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La Historia Paranoica

CAPÍTULO 19: EL RESCATE DE ASTARTÉ

CAPÍTULO XIX.

 

 

Allí estaba Eric, tumbado en el suelo, cuando sintió que salía de ese ente en el que se había transformado. Algo tiraba de él hacia el suelo. Era una voz que se le hacía familiar pero no podía saber a quien pertenecía. Se sintió liberado, una niebla le envolvía. Pudo verse reflejado en un algo brillante. Sólo tenía los ojos y el cerebro, y parte de su médula espinal. Pasó por una serie de pruebas que casi le terminan de destruir y que atormentaron su alma, matándole de las formas más horribles sin que Eric llegara a morir, eternamente muriendo sin que llegara el descanso eterno. Finalmente llegó a unas mazmorras. Eran salas de torturas de las almas capturadas, estaba supervisado por el demonio Ber´al-ur, que se aparecía como un pequeño humano con bata blanca y armado de sus cationes demoznio. Decidió asomarse a una de las mazmorras y dado lo que vio, decidió que no quería que le atrapasen allí. Vio a un ser humano que tenía un agujero en un dedo del pie y que era retorcido y estrujado cual trapo de cocina, desangrándose eternamente. Otro estaba atado a una rueda que giraba eternamente, pero estaba atado a la llanta y giraba sobre unos clavos sin poder morir nunca. Otros dos que estaban en la misma mazmorra se devoraban mutuamente.

 

Eric se puso a pensar como podía salir de allí y rápido. En aquel momento supo cómo. Vio a un guardián que custodiaba una puerta y allí estaba el triunfo o el fracaso absoluto. Aprovechó un momento de despiste para avalanzarse sobre el guardián. Se enroscó en su cuello y empezó a intentar ahogarlo; pero entonces sucedió algo inesperado: comenzó a absorber su fuerza vital y alma. Tras esto los globos oculares de Eric se volvieron blancos y aquel ser quedó consumido en el suelo. Entonces oyó un grito inhumano y una nueva celda surgió a su lado. En ella estaba lo que quedaba del guardián que estaba ahogándose y descomponiéndose eternamente sin poder salir de allí ni poder morir. Traspasó el umbral de la puerta y se dio cuenta de que a su alrededor no había nada, bueno, sí, un jarrón, el jarrón del P. Rea, pero no había modo alguno de llegar hasta él. Pero otra vez se vio envuelto en aquella luz. Estaba harto de que alguien fuera antes que él y se dejara siepre la luz encendida. Pero esta vez sirvió de algo, le elevó hasta la altura del jarrón, que era de cristal. Allí pudo ver miles de almas. La luz se hizo más intensa, incluso le llegó a doler. Cuando pudo ver de nuevo se encontró con su cuerpo más o menos normal, estando todavía en la cueva en la que había dejado a Ulmo. Bueno, fuera, porque la cueva no existía, la montaña se había hundido y Ulmo, con toda la poción de pitt-u.f.o.s había quedado sepultado bajo toneladas de piedras. De nuevo apareció aquella voz, extraña y conocida a la vez. Le entregó una espada: la "Ensangrentada". La voz le dijo entonces que el poder de la poción ya no era activo en él ni lo volvería a ser, que no podría volver a usar ningún artilugio ni potinge mágico, salvo ese absurdo anillo. Le dijo además, que ahora era esclavo de aquella espada y que la espada lo era de él.

 

De repente algo surgió a sus espaldas: era P. Rea. Este sacó su espada, era roja, dijo algo sobre unos roscos, pero no le hizo caso.

 

La Ensangrentada saltó a la mano de Eric y detuvo instintivamente el ataque de aquella espada. Una corriente de energía pasó por las espadas, la Ensangrentada brilló con un extraño brillo verdoso. El paisaje se fue difuminando al igual que P. Rea. Eric volvía a estar en la nada, pero esta vez era una nada oscura, insondable. Poco a poco escuchó un sonidillo familiar. Era el local de Don Egal. Todos los cuerpos estaban allí. Eric quitó de en medio a Astarté sacándola fuera. Y abrió el jarrón tirándolo al suelo (dicho de otro modo, lo rompió), sacó la espada y fue matando a los allí presentes conforme las almas llegaban a sus cuerpos. A algunos les traspasaba la traquea con su nueva espada conectando dos cuerpos haciendo que las almas sufrieran el doble. A otros los ensartaba en su espada metiéndola en vertical introduciendo el brazo hasta el codo. Al cabo de unos minutos Eric salió de aquella sala e invitó a Astarté a unos sesos frescos y prometió que ya le explicaría lo que había ocurrido, pero antes comerían, le dijo qque había visto a Travolti en una celda del infierno eterno y había conseguido el mapa del castillo de Tarantizno. Pero todo se lo explicaría más detalladamente.

 

CAPÍTULO 18: MÁS AVENTURAS EN EL LABERINTO

CAPÍTULO XVIII.

 

 

Un técnico de limpieza del laberinto, encargado de recoger cadáveres y de limpiar la sangre, pisó una mierda en el suelo. Se extrañó mucho de la presencia de ese agente extraño. La recogió, la probó, no le gustó y la tiró al desagüe.

 

El zurruto cayó y cayó de un modo indeterminado y finalmente fue a parar en un taller de arte, concretamente sobre la cabeza del profesor, llamado Jepeto. Este, al notar el tufillo, le dieron nauseas y vomitó sobre la mierda. La boñiga, además de asco, también le dio inspiración. Reunió la mierda, el vómito y un poco de arcilla y modeló una figura humana. Cual no sería su sorpresa cuando esa figura se movió y habló.

 

- ¿Qué ha pasado? - preguntó.

 

- ¿Quién eres tú? - preguntó, a su vez, el maestro Jepeto.

 

- Soy Eric de... bueno, la verdad es que ya no estoy seguro de quién o qué soy.

 

- Yo diría que eres un mierdas...- comentó un alumno.

 

- ¿Qué te ha pasado? - preguntó otro alumno.

 

Eric les contó su historia. La reacción de los alumnos fue explosiva:

 

- ¡De cagarse!

 

- Menudo marrón, colega.

 

- Eso sí que es una cagada.

 

- ¡Basta de cachondeo! - gritó Eric, exaltado - ¡Tengo que encontrar a Travolti! ¿Cómo salgo de aquí?

 

- El baño está al fondo a la derecha - le informó otro alumno.

 

Y entre carcajadas Eric se marchó de ese taller y continuó su camino por el túnel dejando tras de sí un aroma característico.

 

 

Al cabo de unas horas se encontró con una bifurcación. Eric no sabía que camino escoger, si derecha o izquierda. Además, ya no se fiaba del anillo. Así que decidió preguntarselo a un centinela que había por allí.

 

- Coge el camino de la izquierda.- le dijo.

 

Y Eric salió corriendo por el camino de la izquierda, dispuesto a acabar con Travolti en pocas horas. Ochenta días después, agotado, muerto de sed y de hambre se encontró otra vez con el centinela.

 

- ¡Andá! ¿Qué haces tú aquí otra vez? - preguntó extrañado el centinela.

 

- Yo... el túnel... Travolti.

 

- ¿No habrás cogido el camino de la izquierda, verdad?

 

- Claro, el que me dijiste.

 

- ¿Te dije el de la izquierda? Que fallo más tonto. Ya puedes perdonar. Quería decir el camino de la derecha. El otro da la vuelta al mundo y... oye, ¿qué te pasa en la cara?, te has puesto rojo, y echas humo, y la sustancia de la que estás formado comienza a derretirse, y..., y... ¡¡¡Uaaaah!!!

 

Eric se había cabreado considerablemente y había saltado sobre el centinela. Le dio puñetazos hasta que se ablandaron los dientes y se le disolvieron los ojos. Después empezó a patearle el abdomen, hasta que sus vísceras hicieron un bultito en la espalda. Prosiguió saltando sobre él, dejándole el traje y el cerebro sin arrugas. Para acabar, lo trozeó con su yilet. Recogió los trocitos con una pala y los metió en una lata vacía de pimientos. La cerró herméticamente y se la dio a unos prisioneros que estaban encerrados en una jaula cercana, asegurándoles que era comida de excelente calidad. Los prisioneros, extrañados en un principio, se abalanzaron sobre la lata y se la comieron enterita.

 

Después de esto Eric tomó el camino de la derecha. Eran unas escaleras que iban hacia arriba. Eric no podía ver el final de la escalinata. Pero no se amedrentó. Lleno de renovadas energías y decisión empezó a subir, saltandolas escaleras de cinco en cinco. Varios días después empezó a cansarse y los subió de uno en uno. A las tres semanas ya se arrastraba y al cabo de unos meses decidió pararse a descansar.

 

- ¿Es qué esta escalera no se acaba nunca? - gritó, desesperado.

 

- No. - respondió, lugubremente, una voz.

 

- ¿Quién anda ahí?

 

- Bah, nadie, sólo soy una psicofonía.

 

- Ah... ¿qué le pasa a esta escalera?

 

- Suele ser complicado subir por una escalera mecánica de bajada... igual si la hubieras apagado antes de empezar a subir.

 

Eric, después de darse unos cuantos cabezazos contra la pared (por lo que tuvo que recomponerse un poco luego), apagó las escaleras y subió. Esta vez se le hizo mucho más corto, no tardó más de tres días.

 

Al final de la subida había un pasillo y al final del pasillo una pequeña ventana. Supuso que esa era la salida del laberinto y la entrada a los dominios de Travolti. Tan sólo una monja se interponía entre él y la ventana. Avanzó con decisión y empezó a pegar a la monja hasta dejarla tirada en menos de dos minutos en el suelo hecha un trapo. "Vaya, te creía más fuerte, Vatman", le dijo.

 

Tras este incidente, cogió carrerilla y saltó. Atravesó el cristal y... cayó. Cayó mucho y durante mucho tiempo. "Tengo una extraña sensación de "dèja-vu"" pensó para sus adentros. "Hasta aquí todo va bien, hasta aquí todo va bien" se decía a sí mismo para tranquilizarse. "Lo malo no es la caída, sino el aterrizaje." Finalmente, Eric llegó al suelo (¿O el suelo llegó a Eric?). Se hizo un plastón contra el suelo, pero se regeneró rapìdamente gracias a la elasticidad de su nueva constitución. Miró hacia delante. ¡Oh, no! ¡No podía ser! ¡Estaba otra vez en el túnel!

 

CAPÍTULO 17: LA DEGENERACIÓN TOTAL DE ERIC DE AMANTIS

CAPÍTULO XVII.

 

 

Eric consiguió recuperar la respiración y la compostura. Una vez tranquilizado decidió continuar su camino por el tunel. En eso estaba cuando el túnel desapareció, dando lugar a una cueva inmensa, en la que se asentaba un pueblecillo miserable. Todas las chabolas estaban semiderruidas, sus habitantes caminaban entre harapos y suciedad. Sólo se oían lamentos y quejidos. La desesperación y la miseria acechaban en cada esquina.

 

Ante esta imagen, Eric no pudo evitar desternillarse de risa. Pero se calmó cuando vio la fiera mirada de los habitantes del pueblo. Naturalmente, se trataban de esclavos de Travolti. Una anciana se acercó a Eric. Su aspecto era patético y decrépito. Eric logró aguantar sus nauseas. La anciana le habló:

 

- Por favor, joven, ayúdeme.- le rogó.

 

- Vale, si quiere la eutanasia.- respondió Eric.

 

Dicho esto le partió el cuello de un mordisco, muriendo la vieja en el acto. Un nativo, al parecer el alcalde, le echó una mirada inquisitiva.

 

- ¿Qué has hecho, desgraciado? - preguntó, notoriamente enfadado.

 

- Yo,... - se explicó, aturdido, Eric - Supuse que era una vieja que quería morir pero que no se atrevía a suicidarse y por eso la he ayudado, matándola.

 

- Tú eres bobo - le dijo el alcalde- esa mujer era una prostituta en paro, y lo que quería era que invirtieras en su negocio para ganarse unas monedillas.

 

- ¡Ops! - dijo Eric - lo siento mucho, no volverá a pasar.

 

Un rato después, mientras Eric buscaba un lugar resguardado y disimulado para liarse un peta, se le acercó una joven, guapísima, con un cuerpo que te pasas, morena, que se le dirigió en los siguientes términos:

 

- Por favor, joven, ayúdeme.

 

- Vale.- contestó Eric, y sin mediar palabra alguna se la tiró repetidas veces, hasta dejarla agotada en el suelo, sin aliento y sin habla.

 

Nuevamente se le acercó el alcalde, y le hizo una pregunta ya conocida por Eric:

 

- ¿Qué has hecho, desgraciado?

 

- Yo,... - se explicó, aturdido, Eric - Supuse que era una prostituta sin trabajo, que necesitaba ayuda financiera para salir adelante, y decidí invertir en su negocio. Ahora iba a pagar sus servicios.

 

- Tú eres muy bobo - le dijo el alcalde - esta mujer es una enferma de sida y lo que quería era que le aplicaras la eutanasia.

 

Estas palabras aturdieron más aun a Eric. Para vengarse del pueblecillo le prendió fuego. El pueblecillo ardía por los cinco costados, y sus habitantes corrían por las calles dando saltos mientras se calcinaban, para regocijo de Eric. Una vez extinguido el fuego se dedicó a acabar con los pocos supervivientes, y una vez hubieron muerto todos, siguió su camino.

 

Sin embargo, esa matanza no había sido suficiente para acabar con su preocupación. Suspiró y pensó (sí, sí, habéis leído bien, ¡pensó!): "Jo, si al menos tuviera un poco de caballo para meterme un pico". Acto seguido, se transformo en un hermoso corcel, bueno, en un caballo percherón corrientucho, tirando a feo. Se había olvidado de los efectos que la crema de pitt-u.f.o. realizaba sobre su organismo. Entonces Eric exclamó: "¡Qué mal! Si por lo menos tuviera un poco de chocolate para hacerme un porro..." Dicho esto, su cabeza adquirió la forma de pastillas de chocolate, para desesperación de Eric.

 

"¡Mierda!", pensó, "¡¡¡Noooooooooooo...!!!"

CAPÍTULO 16: PESADILLA

Eric estaba entusiasmado, por fin le pasaba algo bueno: ¡Su mala racha se había terminado! Tal era su euforia que se sintió lleno de energía y de vitalidad (incluso mejor que cuando comía "Voyicao"). Tuvo fuerzas para levantarse y empezar a andar erguido. Incluso se podía intuir que era una persona.

 

Cuando un rayo de sol le dio en la cara obligándole a cerrar los ojos para no quedarse ciego, Eric se creyó en el hombre más feliz sobre la Tierra (¡qué iluso!). Pudo acercarse hasta el castillo sin que los guardias le molestaran ya que estos huyeron despavoridos en cuanto asomó la cabeza por la entrada del túnel. Pero Eric se lo pensó mejor, y decidió tomarse unas vacaciones antes de intentar acabar con Travolti, al fin y al cabo se lo había ganado. Tomó el primer avión a Suiza y allí, en un balneario apartado del mundanal ruido, se recuperó (o por lo menos lo intentó). Los médicos consiguieron reconstruirle (siguiendo el tratado del doctor Anibal sobre la anatomía humana y sus propiedades culinarias), e incluso lo perfeccionaron, hasta tal punto que decidieron clonarlo para que así hubiera dos y conseguir de este modo salvaguardar un especimen tan perfecto en caso de que el otro la palmase definitivamente.

 

Eran tan sumamente perfectos, que no tuvieron ni que coger el avión para volver hasta el castillo: fueron corriendo para así "entrar en calor para la batalla". Recorrieron una distancia similar a la de ir tres veces de costa a costa de los Estados Unidos, fueron también campeones del mundo de ping-pong, fueron fuente de inspiración de John Lennon, descubrieron donde estaba Roldán... vamos, que ni Forrest Gamp.

 

Por fin llegaron al castillo, con todo un séquito de fans y admiradores detrás; y de listos que eran no les fue necesario ni idear un plan para atacar, su inspiración les guió, y así les fue. Antes de acercarse a escasos cien metros de la entrada principal, ya se habían dado tres o cuatro guarrazos, además, todos los fans habían muerto por su incompetencia. Vamos, que no eran tan listos como parecían. Visto el panorama decidieron pararse a pensar, pero la rehabilitación y posterior clonación habían sido tan cutres que el cerebro se les recalentó y empezaron a echar humo como si de un par de chimeneas se tratara, lo cual permitió que fueran detectados por los secuaces de Travolti, quienes, al ver a aquel par de personajes con el cerebro en proceso de combustión sufrieron un repentino ataque de compasión y decidieron invitarles a pasar dentro del castillo y comer algo mientras su escasa materia gris se solidificaba.

 

Cuando Eric y Eric´ estaban degustando los manjares que les habían ofrecido se miraron con un gesto de complicidad y atacaron por sorpresa a los dos únicos guardianes que les vigilaban. O sea, que al final no eran tan tontos ¿o sí? Ni siquiera ellos lo sabían, porque a las primeras de cambio metieron la pata al intentar salir del cuarto en que estaban por la ventana que daba al patio interior. La caída libre fue alucinante, y todavía lo fue más el hecho de que sus rostros entraran en contacto con el hormigón armado del suelo.

 

De repente Eric se despertó con la frente empapada de sudor, miró alrededor y comprobó que todavía estaba en el túnel y que sólo había tenido un sueño (pesadilla, paranoia, delirium tremens,... ¿qué más da?) Por si acaso se miró en un espejo y comprobó que era igual de asqueroso que antes, pero que por lo menos, no tenía un adoquín por nariz...

 

CAPÍTULO 15: EL LABERINTO DEL DEMIURGO

CAPÍTULO XV.

 

 

Eric abrió un ojo. El otro lo dejó cerrado por si las moscas, bueno, por si las arañas. Estaba inmovil. El dolor era hasta tal punto intenso que Eric no sentía nada. Quiso ponerse en pie, pero andar con su pezuña no le era del todo familiar y en la otra pierna tenía clavada una rama. Comprobó el estado de su rodilla. El diagnóstico fue algo acelerado pero muy concreto: eso no era una rodilla. Por si fuera poco su pierna se doblaba en todas las direcciones. Aquello parecía un quirófano a cuerpo abierto (o un funeral de cuerpo presente). Tiró con todas sus fuerzas de la rama. Esta se desprendió de la... masa de carne, pero los ligamentos, tendones, rótula, menisco, gemelos y tendón de aquiles quedaron enganchados. Eric intentó regenerarlos pero al ver que pasaba una bandada de murciélagos prefirió dejarlo para más tarde, por si acaso le salía una garra o algo así. Metió la mano por la rodilla y extrajo el poco resto de huesos que quedaba en su pierna. Después busco el tabique nasal de Ulmo y el de su contrincante, y los introdujo en el agujero. Ahora por lo menos su pierna se doblaba sólo hacia derecha e izquierda.

 

Entonces decidió continuar su camino. No podía andar, pero tenía que salir del laberinto y llegar al castillo que estaba ya tan cerca, así que se arrastró con ayuda de sus brazos. No le sirvió de mucho, porque enseguida se le desprendieron (tanto el de Algo como el suyo, ya que lo utilizó para reponer fuerzas). No le qudaba otro remedio: tenía que seguir con los párpados.

 

Al día siguiente Eric se cansó de arrastrarse. Miró hacia atrás y vio el cadáver de Ulmo que estaba a quince metros. Pensó que eso no era plan: "Ahora o nunca. Tengo los ojos llenos de heridas, no tengo brazos y tengo las piernas mutiladas. Tengo que regenerar al menos los brazos". Comenzó a concentrarse: "Brazos, brazos, brazos, brazos, brazos.... ¡¡Aaaaah!!" Eric miró el resultado. Tenía brazos, sí, pero por no especificar le salió el brazo derecho en el muñón izquierdo y viceversa. "Jolín, Astarté me va a ver un tanto cambiado". Alcanzó a coger un par de palos y entre ellos y su pezuña consiguieron hacerle avanzar.

 

Eric atravesó ríos, puentes, orcos, rocas, desfiladeros, gargantas... Había rodeado el castillo treinta y siete veces, pero no conseguía salir del laberinto. Justo cuando se estaba planteando construirse una casita y disfrutar unos días de la naturaleza, una voz siniestra le habló desde una sombra.

 

- ¿Qué pasa? ¿No encuentras la salida?

 

- Parece obvio, ¿no? ¿Quién eres?

 

- Bah, una sombra.

 

- ¿Una sombra? Qué raro, ¿no?

 

- Pues si te vieras tío... Bueno, bueno, a lo que iba: yo conozco la salida.

 

- ¿Conoces la salida, sombra? Dímela.

 

- Bueno, bueno, tanto como la salida no, pero puedo ayudarte.

 

- ¡Oh, eso sería estupendo!

 

- Pero antes... tienes que jurarme que me harás un favor. Verás: soy un alma errante. Estoy separada de un cuerpo, que está tirado por ahí. Tú tendrás que devolverme a mi cuerpo, sólo eso. Yo te diré cómo.

 

- Vale, pero cuando me enseñes el camino.

 

- Sígueme- dijo por fin la sombra.

 

Entraron en un agujero detrás de unos matojos y llegaron a una lóbrega sala. Allí había un cuerpo tirado.

 

- ¿Esta es la salida?- preguntó Eric impaciente.

 

- No. Mira, hay mil doscientos treinta y cuatro túneles posibles. Tendrás que acertar el correcto. Sólo hay una salida válida. Venga, devuelveme a mi cuerpo. Yo no puedo decirte cual es. Si lo hiciera moriría...

 

- No, no. Yo creía que me ibas a decir como salir y me lo has puesto muy difícil. Además, ¿qué pasa si no acierto?

 

- Ya verás que risa. Morirías. Pero eso da igual. Tú solo no habrías encontrado nada. Así que venga, devuélveme a mi cuerpo. Sólo tienes que tocar la frente del cuerpo y volveré a él.

 

- De acuerdo, pero teniendo en cuenta que no me has dicho todo lo que sabes... - entonces Eric sacó su Yilet Shensor Escell y cortó los párpados del cuerpo. Luego rasgó la superficie de uno de sus ojos. Después cortó los dedos y los tiró al suelo. Recogió las veinte uñas y se las clavó en las encías. Por último arrancó casi toda la piel del cuerpo y echó sal y pimienta en las heridas. Después de todo esto, tocó la frente del cuerpo.

 

- ¡¡¡¡Aaaaaaaaah!!!! - la sombra sufría infinitamente. Eric se dispuso a elegir uno de los túneles. Se le ocurrió una idea: dejaría que el anillo le guiara. Cerró los ojos, alzó el brazo derecho, o sea, el del lado izquierdo, y avanzó dejándose llevar. Cuando abrió los ojos vio que se había alejado de la entrada de los túneles y estaba a escasísimos centímetros de un profundo abismo. "Je, je, je... Me parece que cambiaré de estrategia" pensó razonablemente. Volvió atrás, donde la sombra sufría lo indecible dentro de su cuerpo.

 

- ¡¡Aargh!! ¡Por lo menos me quedará el consuelo de oírte morir en uno de los túneles- gritó la sombra. después palideció por completo: por su único ojo sano pudo ver que... ¡¡Eric había acertado!! Todavía le quedaba un largo túnel por atravesar, pero había acertado. La sombra no pudo soportar el dolor, tanto físico como moral, así que realizó un tremendo y sobrehumano esfuerzo para levantarse y corrió hacia el abismo, precipitándose en él. Eric oyó los últimos gritos de la sombra, muy complacido. Lo que él no sabía es que la sombra fue a parar a un lago situado al fondo del abismo, en cuyas aguas se transformó en un horrible monstruo alado que empezó a perseguir a Eric, el cual, ajeno a todo esto, continuaba su camino.

 

Llegó a un ensanchamiento del túnel. Hasta él no llegaba la luz del día pero estaba iluminado por una luz cegadora. Eric comprobó que se trataba de fuegos fatuos. Era una escena muy familiar. Después de comer algo de carroña siguió andando (o trotando, ya que la técnica del trote ya estaba dominada). Observó que a ambos lados del camino había celdas de prisioneros. Notó que algo se movía en una de ellas.

 

- ¿Quién está ahí?- preguntó, asustado, el prisionero.

 

- Soy Eric de Amantis- respondió Eric de Amantis.

 

- Sácame de aquí, por favor. Ayúdame- suplicó el prisonero, que estaba demacrado y malalimentado.

 

- No, te jodes - dijo Eric, y continuó su camino. Minutos más tarde el monstruo devoró al prisionero.

 

Eric avanzó mientras media milla y aumentó su ventaja sobre el monstruo, sin saber que existía. Se topó con una celda más grande que las demás. Le pareció oír gemidos. Miró dentro y vio que estaba llena de mujeres y niños. Al verle todos corrieron hacia los barrotes.

 

- Buen hombre, saquenos de aquí, se lo rogamos - suplicó una mujer muy fea, mientras los demás le miraban temerosos. Eric, en un principio, se echó a reír, pero luego se compadeció de ellos y decidió ayudarles, pero antes quiso asegurarse de que no eran seres malignos.

 

- ¿Quienes sois? - les preguntó.

 

- Somos los habitantes del laberinto. Se nos quitaron las tierras y se nos encerró aquí por negarnos a hacerle la cama a Travolti. Llevamos aquí sesenta y siete años- a Eric le pareció convincente. Después de todo, ¿quién se iba a inventar una cosa así?

 

- De acuerdo, os sacaré - dicho esto se dirigió a la puerta - ¡Ja, ja, ja! ¡La puerta estaba abierta!- Al oírlo algunos se suicidaron, otros se dieron contra las paredes y el resto, que eran un poco menos pesimistas, agradecieron a Eric la información.

 

- Buen hombre - dijo la fea - toma esta espada en agradecimiento.

 

- ¿Para qué la quiero?

 

- Pues para luchar con el monstruo - respondió ella, y se alejó corriendo con los demás.

 

- Eh, esperad, ¿qué monstruo? ¿Dónde hay un mons... mons... mons... ¡¡Aaaaah!!

 

Eric tomó la espada y decidió hacerle frente. No esperó a ser atacado. Corrió hacia la criatura con la espada en alto y trató de clavársela, con tan mala suerte que tropezó y cayó a sus pies. El monstruo levantó una de sus garras y aplastó a Eric contra el suelo. Eric sintió como la sangre que le salía por la boca se mezclaba con bilis y otras cosas de colores muy variados. Se zafó de su adversario y se alejó unos metros. Tenía que atacar pronto, pero le resultaba difícil en su estado. Trotó hacia el monstruo y esta vez consiguió agrandar con su espada el ombligo del monstruo. Este se enfureció e intentó reventar a Eric de un manotazo en el tórax, pero Eric estuvo más rápido y se agachó a tiempo. Extendió su espada y cortó una pata al monstruo. Rió contento, pero después vio que le había salido una pata nueva. Lo mismo pasó con una garra, un colmillo, la cabeza, un ala, y hasta las crestas. Eric quedó exhausto. Entonces empezó la ofensiva de su rival. Agarró a Eric y tomó sus brazos. Tiró con todas sus fuerzas de forma que el cuerpo de Eric comenzó a estirarse. Llegó un momento en el que sus vasos sanguineos estaba tan tirantes que se rompieron. Entonces el cuerpo de Eric adquirió un tono rojizo. El monstruo se dispuso a abrir a su víctima, pensando que ya no oprondía resistencia, pero se equivocaba. Eric hizo acopio de valor y de un rápido mandoble introdujo el filo de su espada en las fosas nasales del monstruo, que apabullado por el dolor, derribó a Eric con la garra. Eric fue a parar al otro lado de del túnel. Vio que el monstruo se volvía a levantar y que su cara estaba ya regenerada totalmente. No podía moverse, estaba atontado por el golpe, y el monstruo había echado a correr hacia él. "Es el fin. ¿Cómo voy a derrotarle si se regenera? Parece que hubiera tomado esa pomada de pitt-u.f.o.s... un momento..." Eric tuvo una revelación. Le quedaban pocos segundos para ser aplastado por el monstruo, así que seleccionó una de sus extremidades, la que menos le servía, es decir, la pierna con la rodilla inutilizada. Tomó la espada y la cortó rápidamente. El dolor no importaba. El monstruo tomó impulso: iba a dar el salto final. Justo cuando iba a aplastar a Eric, este alzó el muslo de la pierna cortada y pensó: "pierna, lanza, pierna, lanza..." El truco dio resultado. El monstruo quedó totalmente atravesado. Entonces Eric cortó la lanza de su cuerpo con su Yilet. El monstruo no podía regenerarse porque tenía la lanza clavada todavía, de modo que Eric había ganado. Vio como la criatura se disolvía y desparecía. Entonces se concentró e hizo aparecer de nuevo su pierna, como si siempre hubiera estado allí. Estaba listo para continuar su difícil camino. Se sentía triunfador. Era un héroe.

 

CAPÍTULO 14: LA MUERTE DE ULMO

CAPÍTULO XIV.

 

Tenían que pensar rapidamente cómo salir de la jaula, antes de que los escarabajos asesinos acabaran con ellos. Utilizaron el cuerpo de Rosanis como ariete. Sólo consiguieron romper un barrote, antes de que el cadáver se ablandara tanto que se empezó a derretir. El espacio resultaba insuficiente para permitir su salida. Dieron el cuerpo a los escarabajos para ganar un poco de tiempo. Mientras los insectos cubrían y devoraban el cuerpo de Rosanis ellos mordían los barrotes. Consiguieron salir justo antes de que los escarabajos fueran a por ellos. Lo que no habían pensado era que si ellos dos salían, los escarabajos también podrían salir.
- ¡Aaaaaah!- gritaron a la vez- ¡Estamos perdidos!
Por suerte los escarabajos se encontraron con las hormigas gorronas, que volvían de una dura jornada de trabajo en la oficina, y entablaron una lucha que acabaría con la extinción de ambas especies.
Eric y Ulmo se fueron corriendo hacia un camino. Aquel camino desembocaba en el Laberinto del Demiurgo.

 

Todo el camino estaba muy bien iluminado, gracias a unas antorchas muy curiosas que había a ambos lados del camino. Ulmo había recuperado toda su lucidez a pesar del golpe en el encéfalo, gracias a un poco de extracto de pitt-u.f.o. que encontró entre sus cosas. Percibió algo raro en esas antorchas, tenían algo extraño. Escaló por el palo de la más cercana hasta llegar cerca de las llamas donde reconoció a un cuerpo femenino. Chilló a Eric, el cual se encaramó al siguiente palo. Entoncés lanzó un grito de horror. Era una de las vírgenes de su pueblo. Pudo reconocer lo que quedaba del cuerpo de aquella impresionante morenaza con la que tan buenas tardes había pasado (tomando el té, o ¿qué creías?). Eric sintió dolor. Entre otras cosas porque se acababa de dar cuenta de que el palo estaba rodeado de alambre de espino para que no robaran los cadáveres. Poco después (cuando Eric dejó de gritar) oyeron unos pasos. Se escondieron en la copa de un árbol que había por ahí. Vieron que se trataba de unos pocos orcos, que seguramente habían salido en su busqueda al ver que ya no estaban en la jaula. Les prepararon una emboscada. Tocaban a tres para cada uno, un ratillo de diversión. Llegaron a su altura y los dos saltaron sobre sus sorprendidos perseguidores. Ulmo cayó con la espada sobre la cabeza del primero. Se pudo ver el resplandor del metal en la boca del orco y sus dos compañeros le acribillaron a flechazos intentando alcanzar a Ulmo. Las puntas de las flechas sobresalían del cuerpo del orco.
Simultaneamente, Eric saltó del árbol, pero se le enganchó el pie en una rama, se lo arrancó y cayó al suelo de morros, partiéndose seis dientes. Dos orcos se murieron de risa, al ahogarse con sendas moscas que se tragaron y que fueron a incrustarse en su faringe, impidiéndoles respirar. Ulmo propinó un golpe con la parte ancha de su espada proporcionándole dos cortes a otro orco.
Al tercero le golpeó con el mazo, abriéndole un gran agujero a la altura del abdomen. Ulmo metió la mano por ese agujero hasta que alcanzó la espina dorsal. El orco no se movía, estaba paralizado por el terror. Notó como algo tiraba dentro de él. Era la mano de Ulmo tirando de la espina dorsal hasta que sacó con ella el cráneo, con el encéfalo dentro, y la caja torácica, y la movió en el aire. Los ojos del orco que, milagrosamente y por poco tiempo, aun estaban en sus cuencas miraban aterrados, sabiendo que su muerte estaba cerca, directamente a los ojos de Ulmo. Este golpeó con el cráneo del orco al otro orco hasta que cayó muerto, instante en el que Ulmo le clavó el coxis de la espina dorsal de su compañero en el cuello. Eric se limitó a cortar la cabeza del último orco.
- ¡Qué torpe eres!- exclamó Ulmo- Mira que arrancarte un pie.
- ¡A que te parto la cara!- le contestó Eric.
- ¿Es una amenaza o una promesa? Porque si es lo segundo estoy tranquilo. Sé que no serías capaz- se cachondeó Ulmo.
- Anda, calla y dime como lo soluciono.
- Con el ungüento de pitt-u.f.o. te puede salir un nuevo pie. Sólo tienes que concentrarte y pensar en un pie.
- Bueno, pues allá voy.
Entonces se concentró y al cabo de un rato algo salió de su muñón. Estaba ensangrentado, era peludo, era una pezuña de caballo.
- ¡¿Pero en qué has estado pensando?!
- Maldito caballo, me ha distraído.
Tras este incidente continuaron su camino. Se encontaron con un mendigo harapiento, al cual descuertizaron y lo guardaron como alimento para días posteriores. Llegaron hasta  un grupo de gente que iba en busca de Travolti. Decidieron unirse a ese grupo porque los espíritus que habitaban la espada de Ulmo necesitaban almas de entes vivientes (y Ulmo necesitaba los cuerpos). Los integrantes de aquel grupo les preguntaron a ver si habían visto al soldado de vanguardia, porque hacía tiempo que no mandaba informes. Ulmo y Eric se miraron intentando no reírse; les dijeron que no y les invitaron a comer, con la carne del soldado. Y comieron. Y repitieron. El comentario fue: "una carne excelente".
Al día siguiente se internaron en una zona con nieblilla. A los pocos pasos se encontraron con el cadáver de un explorador, seco, sin ningún líquido en su cuerpo y colgado de una cuerda pegajosa. Justo cuando se dieron cuenta de lo que era aparecieron unas arañas gigantes que ensartaron al jefe de los humanos con una de sus patas. Eric, dada su escasa movilidad, se metió entre las patas de una de las arañas, con la esperanza de que allí no le alcanzaran sus golpes mortales. Ulmo, mientras, luchaba contra las patas y las pinzas que le atacaban, a la vez que una araña blanca abría la caja torácica del soldado que había a su lado y algunas gotas de sangre le salpicaron. Eric hacía todo lo que podía para evitar que la araña le aplastara. Mientras, otra araña apareció por detrás de un soldado ocupado en evitar los golpes de las arañas que tenía delante suya, y le comió la cabeza. El cuerpo se convulsionó en el suelo hasta que la araña se lo comió de un bocado. Otra araña sorbía por la boca las tripas de otro soldado. En ese momento un principiante de mago teletransportó a los pocos supervivientes a otro lugar.
Ulmo y Eric se encontraban en una extraña cueva, en la que, a pesar de la oscuridad, todo se veía claramente. Era como si estuvieran envueltos en una burbuja de luz. Eric, más recuperado de su transformación de pie, estaba furioso porque le habían obligado a abandonar la lucha. A un soldado que le tocó el hombro, intentando animarle, le dijo: "¡Qué te den fuego!" En ese momento una inquietante luz salió del anillo, y envolvió al soldado. En el ambiente había un olor a carne chamuscada. A Eric esto le hizo mucha gracia, empezó a reírse, y fue soldado por soldado diciendoles: "¡Qué te den fuego!", hasta que ya no quedó ningún soldado. El olor a carne quemada era insoportable. Aquel olor atrajo a criaturas carroñeras pero Eric y Ulmo se comieron los cuerpos, tanto de los soldados como de los carroñeros.
Algo se movió en el interior de la cueva. Era un monstruo grande, peludo. Se arrastraba sobre una columna grasienta que se deslizaba en el suelo. Una especie de tentáculos le salián del costado. Agarró a Eric e intentó utilizarlo como arma contra Ulmo. En el primer golpe falló y arrojó a Eric fuera de la cueva haciéndole atravesar un árbol. Ulmo se enfrentó a él, utilizando el mazo, pero, aparentemente, el mazo no hacía más que ponerle de mal humor. Enganchó a Ulmo. Tenía hambre. El olor a carne fresca le había despertado el apetito. Ulmo intentó hacer que una escalactita cayera sobre el monstruo, golpeando el techo de la cueva con el mazo, pero aquel extraño ser clavó sus afilados dientes en Ulmo. Los colmillos del bicho le estaban rompiendo las costillas a Ulmo, pero éste ignoró el dolor y siguió golpeando el techo. La lluvia de piedras no hacía que el ente aflojará sus mandibulas. A pesar de su fuerza de voluntad, el dolor empezaba a resultar insoportable para Ulmo. Lanzó el mazo hacia el techo y una avalancha de piedras cayó sobre ellos. La cueva se derrumbó y ambos murieron aplastados. Eric solo encontró parte de las ropas de Ulmo bañadas en sangre, así como trocitos de Ulmo esparcidos. Cuando dejó de reír se fijó en la rama que atravesaba una de sus rodillas y se desmayó de dolor.

CAPÍTULO 13: TRAVOLTI Vs TARANTIZNO

CAPÍTULO XIII.

Alguien llamó a la puerta del despacho de Jhonny Travolti. Este apartó la mirada de su gueimboy y mandó que abrieran la puerta. Una vez abierta entró el esclavo que acababa de llamar con un paquete en las manos. Se trataba de un cilindro metálico de medio metro de altura y veinte centímetros de radio.
- Han traído este presente para usted, amo.
Una vez dicho esto dejó el cilindro en la mesa de Travolti y abandonó la habitación haciendo una reverencia.
Travolti se fijó atentamente en el curioso regalo que había recibido. ¿Qué podría ser? Era metálico y brillante. Parecía un material muy resistente y muy ligero a la vez. Lo tocó. Estaba caliente. Entonces se fijó en un botón que había en la parte superior. Ponía "OPEN". Con decisión, y sin ningún tipo de flaqueza, lo pulsó. La estructura interior del cilindro salió hacia fuera por la parte superior, acompañada de un silbido y de un vapor tenebroso. El interior del cilindro constaba básicamente de un matraz y un soporte metálico. En este soporte había una pantalla con diversos dígitos que Travolti no podía descifrar, y una luz roja a la izquierda. El matraz estaba lleno de líquido amniótico y en su interior nadaba un feto, cuya apariencia no era precisamente humana. "¡Dios!" se dijo Travolti "¡¿Qué coño es esto?!".
En ese momento su moviline comenzó a sonar. Alguien le llamaba por su línea privada.
- Diga.
- Hola Jhonny.
- ¡Quentino! ¿Eres tú?
- Correcto.
- No te lo vas a creer. Hay un loco ahí fuera que se hace llamar Eric y que se ha empeñado en matarme a toda costa, aunque para ello tenga que sacrificarlo todo.
- ¡Qué raro! ¿Y por qué? No creo que sea por afición...
- ¡No! ¡No es eso! Dice que yo he matado a Apolo de Amantis, que he conquistado su pueblo, que he secuestrado a todas las vírgenes del pueblo en cuestión y que he raptado a su novia y a su amante.
- Que cosas.
- ¡Yo no he hecho nada de eso! ¡No tengo nada que ver con la muerte de Apolo! ¡Tienes que creerme, Quentino!
- No, si te creo...
- Gracias, sabía que tú me creerías- contestó Jhonny, aliviado.- ¿Por qué?- añadió, extrañado.
- Porque fui yo.
- ¡Hijo de puta!- contestó, visiblemente enfadado, Travolti.- ¿Y dejas que sea yo el que me coma todo el marrón? ¿Sabes la de millones de orcos que han muerto por tu culpa? ¿Sabes la de guerreros que he perdido? ¿La cantidad de presupuesto que se me ha volatilizado?
- Sí, lo sé. De todos modos, he de darte las gracias, Jhonny. De no haber sido por ti, nunca hubiera conseguido mi propósito.
- ¿De qué estás hablando?
- Mientras Eric se distraía acabando con tu ejército y buscando tu castillo, en el que esperaba encontrar al asesino de Apolo y saciar su venganza, así como rescatar a todas las vírgenes y a su amante; yo he traído a la caravana de vírgenes hasta mis laboratorios.
- Entonces, lo de los magos de la Estrella Incompleta es cosa tuya.
- ¿Magos? Je, je, je. Podríamos decir que sí.
- ¿Cómo has conseguido que eso magos legendarios trabajen para ti?
- Muy sencillo, les prometí que sí me obedecían yo convencería a Teikdat, una secta enemiga suya, para que se disolvieran, y así lo hice.
- Alabado seas. Pero entonces, ¿quiénes son realmente esos Magos Negros?
- Ahora son tres secuaces míos. He oído decir que uno de ellos, Philemmon, ha muerto. No importa. ¡Qué se joda! Aun me quedan los otros dos, aun más crueles y despiadados: P. Rea y Morthadello. Ellos dos se encargarán de acabar con Eric.
- ¿Y no existen los magos Blancos?
- Eso sólo Thor lo sabe.
- Todavía tengo alguna duda. ¿Cómo hiciste para acabar con Apolo e incriminarme a mí? No lo entiendo.
- Muy sencillo. Gracias a una serie de infiltrados que me facilitaron las cosas. No te voy a explicar el plan entero. No creo que esa pústula que tienes por cabeza sea lo suficientemente hábil como para entenderlo. Para incriminarte sólo tuve que tirar por ahí uno de tus anillos de marca. Fue muy sencillo. En cuanto Eric lo vio, en seguida supuso que era cosa tuya.
- Supongo que Arteniáin era uno de los infiltrados.
- ¿Quién? ¡Ah, ése! No. Ése era un imbécil que se metió donde no le llamaban y a punto estuvo de joderme la marrana. No, mi infiltrado era un pariente del mismo Apolo, además de algunos ciudadanos del consejo.
- ¿Quiénes?
- Ah,... te compras.
- ¿Y qué pasa con los encapuchados?
- La rebelión ha sido sofocada, no queda ningún encapuchado, gracias a ti.
- Hombre, yo... Pero espera un momento. ¿Para qué quieres a las vírgenes?
- Supongo que ya habrás recibido mi regalito...
- ¿Esta porquería es cosa tuya? Pensaba comermela...
- Tú verás, morirías de todos modos.
- ...
- En mis laboratorios he convertido, mediante mutógeno radioáctivo y exposición de gravitones a todas las vírgenes en mutantes genéticos como el que tienes en frente tuya. Obligándoles a escuchar música de las Espaiz Gerls he conseguido que lo único que quieran hacer a lo largo de su mísera existencia sea destruir el mundo.
- ¿Has convertido a niñas inocentes en estas monstruosidades?
- Esa precisamente era una niña de doce años, cabellos rubios, piel sonrosada... Me divertí mucho martirizándola.
- ¿Por qué haces todo esto?
- ¡Con mis mutantes crearé un ejército de máquinas de matar, que arrasarán todo lo que les salga al paso! ¡Una vez la Tierra esté despoblada yo seré su dueño! ¡¡Conquistaré el mundo, y una nueva humanidad nacerá bajo mi poder!! ¡¡¡Comenzará mi era, la Era Tarantizna!!! ¡¡¡Seré un Dios!!! ¡¡¡Juá, juá, juá!!! ¡¡¡Un Dios!!!
- No grites tanto, que me quedo sin cobertura. ¿Cómo piensas que esta porquería metida en un tubo puede acabar con el mundo?
- Aun no la has visto totalmente transformada. Espera un segundo, que ahora la verás.
 Dicho lo cual, pulsó el botón de ignición de su ordenador. La luz roja se tornó verde mientras los dígitos de la pantalla parecían haberse vuelto locos. Una alarma resonó por toda la habitación y el líquido amniótico comenzó a hervir. Una niebla cubrió todo el matraz y se expandió por toda la habitación. Jhonny oyó una voz feménina que provenía del ordenador diciendo "Peligro, ha iniciado la secuencia de transformación completa; en pocos segundos todo lo que esté alrededor del matraz habrá muerto, muchas gracias". Jhonny estaba aterrado. Gritaba sin cesar a través del auricular, pero sólo obtenía por respuesta la risa de Quentino Tarantizno. Oyó el ruido del matraz rompiéndose y un rugido estremecedor. La niebla se disipó y pudo observar a la bestia. Fue su última visión. Unos pocos segundos después yacía despedazado sobre su mesa (y sobre el suelo, y sobre la silla, y por las paredes...) mientras su asesino daba vueltas alrededor de la habitación.

Eric y Ulmo escucharon atentamente la historia de Rosanis. Era, más o menos, la misma que les había contado Astarté. Después de contar su historia, les comentó que él podía ayudarles a encontrar a Jhonny, que él sabía como atravesar el castillo.
- Acompañadme -les dijo- Os llevaré hasta el Pasadizo de la Roca.
Eric y Ulmo le siguieron. Este último estaba bastante inquieto.
- ¿Qué te pasa?- le preguntó Eric.
- No sé, hay algo extraño- respondió- ¿Por qué se ha rendido tan pronto Travolti? ¿Por qué no han vuelto a atacar los orcos?  Todo tirano que se precie tiene algún ejército de reserva. Aquí hay algo que me huele mal.
- En efecto, deberías lavarte más a menudo- comentó Eric.
- ¡Ay, que me parto!¡Qué gracia, qué ocurrente, qué tortazo que te voy a dar! - respondió Ulmo, ofendido.
- ¡Silencio!- exclamó Rosanis, zanjando la discusión, que amenazaba teñirse de sangre.- Ya hemos llegado. Allí tenéis la entrada al pasadizo.
Rosanis señaló la entrada de una gruta, cuyo interior estaba muy oscuro. La entrada estaba cubierta de telarañas y, en efecto, parecía que el tunel se dirigía al castillo de Jhonny. Sin embargo, ni Eric ni Ulmo parecían muy convencidos.
- ¿A qué esperáis? Cada segundo es valioso- dijo Rosanis.
- ¿Tú no vienes?- preguntó Ulmo.
- ¡Jo! Es que tengo un reuma que no me deja vivir...
- Vale, vale... ya vamos- dijo Eric.
Dicho lo cual Eric y Ulmo se adentraron en la caverna, dispuestos a acabar con Jhonny Travolti de una vez por todas, sin imaginar la escena que acababa de tener lugar en el despacho del tirano. Una vez en el interior de la cueva oyeron un chirrido. Se dieron la vuelta y vieron como una puerta de hierro se cerraba detrás de ellos. Habían caído en una trampa. La cueva, que tan sólo era un efecto óptico, se transformó repentinamente en una jaula donde estaban atrapados. Eric se acercó a los barrotes y miró a Rosanis.
- ¡Rosanis!- gritó- ¿Qué ha pasado? ¡Sácanos de aquí!
Pero Rosanis se reía de una forma estremecedora. Entonces Eric se dio cuenta del gran error que había cometido. Lentamente, Rosanis se transformó hasta poseer la forma de Shirley.
- ¡Idiotas!- les dijo- ¡Ya sois míos! ¡Mi venganza será terrible!
- ¡Shirley!- gritó Eric- ¡Zorra asquerosa! ¡Algún día acabaré contigo! ¿Qué has hecho con Rosanis?
- ¿Rosanis? ¡Juá, juá, juá! ¡Ingenuo! Rosanis ha muerto, como el resto de los encapuchados. ¡Juá, juá, juá! Ahí lo teneís.- Dicho esto lanzó el cuerpo de Rosanis, al que había poseído, al interior de la jaula, a través de un agujero interdimensional.
Eric se sentó sobre el cadáver de Rosanis. Se le había caído el mundo encima. Le pesaba mucho y le costó horrores quitárselo de encima. Si Rosanis estaba muerto, las posibilidades de rescatar a Astarté se limitaban. Además, se sentía fustrado y engañado. Decidió que a partir de entonces ya no confiaría más que en sí mismo.
Mientras tanto, Shirley se marchó entre risas, abándonando a Eric y a Ulmo en la jaula para que se los comieran los escarabajos.

CAPÍTULO 12: GRAN BATALLA ANTE EL CASTILLO DE TRAVOLTI

CAPÍTULO XII.

 

 

Cuando los orcos se dieron cuenta de que Eric y Ulmo corrían hacia ellos, llamaron rapidamente a los refuerzos.

 

Las tropas de orcos avanzaron en dos grandes grupos que rodeaban a los dos desafortunados. Los wargos corrían por el desfiladero en una afán de cerrar la única salida del valle en el que se encontraba el castillo de Travolti, a la vez que impedían la entrada de cualquier ayuda externa. Los halcones de la espada surcaban el cielo con el fin de atacar, por si los orcos no eran suficientes. Los tanques tomaban posiciones de tiro. Los F27 dirigían sus puntos de mira hacía los dos aventureros. Los magos iniciaban sus ejercicios de concentración, mientras los demonios negros dirigían a las hordas de almas venidas del más acá contra las dos indefensas criaturas. Eso estaba lleno de vietnamitas. Eric y Ulmo tenían miedo, y empezaban a sentir flaquear sus piernas.

 

- Vaya, debemos ser importantes- dijo Ulmo- menudo recibimiento.

 

- Calla, todavía no han atacado- comentó Eric- debe pasar algo, de lo contrario ya nos habrían machacado.

 

- ¿Pero qué dices, hombre? No me digas que no puedes contra unas cuantas hordas de orcos, otras de goblins, otras tantas de almas del más acá, por no hablar de los halcones, etc... ¿Es que no has visto Rambo?

 

- Calla, mira hacia arriba.

 

De pronto había aparecido una pequeña silueta en lo alto de la montaña, acompañado por otra figura, esta última un poco más grande. Pronto se hicieron visibles y a Eric le dio un patatús al reconocerlas. Era el terrible general Isavel Jemio y el despiadado teniente Niebes Errero.

 

- ¡Sorpresa, sorpresa!- exclamó el general- Eric, Ulmo, ¿a qué no me esperabais? - Eric y Ulmo tenían una mueca de horror en la cara- Vamos a ver, Eric, yo sé mucho de ti. Por ejemplo, sé que tienes una novia, llamada Zintia, con la que te vas a casar y...

 

- Bueno- interrumpió Eric- la verdad es que últimamente...

 

-¡A callar!- exclamó el general- ¡Aquí mandó yo y habló sólo yo! ¡Entendido! ¿Por donde iba? ¡Ah, sí! Como iba diciendo, tienes una novia, que está prisionera en Morder por tu culpa, y también sé que... ¡Qué más da! El caso es que... ¡Sorpresa, sorpresa! Zintia pasa de ti. Ahora se monta unas orgías con los carceleros que te pasas. Bueno, Ulmo, también sé muchas cosas sobre ti. Me ha contado un pajarito que hace mucho tiempo que no ves a tu hermanita, que vive en Comercabrón. Claro, y ella no tiene posibilidades de visitarte porque el dinero le va muy justo y tú tampoco puedes pagar el pasaje porque gastas todo tu dinero en bebida. Pero, en fin, ¡Sorpresa, sorpresa! ¡Aquí está tu hermana!

 

- ¡Hermanita!- dijo Ulmo.

 

- ¡Hijo de puta, borracho, cabrón!- gritó la hermana.

 

Después del terrible ataque del general le tocó el turno al teniente de las fuerzas desalmadas.

 

- ¡Señores! ¡Hoy es posible! Hoy conseguiremos que Naemi Kanvell confiese su amor por... ¡Huy! ¡Me he equivocado de guión! Disculpen, hoy es muy posible que os machaquemos, destrozemos, desmembremos y descuarticemos. Y no lo digo por el hecho de tener un ejercito solamente unas diezmil veces superior al vuestro, sino porque contamos con un arma secreta de la megapolla.

 

En ese momento la teniente señalo hacia el cielo y desde ahí bajó la peor pesadilla para Eric y Ulmo. Ahí estaba, sin todo su esplendor, Armen Evilla y su ejército de ovejitas. Ahora sí que estaban perdidos.

 

- Rapido, Eric, haz algo- suplicó Ulmo.

 

Eric, sin pensarselo dos veces, utilzó una de sus cartas, una llamada Rayo, con la que mató a ocho millones de orcos. Mientras, los tropecientos mil orcos, goblins, wargos y compañía se lanzaron a por los dos aventureros.

 

- Oye, Ulmo- dijo Eric- ¿Qué hacemos?

 

- ¡Corre, ponte esta careta!- respondió Ulmo.

 

Nada más ponerse la careta, cosa de doce mil hachazos cayeron sobre cada uno de ellos, unas ciento treinta mil patadas, unos cien mil flechazos y más cosas por el estilo. Pero no les dolía, no sentían nada, y se sentaron para fumarse un peta mientras los orcos se cansaban inutilmente.

 

Por fin llegó el momento en que el ejército se cansó y se retiró a las montañas para reposar.

 

Eric y Ulmo estaban sentados jugando a cartas esperando a que apareciesen los otros cuando llegó un cabo de las fuerzas desalmadas al campamento.

 

- ¡Escuchad! - dijo- Vengo en son de paz. Tengo que hablar urgentemente con vosotros.

 

- ¿Quién eres y qué quieres?- inquirió Eric.

 

- Soy Rody Ragón y pido asilo político. Yo no soy el mal, soy el bien. Por favor, miradme, tengo que aguantar a la Jemio todos los miércoles. ¡Por piedad!

 

- Jo colega, tu mal rollo sí que es un marrón que te pasas. Por mí chachi chachi doble chachi.

 

- ¿¿Qué??

 

- ¡Qué puedes quedarte, coño!

 

- Gracias, gracias. A cambio os diré como podeís vencer a la Jemio y a sus compinches. Utilizad los elementos y que la suerte os acompañe. ¡Oye, por cierto! ¿Qué eran esas caretas? ¿Escudos protectores de mithril? ¿Campos magneticos supradimensionales?

 

- No, no, nada de eso. Son tan solo un par de caretas de Rambo.

 

Mientras acababan la partida de mus los orcos se habían reagrupado y los halcones habían levantado el vuelo. Eric cogió los elementos y se dispuso a machacar al enemigo.

 

- ¡Jemio, escucha bien!- le gritó- ¡Mira, bajo el Black Lotus, un Mox y una montaña, te lanzo tres Rayos con el Black Lotus, un Hair Lighting con el Mox y la sorda balduviana con la montaña.

 

- ¡Qué te crees tú eso!- respondió la sargento- ¡Toma Counter!

 

- Oye, Ulmo, me temo que estamos muertos.- le comentó Eric a Ulmo.

 

Ulmo, que no había entendido nada de lo que habían dicho los otros dos, tuvo una idea:

 

- ¡Vaya putada, no!- contestó- Pero no te preocupes, nos queda una última posibilidad. Sin embargo, es muy arriesgada.

 

- Bueno, seguro que es mejor que morir.

 

- No sé, no sé...

 

- ¡Coño, decídete!

 

- Bueno... Por el poder del megaostionzorditantodesmilodonfugger nautodestructioncaosenergypowerdownbatterydoll, yo Ulmo, conocedor de las leyes, de los juegos más sucios, de las trampas más hábiles, de los negocios más turbios,... ¡Invoco a los Osos Hamorosos!

 

- ¡¡No!!- gritó, aterrado, Eric- ¡Eso no! ¡Es demasiado cruel!

 

Pero ya era tarde. Los osos aparecieron en sus coches de nubes, vieron el caos y empezaron a desprender arcoiris, corazones y demás pijadas por todo el campo de batalla. Los orcos no tardaron en empezar a bailar en corros, cantar con los wargos y reír con los halcones. El efecto fue tal que los orcos pedían a Eric y a Ulmo que por clemencia los matasen. Eric, aturdido por la situación, no hacía más que decir "con mucho gusto" a la vez que cortaba cabezas. Mientras, Ulmo se fijaba en como el general Jemio y la teniente Errero eran atrapadas en el mundo de la cursilería de donde ya no saldrían nunca.

 

Eric estuvo un mes cortando cabezas mientras que Ulmo leía para amplíar su cultura. Cuando Eric cortó la última cabeza y hubo acabado con todo el ejército de fuerzas desalmadas se dirigió hacia Armen Evilla, que estaba presentando el Elecupón con sus ovejitas. Su proposito era matarla, pero le dio pena y decidió mandarla al psiquiátrico. Esa noche, Ulmo y Eric se prepararon una buena cena a base de oveja a la orange.

 

Mientras cenaban los Osos Hamorosos se acercaron a ellos con la intención de ser amigos de verdad para siempre. Al principio, esto a Eric y Ulmo no les pareció nada malo, ya que habían oído cosas mucho peores de esos osos. Pero ya fue demasiado cuando los ositos intentaron limpiarles el culo después de cagar. Fue entonces cuando acabaron hartos de los putos osos y de sus cursilerías. Eric recordó que aun le quedaba una carta del juego de los elementos. Esa carta se llamaba "Incinerar". Se la lanzó a los osos, que fueron totalmente incinerados, quedando reducidos a unos esqueletos sobre los que vomitaron numerosas veces.

 

 

A la mañana siguiente decidieron buscar encapuchados supervivientes entre los cadáveres de orcos, wargos y demás. Sin embargo, sólo encontraban cosas cadavéricas. Finalmente, Eric oyó una voz que lo llamaba. Era Rosanis. Estaba medio muerto, y completamente deformado. Lo ayudaron a levantarse. Rosanis se lanzó a sí mismo un hechizo que lo recuperó casi totalmente.

 

-¡Eric, por fin!- exclamó- ¡Tenemos mucho de que hablar!