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La Historia Paranoica

CAPÍTULO 8: EL MESÓN DE DON EGAL

CAPÍTULO VIII.

 

 

Eric y Astarté se detuvieron extrañados. Se dieron la vuelta y vieron a una persona vestida con una bata blanca, montado en bicicleta, que se dirigía hacia ellos. Cuando llegó a su altura se detuvo. Pudieron observar que tenía una calva prominente y nariz pronunciada. Llevaba en el bolsillo de la bata varios boligrafos rojos, así como un compás (también de color rojo), y una calculadora.

 

- ¿Quién eres?¿Qué quieres?- preguntó Eric, desconfiando del extraño.

 

- Vamos, vamos. No me irás a decir que no puedes reconocerme- respondió el otro.

 

- No.

 

- Mi nombre es Rea.

 

- ¡Ah, coño!- exclamó Astarté- ¡Tú eres el P. Rea!

 

- Vamos, vamos, no uses ese vocabulario, muestra de una enorme falta de educación y respeto que no debiera darse entre vosotros, los jóvenes, ya que ,como nos demuestra la operatoria matemática...

 

- ¡Corta el rollo y habla!- le interrumpió Eric- ¿Cómo podemos atravesar el castillo de Jhonny?

 

- Acompañadme hasta el próximo mesón y allí podremos hablar tranquilamente, mientras degustamos unos sabrosos roscos.- dijó el P. Rea, dando por terminada la conversación, y continuando el viaje.

 

 

Sólo la venganza les impulsaba a continuar la marcha: necesitaban matar a Jhonny Travolti con sus propias manos, o de lo contrario jamás vivirían en paz. Pero llevaban semanas y semanas andando, sin haber descansado, y estaban exhaustos. El mesón del que habló el P. Rea parecía no estar en ninguna parte. Por fin un día, tras muchas horas dando vueltas sin encontrar nada, se decidieron a preguntar a un anciano que estaba sentado en una piedra sin otra ocupación que observar todo lo que ocurría a su alrededor. Como el P. Rea no quería hablar, le preguntaron a él. Éste les indicó que el mesón estaba allí cerca, y que en él se comía y dormía muy bien a un precio bastante razonable. Tras indicarles el camino y cuando ya se estaban despidiendo, con una sonrisa maléfica en los labios, les aconsejó que visitaran también el bar. Este último comentario, y sobre todo el tono con el que lo había dicho el anciano despertó en ellos la curiosidad, e incluso un cierto temor...

 

Apenas un cuarto de hora después el dueño de aquel mesón, un tal Don Egal, les recibía. Habían observado atentamente el edificio antes de entrar, pero todo él les había parecido de lo más normal, un tanto vulgar incluso, pero el hambre hizo que sin pensarlo más entraran. Don Egal les dijo que la cena tardaría un poco en servirse y les invitó amablemente a pasar al bar "a tomar una copa". En ese momento ambos se acordaron del anciano, de su comentario y de su maldita risita. Se miraron mutuamente y, como si de una jaula de leones se tratara, se aproximaron a la puerta del bar, la cual no tenía nada del otro mundo.

 

Eric, temblando, empuñó el pomo de la puerta y empujó. Quizás fuera por culpa del miedo que tenía, pero le pareció que la puerta pesaba más de diez toneladas. Cuando la puerta se abrió por completo Eric tuvo la impresión de estar observando un mundo diferente del que normalmente habitaba. En ese momento, el P. Rea, que había mantenido la boca cerrada hasta entonces, hasta tal punto que tanto Eric como Astarté se habían olvidado de él, dijo: "Allí dentro encontrareis la solución que estaís buscando, pero os puede reultar difícil salir, incluso imposible: y puede que incluso, una vez fuera, sufráis las consecuencias de vuestra sed de venganza".

 

Astarté, igual de curiosa que Eric, e igual de mosqueada también, no veía nada por que su compañero le tapaba, así que le dio un empujón y ambos cruzaron el límite.

 

Fue como entrar en la cuarta dimensión: de pronto sus mentes quedaron en blanco, y sus cuerpos sentían la necesidad de liberarse de todo, así que Eric y Astarté se quitaron todo aquello que era innecesario: cinturón, gorros, cadenas... hasta quedarse con una camiseta, unos vaqueros y unas zapatillas (muy bien conjuntadas, por cierto). No sabían muy bien por qué ni de qué, pero ambos se sentían libres. Ni siquiera su cuerpo, el cual es en muchas ocasiones una pesada carga, estaba presente para ellos. Se creían dos almas que se encontraban en un mundo ideal, perfecto, sublime. Quizás era la estupenda música que constantemente sonaba, o quizás la decoración de aquel lugar, o quizás las personas que allí había, las cuales se mostraban amables, a pesar de que ni Eric ni Astarté habían hablado con ellos.

 

No sentían necesidad de nada. Consideraban superfluo todo lo que en su anterior mundo les parecía vital. Ni siquiera pensaban en ningún tipo de droga para relajarse: ni alcohol, ni tabaco, ni alucinógenos, ni cafeína... nada. En ese momento sintieron estar en el paraíso que siempre habían querido encontrar, al que siempre habían querido evadirse. Tampoco necesitaban el sexo, pues éste es un placer corporal y su cuerpo ya no existía para ellos.

 

En un momento dado Eric recordó las palabras del brujo. Rapidamente le dijo a Astarté:

 

- ¡Astarté! ¡Hemos de buscar la clave para entrar en el castillo de Jhonny!

 

Pero Astarté no podía oírlo. Su éxtasis intradimensional la había evadido por completo de todo lo demás. Ella ya había olvidado a Amantis, a Rosanis, a Travolti, a Zintia, a Orome, a Shirley, incluso Eric ya sólo le parecía una simple imagen de su subsconciente, que, aunque ella sabía que existía realmente, su mente ya no captaba.

 

Eric se asustó al ver a Astarté en ese estado. Él era más fuerte y su deseo de venganza era demasiado intenso como para alejarlo de su mente. Eric aun era real. Sin perder un instante fue a buscar la clave, sin saber qué era ni cómo era. Todas las personas que estaban con él tenían el mismo aspecto que Astarté. Habían olvidado la realidad y vivían perdidos en ese laberinto mental.

 

Eric estaba a punto de darse por vencido, cuando una extraña luz de la que no se había percatado antes le llamó la atención. Se acercó más y más hasta que la luz le rodeó por completo. Es muy difícil explicar lo que le ocurrio en la luz. Sintió una presencia muy fuerte de una especie de ente. Eric, cuando salió de ahí, no podía explicar como eran las nuevas sensaciones que había percibido, sólo sabía que ya lo sabía todo. Ya sabía que tenía que hacer. Buscó a Astarté. Cuando la encontró ya sólo era un cuerpo que flotaba junto a los demás. La agarró del brazo y la arrastró hasta la salida. Abrió la puerta y sacó a su amada de ese supuesto paraiso que había reultado ser una trampa energética-temporal.

 

En el exterior del bar sólo pudo distinguir dos siluetas que reían despiadadamente. Al cabo de un rato los reconoció. Uno de ellos era Don Egal y el otro era el brujo P. Rea. Este último tenía una vasija de cristal con una estrella de nueve puntas y media en relieve. En esa vasija estaba atrapando lentamente el alma de Astarté. Eric no podía hacer nada. No podía moverse. En ese momento Astarté se volvió hacia él y susurró:

 

- Eric. Eric, ayúdame. No dejes que se me lleve.

 

Eric no podía hablar, no podía moverse, no podía evitar lo que estaba ocurriendo. Cayó en un estado de somnolencia. Antes de perder el conocimiento completamente todavía podía escuchar el susurro aterrado de Astarté: "Eric, socorro, es horrible. Eric, se me lleva, ayúdame. Eric, por favor. Eric, Eric, Eric..."

 

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