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La Historia Paranoica

CAPÍTULO 23: LA MUERTE DE ZINTIA

CAPÍTULO XXIII.

 

 

Tras siete horas, treinta y dos minutos y quince segundos de conversación absurda, durante los cuales sólo se dijeron monosílabos, Eric lo vio todo claro.

 

Comprendió que Zintia tenía que ser la traidora, la culpable de todo lo ocurrido, el enlace de Tarantizno. Todo encajaba. Justo unas horas antes de que Apolo muriese Zintia se enrrolló con Eric para ganarse su confianza. Ella mató a su padre, no sólo por orden de Tarantizno, sino porque en en realidad le odiaba, ya que no le dejaba ver las películas pornográficas de Kanal Pus. Se fue pronto a su casa aquella tarde, para preparar el asesinato, con la excusa de tener que ayudar a su madre a preparar la cena. Sin embargo, aquella noche encargaron una pizza. Por consiguiente, le mintió. Además, que Zintia matase a su padre explicaría el hecho de que llevara en sus manos una motosierra ensangrentada cuando fue a buscar a Eric aquella noche.

 

Eric también dedujo que Zintia no sólo era esclava de Tarantizno, sino que además era su amante. Por eso no había huido con Astarté cuando ella escapó del pueblo. Y por eso le brillaron los ojos de alegría y entusiasmo cuando él la dejo plantada en el altar. Eric nunca había conseguido justificar aquel brillo de un modo lógico. Nunca..., hasta entonces.

 

Finalmente, también comprendió que si Zintia estaba allí era por orden de Tarantizno, para distraerlo y hacerle perder el tiempo, mientras el concluía su pérfido y diabólico plan. También supuso que Zintia iba a matarlo, basándose, principalmente, en el bazooka multidireccional con mira telescópica con el que le apuntaba entre los ojos desde hacía unos minutos.

 

Eric reaccionó rápidamente. Desenvainó la Ensangrentada y la ensangrentó. De un solo golpe reventó la cabeza de Zintia, cuyo cuerpo, tras dar unos pasos tambaleantes, cayó desplomado sin vida.

 

Eric recogió los trocitos de Astarté en un tarro de cristal que encontró tirado por ahí y se lo guardó en el bolsillo con la esperanza de poder recomponerla algún día. Después decidió coger el bazooka, por si le resultaba de utilidad en el futuro, y se lo guardó en el bolsillo trasero del pantalón.

 

Lo que Eric no se imaginaba es que poco después de que abandonara la explanada donde había matado a Zintia, su cuerpo descabezado se iba a levantar y a perseguirlo para acabar con él.

 

 

Eric, ajeno a esta movida, se dirigía hacia el castillo de Tarantizno para acabar con esta historia en dos patadas. Pero las dificultades no habían acabado todavía. Frente a él apareció una silueta muy familiar.

 

- ¡Shirley! - exclamó Eric - pensé que no te volvería a ver.

 

- Es increible que hayas llegado tan lejos - le respondió Shirley - Jamás lo hubiera imaginado de un ser raquítico, patético y mononeuronal como tú.

 

- Ya ves, soy una caja de sorpresas.- replicó Eric - De hecho, tengo una sorpresita para ti.

 

- ¿Para mí? ¡Qué emoción! - dijo, en tono irónico, Shirley - ¡Nada te va a ayudar ahora, voy a acabar contigo de una vez por todas, y cuando lo haga, desearías no haberme conocido nunca! - añadió con voz amenazadora.

 

- Es que es un arma... - explicó Eric.

 

- ¿Un arma? Deja que me ría. ¿Qué es? ¿Un desparticularizador subgenerativo plasmático? ¿Un proyector de ondas gamma? ¿Un bazooka multidireccional con mira telescópica?

 

- ¡Bingo!

 

Y, dicho esto, Eric desenfundó su arma, apuntó y apretó el gatillo. El proyectil alcanzó su objetivo, el cual estalló y se fue por varias direcciones a la vez.

 

Eric dejó escapar un grito de euforia, que acabó convirtiéndose en uno de desesperación y terror cuando vio lo que estaba ocurriendo. Los pedazos de Shirley ardían y se juntaban para formar una masa incandescente. Riendo lugubremente, aquel ser de fuego lanzó varias bolas de esa misma naturaleza hacia Eric, alcanzándole de pleno, y dejándole algo quemado.

 

Cuando Eric ya pensaba que aquello era el fin, y Shirley se disponía a darle el tiro de gracia, algo pasó.

 

El cielo se oscureció. Un ruido, leve primero, ensoredecedor después, los abrumó. El suelo comenzó a temblar y ambos pudieron ver como un conjunto de luces de los más diversos colores se iba acercando más y más hasta ponerse a su altura, ocultando el firmamento de la vista de Eric. Un foco de luz descendió sobre Shirley. Esta lanzó un alarido escalofriante y Eric pudo observar que aquel aparato la estaba abduciendo. Shirley penetró en la nave y ésta se marchó a gran velocidad hacia su mundo.

 

Era prácticamente de noche. Eric se quedó mirando fijamente a las estrellas del cielo. "¡Vaya! Parece que ahí arriba, en Thor sabe que galaxia, hay amigos." pensó.

 

De pronto, oyó pasos tras él. Se dio la vuelta justo a tiempo para ver com un ser sin cabeza se abalanzaba sobre él, apretándole el cuello y ahogándole. La cara de Eric comenzó a amoratarse. Eric miró a su alrededor y vio... ¡una piedra de uranio! ¡Justo lo que necesitaba! Sin embargo... estaba fuera del alcance de su mano izquierda; por lo que se conformó con el canto rodado que tenía junto a su mano derecha y lo utilizó para golpear a Zintia en el estómago y quitársela de encima. Eric se incorporó y miró asqueado la aberración con la que había estado a punto de casarse. Estos pensamientos le hicieron estar a punto de desvanecerse, pero se recuperó. Zintia también se recuperó y volvió a atacar, pegando puñetazos y patadas a Eric, el cual intentaba en vano evitar los golpes. Entonces Eric pensó en un modo de matarla que no podía fallar. En el preciso instante en que Zintia levantaba la mano para golpear a Eric, éste alargó la mano y la metió por el agujero del cuello. Rebuscó, tropezando con tráqueas, faringes, y bichos variados, hasta que por fin encontró el corazón. Lo agarró fuertemente y tiró hacia fuera violentamente. Sujetó el corazón de la que antes hubiera sido su amante en alto. Todavía latía. Con su mano lo estrujo y se lo comió. Zintia murió en el acto. Eric también se la comió a ella, disfrutando de una relajante y merecida cena en su compañía.

 

Tras caminar unas pocas semanas por fin llegó a Komer, las tierras de Tarantizno. Ahí, a lo lejos, distinguía la silueta del castillo del tirano. Sin embargo, Eric, subido en una colina como estaba, tenía la impresión de que algo o alguien iba a retrasar nuevamente su venganza.

 

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