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La Historia Paranoica

CAPÍTULO 19: EL RESCATE DE ASTARTÉ

CAPÍTULO XIX.

 

 

Allí estaba Eric, tumbado en el suelo, cuando sintió que salía de ese ente en el que se había transformado. Algo tiraba de él hacia el suelo. Era una voz que se le hacía familiar pero no podía saber a quien pertenecía. Se sintió liberado, una niebla le envolvía. Pudo verse reflejado en un algo brillante. Sólo tenía los ojos y el cerebro, y parte de su médula espinal. Pasó por una serie de pruebas que casi le terminan de destruir y que atormentaron su alma, matándole de las formas más horribles sin que Eric llegara a morir, eternamente muriendo sin que llegara el descanso eterno. Finalmente llegó a unas mazmorras. Eran salas de torturas de las almas capturadas, estaba supervisado por el demonio Ber´al-ur, que se aparecía como un pequeño humano con bata blanca y armado de sus cationes demoznio. Decidió asomarse a una de las mazmorras y dado lo que vio, decidió que no quería que le atrapasen allí. Vio a un ser humano que tenía un agujero en un dedo del pie y que era retorcido y estrujado cual trapo de cocina, desangrándose eternamente. Otro estaba atado a una rueda que giraba eternamente, pero estaba atado a la llanta y giraba sobre unos clavos sin poder morir nunca. Otros dos que estaban en la misma mazmorra se devoraban mutuamente.

 

Eric se puso a pensar como podía salir de allí y rápido. En aquel momento supo cómo. Vio a un guardián que custodiaba una puerta y allí estaba el triunfo o el fracaso absoluto. Aprovechó un momento de despiste para avalanzarse sobre el guardián. Se enroscó en su cuello y empezó a intentar ahogarlo; pero entonces sucedió algo inesperado: comenzó a absorber su fuerza vital y alma. Tras esto los globos oculares de Eric se volvieron blancos y aquel ser quedó consumido en el suelo. Entonces oyó un grito inhumano y una nueva celda surgió a su lado. En ella estaba lo que quedaba del guardián que estaba ahogándose y descomponiéndose eternamente sin poder salir de allí ni poder morir. Traspasó el umbral de la puerta y se dio cuenta de que a su alrededor no había nada, bueno, sí, un jarrón, el jarrón del P. Rea, pero no había modo alguno de llegar hasta él. Pero otra vez se vio envuelto en aquella luz. Estaba harto de que alguien fuera antes que él y se dejara siepre la luz encendida. Pero esta vez sirvió de algo, le elevó hasta la altura del jarrón, que era de cristal. Allí pudo ver miles de almas. La luz se hizo más intensa, incluso le llegó a doler. Cuando pudo ver de nuevo se encontró con su cuerpo más o menos normal, estando todavía en la cueva en la que había dejado a Ulmo. Bueno, fuera, porque la cueva no existía, la montaña se había hundido y Ulmo, con toda la poción de pitt-u.f.o.s había quedado sepultado bajo toneladas de piedras. De nuevo apareció aquella voz, extraña y conocida a la vez. Le entregó una espada: la "Ensangrentada". La voz le dijo entonces que el poder de la poción ya no era activo en él ni lo volvería a ser, que no podría volver a usar ningún artilugio ni potinge mágico, salvo ese absurdo anillo. Le dijo además, que ahora era esclavo de aquella espada y que la espada lo era de él.

 

De repente algo surgió a sus espaldas: era P. Rea. Este sacó su espada, era roja, dijo algo sobre unos roscos, pero no le hizo caso.

 

La Ensangrentada saltó a la mano de Eric y detuvo instintivamente el ataque de aquella espada. Una corriente de energía pasó por las espadas, la Ensangrentada brilló con un extraño brillo verdoso. El paisaje se fue difuminando al igual que P. Rea. Eric volvía a estar en la nada, pero esta vez era una nada oscura, insondable. Poco a poco escuchó un sonidillo familiar. Era el local de Don Egal. Todos los cuerpos estaban allí. Eric quitó de en medio a Astarté sacándola fuera. Y abrió el jarrón tirándolo al suelo (dicho de otro modo, lo rompió), sacó la espada y fue matando a los allí presentes conforme las almas llegaban a sus cuerpos. A algunos les traspasaba la traquea con su nueva espada conectando dos cuerpos haciendo que las almas sufrieran el doble. A otros los ensartaba en su espada metiéndola en vertical introduciendo el brazo hasta el codo. Al cabo de unos minutos Eric salió de aquella sala e invitó a Astarté a unos sesos frescos y prometió que ya le explicaría lo que había ocurrido, pero antes comerían, le dijo qque había visto a Travolti en una celda del infierno eterno y había conseguido el mapa del castillo de Tarantizno. Pero todo se lo explicaría más detalladamente.

 

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