales se miraban fijamente, frente a frente. Su mirada denotaba un odio irreconciliable. Eric sostenía fuertemente la Ensangrentada con ambas manos. Tarantizno sujetaba el tridente de Satanás con su mano derecha y lo dirigía hacia Eric, con mirada amenazadora. Así pasaron unos minutos, durante los cuales la tensión se podía respirar en el ambiente.
Por fin, Eric inició su ataque. Lanzó varios mandobles contra Tarantizno, que los detuvo sin mayores complicaciones con su tridente.
- Te voy a matar- amenazó Eric.
- Qué pahnq eres- respondió, inmutable, Tarantizno.
- ¿Y qué esperabas?- dijo Eric mientras atacaba de nuevo.
Tarantizno esquivó los golpes y le dijo:
- No veo razón para que estés tan enfadado.
Eric lanzó una risa irónica y maliciosa. Con voz crispada por el odio se dirigió a Tarantizno con las siguientes expresiones:
- ¡¿Qué no?!¡Mataste a Apolo! - los golpes de ambas armas resonaban por toda la sala - ¡Por tu culpa murieron muchos amigos! - Eric evocó en su mente las imágenes de Orome, Algómedes, Ulmo, Rosanis y tantos otros.-¡Sometiste a mi pueblo a torturas y esclavitud!- la pelea resultaba estremecedora. Ninguno de ellos bajaba la guardia, un pequeño error podía costarles la vida.- ¡Secuestraste a todas las vírgenes de mi pueblo y... ¡Auch! - Tarantizno había alcanzado con su tridente la pierna de Eric, haciéndole una herida no demasiado profunda, de donde brotaba un hilillo de sangre. Eric se echó la mano a la herida y, jadeando,miró a Tarantizno, que reía despiadadamente.
- ¡Y te tirabas a mi novia, cabrón! - añadió Eric, fuera de sí.
Tarantizno seguía riendo, lo que Eric aprovechó para golpearle con el mango de su espada en la boca, rompiendole varios dientes. Tarantizno, después de escupir sangre, encías y polvo de dientes dijo:
- Sí, en efecto, yo me tiraba a Zintia. Pero yo no la obligué a nada. Ella no sentía nada por ti. Nunca sintió nada por ti. Nunca se hubiera liado contigo de no habérselo mandado yo.
- ¡Mientes!¡Ella fue mi gran amor, yo siempre la quise, ella fue la primera!
- ¿Ah, sí?- respondió Tarantizno, misteriosamente- ¿Y que pasó en invierno de hace seis años?¿Esa mujer que una noche llegó a tu casa en busca de refugio?
- ¿Cómo sabes tú eso?
- Me lo contó ella misma, por que ella era mi madre.
- Entonces, yo...
- Sí, tú eres mi padre.
Eric no se lo podía creer. Nuevamente el destino le jugaba una mala pasada. Cayó rodillas al suelo, y mirando al firmamento estrellado gritó desesperadamente:
- ¡¡¡Noooo!!!¡No puede ser!¡Nooo!
Ya una vez recuperado del shock, entró en razón, y se dio cuenta de que era imposible que Tarantizno fuera su hijo.
- Es un farol - le dijo - eres mucho mayor que yo. No puedes ser mi hijo.
- Te explicaré la historia. Mi madre era una mujer muy inteligente y ambiciosa. Quería que su dinastía llegara a dominar el mundo, y para ello creó un extraño ser perfecto, yo. El Dr Steiner, mediante su máquina de regresión y avance en el tiempo me transportó desde el futuro con mis planes para dominar el mundo mientras convivía con mi yo del presente.
- Entonces, ¿dónde está tu otro yo?
- Está en un extraño estado de crisálida alimentándose de la energía neutra de los seres de otros entes interdimensionales, a los que después de digerir sus partes vitales parasita hasta que caen descompuestos. De este modo cuando yo muera él estará preparado para digerirte, y continuar con mi obra.
- Sólo me ha quedado una duda: ¿Qué haces con los cuerpos descompuestos, te los comes, los utilizas para tus experimentos, o bien, los das para los pobres?
- Nada, simplemente los tengo como recuerdo en el frontal de mi cama, para tener dulces sueños.
- ¡Qué guay! ¿Me dejas quedarme con alguno?
- ¡¡Ahhh!!.. te compras.
La lucha continuó, Eric manejaba su espada, Tarantizno luchaba con su tridente. En esto Tarantizno dijo:
- Ahora viene una sorpresita, ¡Ja, je, ji, jo, ju !
Tras esto, y ante la mirada anonadada de Eric, pulsó el botón de un mando de distancia que llevaba en el bolsillo. Dos abismos se abrieron a ambos lados de los contendientes.
-¿Qué es esto?- exclamó, asustado, Eric.
-Un pequeño truco para que no me pegues más y yo si te pueda pegar- le respondió Tarantizno.
- ¿Y ahora que hago yo?
- Tienes dos opciones. O bien te unes a nosotros, o bien mueres en manos de tu propio hijo.
- No pienso morir.
- O eso, o unirte a mí. Juntos dominaremos el mundo, nadie podrá con nosotros- Tarantizno hablaba con tono lúgubre, pero sabiendo que tenía la batalla prácticamente ganada. Sólo le faltaba convencer a Eric, lo cual no le parecía demasiado complicado. Extendió su mano. Eric miraba al abismo, agarrado a la barandilla. No podía ver el fondo, lo cual resultaba muy impresionante. Parecía que aquel agujero llegara hasta el otro lado de la tierra y una vez allí continuara hasta el espacio exterior. Tarantizno habló nuevamente:
- Vamos, únete a mí,... papá.
- ¡¡¡Nooooo!!!
Dicho esto, y ante la sorpresa de Tarantizno, Eric saltó al vacío. Tarantizno, al verlo, puso cara de resignación y salió del "Salón de Destino".
La caída de Eric resultó muy larga. No sabía exactamente cómo, pero el caso es que no fue demasiado dolorosa. Al parecer, había atravesado una especie de barrera amortiguadora invisible. Solamente se encontraba un poco aturdido. Miró a su alrededor. Estaba en unos extraños laboratorios. Muchos seres con bata blanca trabajaban en diversos experimentos. Llevaban objetos y líquidos. Trajinaban con máquinas muy curiosas.
Se levantó y dio unos pocos pasos inseguros. Uno de los trabajadores, calvo, y mayor que los demás, parecía el supervisor de todas las tareas. El hombre en cuestión vio a Eric y se acercó rapidamente hacía él. Eric se dio cuenta de que sus intenciones no eran amistosas, por lo que con mucho esfuerzo, empuñó la Ensangrentada. Demasiado tarde. El científico le estaba apuntando con un arma.
- ¡Eric de Amantis!- exclamó- ¡Por fin nos conocemos!
- ¿Quién eres tú?
- Soy el Dr Steiner.
- ¿Y?
- Y trabajó para Tarantizno, soy el jefe del laboratorio que tienes a tu alrededor.
Eric volvió a echar una mirada al laboratorio. Se fijó en una especie de tanques de agua, en cuyo interior había unas mujeres. Fijándose un poco mejor se dio cuenta de que las conocía. La mayoría de ellas eran conciudadanas suyas. ¡Por fin había encontrado a las vírgenes de su pueblo!
- ¿Qué les has hecho a mis amigas?- preguntó Eric con tono amenazador.
- ¿Cómo? ¿No lo sabes? Chico, debes ser el único que aún no se ha enterado de los planes de Tarantizno.
- Déjate de rodeos y habla: ¿qué les estás haciendo?
- Es muy sencillo, mediante un proceso de mutación muy sotisficado las he transformado en bestias sanguinarias. Con ellas crearemos un ejército que destruya a la civilización para que comience la era Tarantizno.
- ¿Y por qué las vírgenes?
- El proceso de mutación precisa de la presencia de un órgano femenino llamado himen, que sólo se encuentra en las vírgenes.
- Ah.
Eric se dio cuenta de que tenía que idear rapidamente un plan para liberar a las vírgenes o aquel maquiavélico científico las convertiría en monstruos. Tenía que impedirlo. Mientras pensaba, el Dr Steiner seguía hablando sobre el experimento.
- ...y por eso, la reacción entre el anión acetato y el sodio de la sangre forma un precipitado en las venas, que, con la influencia del bromuro potásico activado por medio de catalizadores de contacto, con los que...
Mientras el Dr Steiner continuaba su interesante explicación sobre como convertir un ser aparentemente normal en un bicho asqueroso Eric se había ido recuperando del golpe y nuevamente se encontraba en plena forma. Empuñaba fuertemente su espada. El científico parecía distraído. Con un golpe seco y directo Eric le cortó el brazo con el que sostenía su revólver. Entonces, el Dr Steiner comenzó a gritar y aullar de dolor, mientras la sangre manaba a borbotones de su herida. Cayó al suelo y ahí se quedó, retorciéndose de dolor.
Eric actuó rapidamente. No tenía un segundo que perder. Tenía que salvar a todas las vírgenes antes de que alguien diera la alarma. Se acercó hacia el primer tanque, e intentó abrirlo. Fue en vano. Había que introducir una contraseña y Eric no tenía ni la más remota idea de cual podía ser. Se acercó al Dr Steiner y le preguntó, con tono amenazador:
- ¿Le importaría darme la contraseña de los tanques, o prefiere que le arrance, uno a uno, todos los órganos vitales de su cuerpo con un palillo?
- Uno...cinco...cinc...cinco...siet...siet...siet...- El pobre hombre balbuceaba números que Eric no podía entender.
En ese momento oyó un ruido delante suya. Levantó la vista y el terror se dibujó en su cara. En frente suya se había abierto una compuerta y había aparecido Tarantizno, armado con su tridente, y con los ojos inyectados en sangre. Se acercó a Eric y le propinó un golpe en la cara con el mango del tridente, haciéndole volar por los aires. Eric chocó de espaldas con una pared y cayó al suelo, donde se quedó tumbado, observando los acontecimientos. Tarantizno le estaba gritando al Dr Steiner.
- ¡Estúpido!¿Cómo te has dejado vencer por ese alfeñique?¡Has estado a punto de desbaratar todo el plan!¡Mereces morir!
Mientras Tarantizno le gritaba al científico este le pedía clemencia, cubriéndose la cabeza con la mano y el muñón. Sin embargo, Tarantizno no se la concedió, levantó el tridente, dispuesto a clavarselo en la cabeza, cuando una voz femenina se lo impidió.
-¡Alto!- gritó- ¿Qué crees que estás haciendo, hijo?
Eric reconoció esa voz al instante, aunque no era capaz de creérselo. Miró a la mujer que había hablado, pestañeó, se frotó los ojos, se golpeó la cabeza y se pellizcó para comprobar que no estaba soñando. No, no estaba soñando. Era Coral, la mujer de Apolo, la madre de Zintia, la tía de Astarté y, al parecer, la madre de Tarantizno. Ya nada encajaba en la mente de Eric. Se desmayó, aturdido. Cuando se despertó, Coral estaba delante suya. No debía haber pasado demasiado tiempo desde que perdiera el conocimiento. Aun estaba en el laboratorio y aun estaban allí Tarantizno y el Dr Steiner. Eric esperaba algún tipo de explicación, y la pidió.
- ¿Una explicación?- exclamó Coral - ¿Acaso no está todo suficientemente claro?¿Qué dudas tienes?
- La primera de todas: ¿eres tú la madre de Tarantizno y por tanto, la mujer con la que me acosté aquella noche?
- Sí, por supuesto- respondió Coral.
- Pero... no tenías esa cara, ni te parecías en nada, ni...
- Calla, todo tiene explicación. Mediante una fórmula del Dr Steiner cambié de apariencia durante esa noche, para así seducirte y tener un hijo tuyo que dominara el mundo.
- Entonces... Zintia es hermanastra de Tarantizno, ¿no?
- Sí.
- ¡Qué asco!
- Asco no, morbo.- replicó Tarantizno.
- Entonces eres tú la que has planeado todo esto, la que ha movido los hilos de nuestras vidas a lo largo de estos últimos meses. Tú eres la mente diabólica que desea dominar el mundo, y no te detendrás ante nada ni nadie hasta conseguirlo. Tú ayudaste a Zintia a matar a Apolo. Tú... tú... ¡no te saldrás con la tuya!
- Sí, sí, bla, bla, bla - interrumpió Coral- Muy bonito y emotivo, pero hablar no te servirá de nada. Fíjate bien, estás rodeado, encerrado en una fortaleza inexpugnable, y encima, estás desarmado.
Era verdad, había perdido la Ensangrentada. Durante su desmayo se la habían quitado. Era el fin. Pensó en Astarté, la única persona que lo había querido de verdad, a la que no había podido salvar. Metió la mano en el bolsillo y extrajo el bote en el que guardaba los pedacitos de Astarté. Lo miró por última vez. Después, se quitó el anillo, cuyo extraño poder nunca había alcanzado a comprender, y que quizá, en otras manos, hubiera podido servir de algo. Se sentía muy frustrado. Todos sus esfuerzos, todos sus asesinatos, todos sus sacrificios no habían servido para nada. Por lo menos intentaría salvar ese anillo. Lo metió en el bote, entre las vísceras. Con un último esfuerzo se levantó y lo lanzó, fuertemente, hacia el tragaluz que había en lo alto del techo. "No lo conseguirá" pensó Coral. Para su sorpresa, el bote subió y subió, atravesó el estrecho tragaluz de cristal, y cayó lejos del reino de Komer.
Coral estaba furiosa. Ese anillo habría sido una gran ayuda cara a sus intereses. Miró a Eric, y decidió que ya había sobrevivido bastante. Ella misma se acercó hasta Eric y comenzó a forcejear con él. Eric se resistía en vano. Esa mujer, además de despiadada, era muy fuerte. A Eric apenas le quedaban fuerzas y ya no gozaba de la protección del anillo. Tras unos pocos minutos de lucha infructuosa no aguantó más. Coral agujereó sus ojos con un punzón y después introdujo litros y litros de coagulante por los agujeros que había creado. Eric sentía como todas las venas y arterias de su cuerpo se obstruían. Su corazón dejó de latir. Murió. Su cuerpo sin vida se desplomó, y Coral se echó a reír.
- ¡Bravo!- gritó Tarantizno- ¡Ahora sí que nada nos detendrá!
- ¿"Nos"? - preguntó, sarcásticamente, Coral.
- Sí, claro, nos..., tú..., yo..., el doctor este..., los ejércitos...
Tarantizno intentaba explicarse, mientras Coral se le acercaba con mirada amenazadora y divertida. Entonces Tarantizno bajó la vista y se fijó en que el Dr Steiner había muerto desangrado. Cuando la volvió a levantar vio como su madre le había rodeado el cuello con una cuerda de acero.
- ¿Pero qué haces? - preguntó, histérico, Tarantizno- ¡Quítame esta cosa de encima!¡No! Ggggjj...
Coral había acabado con la vida de Tarantizno. Era necesario para llevar a cabo su maléfico plan. Llamó a uno de los múltiples esclavos que habían observado los acontecimientos y le mandó que llevara los tres cadáveres a la máquina de integración. Los esclavos obedecieron y pusieron en marcha dicha máquina. Al cabo de una rato, un nuevo ser, con la inteligencia del Dr Steiner, la fortaleza y crueldad de Tarantizno y la decisión y voluntad de Eric, se había formado. Coral lo miró entusiasmada. Su aspecto era intimidante. Era el perfecto general para los ejércitos que acababa de crear. Lo llamó Taranteric.
Después se acercó hasta la cámara donde la crisálida del Tarantizno del presente se encontraba, alimentándose.
- Come, hijo mío - susurró Coral - Aliméntate y crece, algún día serás el dueño del mundo.
Coral, una vez abandonada la cámara, volvió a los laboratorios. En las pantallas de los ordenadores podía ver como sus ejércitos conquistaban todo el mundo.
Nadie podría nunca acabar con el reinado de terror de Coral.
¿Nadie?
FIN
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