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La Historia Paranoica

CAPÍTULO 21: EN BUSCA DE TARANTIZNO

CAPÍTULO XXI.

 

 

Astarté intentaba pensar, aunque sin llegar al extremo en que lo hacía Eric: "El Uranio provocará una reacción de combustión que hará que x moles de reactivos se transformen en x moles de productos... ¡A la mierda!" Viendo que no llegaba a nada concreto, Astarté decidió utilizar el uranio de una manera más contundente y efectiva: tras romperlo en pedazos de un simple puñetazo, comenzó a lanzárselo por partes a aquellas extrañas criaturas. Tal era su fuerza que Astarté acabó con ellas sin que Eric sufriera ningún daño físico, que no psíquico ya que debido a su estúpido machismo se sentía herido por el hecho de haber sido salvado por una mujer. Tras comprobar el alcance de su gesta, Astarté se creyó superior a cualquier ser humano y vociferó: ¡Cindy Schiffer ha muerto, viva la Übermädden!" Esta actitud prepotente enfadó a Eric, quien en un alarde de fuerza y autoridad exigió a Astarté que se retractara. Esta se sintió intimidada y obedeció como un corderito.

 

Tras esta estúpida conversación-situación que no les sirvió más que para perder el tiempo, Eric y Astarté emprendieron el camino a ritmo ligero pues no tenían un minuto que perder. Tras cuatro meses de larga marcha, mientras comían algo durante una de sus escasas paradas, ambos protagonistas se miraron a los ojos intentando buscar respuesta para una pregunta: ¡¡¡¿¿¿A dónde cojones vamos???!!! El shock que siguió a dicha situación es más que previsible: se estuvieron otros cuatro meses allí petrificados con cara de tontos. Cuando por fin se recuperaron, les fueron necesarios otros cuatro meses para encontrar la respuesta, pero al final lo consiguieron: ¡¡Sabían lo que querían!! (matar a Tarantizno, por si algún estúpido no se había dado cuenta todavía).

 

Con la autoestima por los suelos tras comprobar que la gente no iba a coña cuando les llamaba "tontos del culo", pero con la moral alta pues creían que saliendo victoriosos de esta situación pasarían a ser algo importante dentro de la jerarquía de la sociedad capital-social-comunista en que vivían (o algo por el estilo en lo que se imaginaban), se encaminaron, esta vez sí, hacia el castillo de Tarantizno.

 

Como tenían cuatro meses de marcha, pues aprovecharon para hacer cosas que siempre habían querido hacer pero para lo que nunca habían tenido tiempo, como contar el número de estrellas que hay en el firmamento o calcular la velocidad media en que crece el pelo a lo largo de la época estival, temas realmente apasionantes que preocupan a todo filósofo que se precie.

 

Inmersos como iban en sus "pensamientos", no se percataron de unas criaturas que allí había. Ellos seguían acercándose sin ser conscientes de nada. De repente, todas aquellas masas se abalanzaron sobre Eric, que sostuvo su espada con fuerza. Astarté contemplaba la escena horrorizada. Tenía que hacer algo. Miró a su alrededor. Allí vio... ¡una piedra de uranio! ¡Justo lo que necesitaba! La lucha estaba servida...

 

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