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La Historia Paranoica

CAPÍTULO 24: ENTRENANDO LA ENSANGRENTADA

CAPÍTULO XXIV.

 

 

Allí estaba Eric, con la mirada puesta en el valle, con un montón de piedras de uranio alrededor. Debido a su acción en ese valle se había creado un extraño doble interdimensional y estaba donde nunca estaría y nunca llegaría al castillo de Tarantizno por el camino del valle, pero eso no lo sabía Eric.

 

Comenzó a bajar por la ladera, cuando notó que nada le sujetaba al suelo, y que un vacío infinito se había abierto en el suelo, por el que comenzó a deslizarse. Se trataba de una especie de embudo dimensional que desmolecularizó a Eric, el cual quedó reducido a una mínima línea de partículas. Finalmente volvió a ser el mismo, lo habían remolecularizado, pero lo habían hecho a diez metros del suelo: "¡Aaaaaah!" gritó Eric mientras caía. Cuando llegó al suelo lo noto algo durillo. Vio a unos extraños seres que se reían mientras se arrancaban unos a otros los brazos y las piernas. A su lado apareció un extraño individuo que vestía completamente de negro. Decidió que lo mataría más tarde. El hombrecillo lo acompañó en su camino.

 

Por el camino encontrarón un mendigo que debido a una paliza de las gentes del pueblo había quedado tetraplejico y arrastraba las piernas, andando con los brazos. La piel de las piernas no existía, los músculos se le estaban pudriendo así que decidieron poner fin a su sufrimiento, para lo que tuvo que sufrir primero un poquito más de lo normal. Eric manejaba la Ensangrentada en círculos. Cuando el mendigo alzó la mano y sus dedos se pusieron en contacto con el filo de la espada, éstos comenzaron a saltarle en pedazos. El extraño hombre vestido de negro sacó un báculo y apaleó a aquel desgraciado ente medio humano. Cuando Eric estaba llegando al codo el otro atacante golpeó en el abdomen a aquel ser que se dejo caer en el suelo y escupió una larva humana, que latía. Se podía ver con claridad todos los órganos a pesar del líquido rojo verdoso que lo cubría. La piel del cuerpo había quedado totalmente estrujada e inservible, arrugada, como pasada.

 

Entonces apareció otro ser totalmente amarillo con un báculo metálico en la mano. Con ese bastón intentó acabar con la larva antes de que desapareciera en el suelo. Esto, a la larva, no le hizo mucha gracia, por lo que comenzó a subir por el báculo hasta alcanzar el cuerpo y lo traspasó de lado a lado, subiendo por el brazo y siguiendo por todo el cuerpo. Eric, al oir los gritos de dolor y ver la cara de angustia del ser amarillo, comenzó a reírse hasta quedarse sin respiración. Entonces le explicaron que la larva se estaba alimentando de su cuerpo y de su alma y que no encontraría descanso ni en la muerte, y que, si no se alejaba del más aquí y volvía a su realidad, la larva le seguiría cuando se desarrollara. El aspecto consumido de aquel extraño cuerpo amarillo no le hizo mucha gracía a Eric, así que decidió salir de allí cuanto antes y matar a Tarantizno.

 

Junto con su nuevo compañero, llegaron a una ciudad, donde el hombre de negro se dedicó a buscar alojamiento. Mientras, Eric se quedó en una tabernucha, practicando su deporte favorito, la matanza en grupo. Se dedicó a desmembrar a gente, desencajar cráneos, comer ojos, cortar cabezas, arrancar tripas, etc... Cuando terminó con todo ser vivo de la taberna cogió un cuerpo decapitado y metió la mano por el hueco. Notó algo distinto a lo que sintió cuando hizo lo mismo con Zintia. Al principio no le dio importancia, pero al llegar a la altura del corazón cayó en la cuenta de su error. Algo le había mordido la mano. Al sacarla vio una pequeña cabeza monstruosa, acompañada de un cuerpo mezcla de gusano y araña, que intentaba arrancarle la mano, a la vez que absorbía su fuerza vital. Consiguió arrancarse aquel bicho asqueroso antes de quedarse manco y conjuró el fuego con su anillo para asarlo. Repitió este tratamiento con todos los cuerpos que parecían tener este parásito. Más tarde descubrió que era una costumbre del lugar enterrar a los muertos con aquellas craturas dentro para que se dedicaran a comer todos los órganos internos, para así, de este modo utilizar luego la piel para hacer botas. Eric, después de agenciarse varios pares de botas de este tejido tan especial, así como una chupa, también de piel humana, hizo una gran hoguera y se puso a cenar tripas humanas, plato que llevaba sin degustar desde que abandonó Amantis.

 

Cuando llegó a la posada donde le esperaba el extraño ermitaño vestido de negro, se metió a dormir. Entonces el colchón se hundió y comenzó a caer desde ochenta y cinco metros de altura a otra cueva mientras decía: "Ya caigo, ya caigoooo..."

 

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