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La Historia Paranoica

CAPÍTULO 22: REENCUENTRO CON ZINTIA

CAPÍTULO XXII.

 

 

Astarté cogió la piedra de uranio y, junto a Eric se enfrentaron a aquellos monstruos. Se limitaron a despedazar a aquella patrulla del infierno sirvientes de Tarantizno. De pronto Astarté tiró la piedra al suelo y comenzó a retorcerse de dolor.

 

- ¿Qué te pasa? - preguntó Eric.

 

- No sé. Me duele todo, no puedo moverme, siento... siento que me duplico, que explotó. ¡Eric! ¿Qué me está pasando...?

 

En ese instante se hizo un silencio tenebroso, horroroso, misterioso; Astarté explotó, se esparció y luego se condensó, se licuó y resucitó en forma de "o". Se había transformado en un círculo de un metro de diámetro, con dos ojos en lo más alto, un brazo a cada lado y una boca enorme.

 

- ¿Qué me ha pasado Eric?

 

De pronto surgió una voz que parecía venir del más aquí y comenzó a hablar: "Astarté, has caído en la maldición del uranio enriquecido ilegalmente con los fondos reservados para el desarrollo de la humanidad, el comercio y la sanidad en los países situados en el primer bisector de la zona norte del planeta, según la cual el que abuse de su utilidad lo condena a convertirse en un donut hasta que alguien, por amor verdadero, te quite la virginidad. Sólo entonces podrás recuperar tu forma original y ser normal".

 

- ¿De qué vas? Si yo ya no soy virgen - protestó Astarté.

 

"Huy, que putada..."

 

- ¡Alto! - exclamó Eric - Debe haber alguna solución para este problema.

 

"Bueno, puedes cambiar tu donut por otra acompañante hasta que pienses la forma de recuperarla".

 

Eric estuvo de acuerdo. Se oyó un gran estruendo y empezó a llover. De pronto un rayo cayó sobre Astarté despedazándola en mil pedazos, esparciéndose por todos lados. En su lugar apareció un montón de humo, de donde poco a poco se comenzó a vislumbrar una silueta. Era una silueta femenina de un metro sesenta y un cuerpo acojonante. Eric se estaba poniendo cachondo cuando el humo se disperso y pudo ver a la dueña de dicho cuerpo.

 

- ¡Zintia! ¿Qué haces aquí? ¿Cómo es posible? ¿Pero, cómo, esto... ¡Cuanto me alegro de verte! - dijo Eric, confundido.

 

- ¡Pues yo no! Jo, chico, con lo bien que me lo estaba pasando yo en el castillo de Tarantizno y ahora apareces tú y me chafas el plan. Mira que eres patas. Y pensar que estuve a punto de casarme contigo, mira que eres... ¡Pero mírate! ¡Todo músculo, nada de grasa! ¡Pero tú crees que me podría haber casado con un anabolizante! - replicó Zintia.

 

- Pero Zintia, yo..., sólo quiero vengar la muerte de tu padre - se defendió Eric.

 

- ¡Y a mi qué me importa ese viejo! - exclamó, ante la sorpresa de Eric, Zintia - Si gracias a su muerte he encontrado la libertad y el placer.

 

- ¡Oye! Que era tu padre.

 

- ¿Y?

 

- Pues...

 

- ¿Qué?

 

- ¡No!

 

- ¡Aaah!

 

- Pero aun y todo te vienes conmigo a matar a Tarantizno.

 

- ¡No, no y no! Yo no voy contigo ni al altar.

 

- Jo, Zintia, si nos ibamos a casar.

 

- ¿Te crees que no sé que te has estado tirando a Astarté, pedazo bobo cornudo?

 

- ¿Cornudo?

 

- ¿Tú?

 

- ¿Cómo?

 

- ¿Por qué?

 

- ¿Sí?

 

- Claro.

 

- Joe...

 

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