CAPÍTULO 19: EL RESCATE DE ASTARTÉ
CAPÍTULO XIX.
CAPÍTULO XIX.
CAPÍTULO XVIII.
CAPÍTULO XVII.
Eric estaba entusiasmado, por fin le pasaba algo bueno: ¡Su mala racha se había terminado! Tal era su euforia que se sintió lleno de energía y de vitalidad (incluso mejor que cuando comía "Voyicao"). Tuvo fuerzas para levantarse y empezar a andar erguido. Incluso se podía intuir que era una persona.
CAPÍTULO XV.
CAPÍTULO XIV.
- ¡Aaaaaah!- gritaron a la vez- ¡Estamos perdidos!
Por suerte los escarabajos se encontraron con las hormigas gorronas, que volvían de una dura jornada de trabajo en la oficina, y entablaron una lucha que acabaría con la extinción de ambas especies.
Eric y Ulmo se fueron corriendo hacia un camino. Aquel camino desembocaba en el Laberinto del Demiurgo.
Simultaneamente, Eric saltó del árbol, pero se le enganchó el pie en una rama, se lo arrancó y cayó al suelo de morros, partiéndose seis dientes. Dos orcos se murieron de risa, al ahogarse con sendas moscas que se tragaron y que fueron a incrustarse en su faringe, impidiéndoles respirar. Ulmo propinó un golpe con la parte ancha de su espada proporcionándole dos cortes a otro orco.
Al tercero le golpeó con el mazo, abriéndole un gran agujero a la altura del abdomen. Ulmo metió la mano por ese agujero hasta que alcanzó la espina dorsal. El orco no se movía, estaba paralizado por el terror. Notó como algo tiraba dentro de él. Era la mano de Ulmo tirando de la espina dorsal hasta que sacó con ella el cráneo, con el encéfalo dentro, y la caja torácica, y la movió en el aire. Los ojos del orco que, milagrosamente y por poco tiempo, aun estaban en sus cuencas miraban aterrados, sabiendo que su muerte estaba cerca, directamente a los ojos de Ulmo. Este golpeó con el cráneo del orco al otro orco hasta que cayó muerto, instante en el que Ulmo le clavó el coxis de la espina dorsal de su compañero en el cuello. Eric se limitó a cortar la cabeza del último orco.
- ¡Qué torpe eres!- exclamó Ulmo- Mira que arrancarte un pie.
- ¡A que te parto la cara!- le contestó Eric.
- ¿Es una amenaza o una promesa? Porque si es lo segundo estoy tranquilo. Sé que no serías capaz- se cachondeó Ulmo.
- Anda, calla y dime como lo soluciono.
- Con el ungüento de pitt-u.f.o. te puede salir un nuevo pie. Sólo tienes que concentrarte y pensar en un pie.
- Bueno, pues allá voy.
Entonces se concentró y al cabo de un rato algo salió de su muñón. Estaba ensangrentado, era peludo, era una pezuña de caballo.
- ¡¿Pero en qué has estado pensando?!
- Maldito caballo, me ha distraído.
Tras este incidente continuaron su camino. Se encontaron con un mendigo harapiento, al cual descuertizaron y lo guardaron como alimento para días posteriores. Llegaron hasta un grupo de gente que iba en busca de Travolti. Decidieron unirse a ese grupo porque los espíritus que habitaban la espada de Ulmo necesitaban almas de entes vivientes (y Ulmo necesitaba los cuerpos). Los integrantes de aquel grupo les preguntaron a ver si habían visto al soldado de vanguardia, porque hacía tiempo que no mandaba informes. Ulmo y Eric se miraron intentando no reírse; les dijeron que no y les invitaron a comer, con la carne del soldado. Y comieron. Y repitieron. El comentario fue: "una carne excelente".
Al día siguiente se internaron en una zona con nieblilla. A los pocos pasos se encontraron con el cadáver de un explorador, seco, sin ningún líquido en su cuerpo y colgado de una cuerda pegajosa. Justo cuando se dieron cuenta de lo que era aparecieron unas arañas gigantes que ensartaron al jefe de los humanos con una de sus patas. Eric, dada su escasa movilidad, se metió entre las patas de una de las arañas, con la esperanza de que allí no le alcanzaran sus golpes mortales. Ulmo, mientras, luchaba contra las patas y las pinzas que le atacaban, a la vez que una araña blanca abría la caja torácica del soldado que había a su lado y algunas gotas de sangre le salpicaron. Eric hacía todo lo que podía para evitar que la araña le aplastara. Mientras, otra araña apareció por detrás de un soldado ocupado en evitar los golpes de las arañas que tenía delante suya, y le comió la cabeza. El cuerpo se convulsionó en el suelo hasta que la araña se lo comió de un bocado. Otra araña sorbía por la boca las tripas de otro soldado. En ese momento un principiante de mago teletransportó a los pocos supervivientes a otro lugar.
Ulmo y Eric se encontraban en una extraña cueva, en la que, a pesar de la oscuridad, todo se veía claramente. Era como si estuvieran envueltos en una burbuja de luz. Eric, más recuperado de su transformación de pie, estaba furioso porque le habían obligado a abandonar la lucha. A un soldado que le tocó el hombro, intentando animarle, le dijo: "¡Qué te den fuego!" En ese momento una inquietante luz salió del anillo, y envolvió al soldado. En el ambiente había un olor a carne chamuscada. A Eric esto le hizo mucha gracia, empezó a reírse, y fue soldado por soldado diciendoles: "¡Qué te den fuego!", hasta que ya no quedó ningún soldado. El olor a carne quemada era insoportable. Aquel olor atrajo a criaturas carroñeras pero Eric y Ulmo se comieron los cuerpos, tanto de los soldados como de los carroñeros.
Algo se movió en el interior de la cueva. Era un monstruo grande, peludo. Se arrastraba sobre una columna grasienta que se deslizaba en el suelo. Una especie de tentáculos le salián del costado. Agarró a Eric e intentó utilizarlo como arma contra Ulmo. En el primer golpe falló y arrojó a Eric fuera de la cueva haciéndole atravesar un árbol. Ulmo se enfrentó a él, utilizando el mazo, pero, aparentemente, el mazo no hacía más que ponerle de mal humor. Enganchó a Ulmo. Tenía hambre. El olor a carne fresca le había despertado el apetito. Ulmo intentó hacer que una escalactita cayera sobre el monstruo, golpeando el techo de la cueva con el mazo, pero aquel extraño ser clavó sus afilados dientes en Ulmo. Los colmillos del bicho le estaban rompiendo las costillas a Ulmo, pero éste ignoró el dolor y siguió golpeando el techo. La lluvia de piedras no hacía que el ente aflojará sus mandibulas. A pesar de su fuerza de voluntad, el dolor empezaba a resultar insoportable para Ulmo. Lanzó el mazo hacia el techo y una avalancha de piedras cayó sobre ellos. La cueva se derrumbó y ambos murieron aplastados. Eric solo encontró parte de las ropas de Ulmo bañadas en sangre, así como trocitos de Ulmo esparcidos. Cuando dejó de reír se fijó en la rama que atravesaba una de sus rodillas y se desmayó de dolor.
CAPÍTULO XIII.
Alguien llamó a la puerta del despacho de Jhonny Travolti. Este apartó la mirada de su gueimboy y mandó que abrieran la puerta. Una vez abierta entró el esclavo que acababa de llamar con un paquete en las manos. Se trataba de un cilindro metálico de medio metro de altura y veinte centímetros de radio.
- Han traído este presente para usted, amo.
Una vez dicho esto dejó el cilindro en la mesa de Travolti y abandonó la habitación haciendo una reverencia.
Travolti se fijó atentamente en el curioso regalo que había recibido. ¿Qué podría ser? Era metálico y brillante. Parecía un material muy resistente y muy ligero a la vez. Lo tocó. Estaba caliente. Entonces se fijó en un botón que había en la parte superior. Ponía "OPEN". Con decisión, y sin ningún tipo de flaqueza, lo pulsó. La estructura interior del cilindro salió hacia fuera por la parte superior, acompañada de un silbido y de un vapor tenebroso. El interior del cilindro constaba básicamente de un matraz y un soporte metálico. En este soporte había una pantalla con diversos dígitos que Travolti no podía descifrar, y una luz roja a la izquierda. El matraz estaba lleno de líquido amniótico y en su interior nadaba un feto, cuya apariencia no era precisamente humana. "¡Dios!" se dijo Travolti "¡¿Qué coño es esto?!".
En ese momento su moviline comenzó a sonar. Alguien le llamaba por su línea privada.
- Diga.
- Hola Jhonny.
- ¡Quentino! ¿Eres tú?
- Correcto.
- No te lo vas a creer. Hay un loco ahí fuera que se hace llamar Eric y que se ha empeñado en matarme a toda costa, aunque para ello tenga que sacrificarlo todo.
- ¡Qué raro! ¿Y por qué? No creo que sea por afición...
- ¡No! ¡No es eso! Dice que yo he matado a Apolo de Amantis, que he conquistado su pueblo, que he secuestrado a todas las vírgenes del pueblo en cuestión y que he raptado a su novia y a su amante.
- Que cosas.
- ¡Yo no he hecho nada de eso! ¡No tengo nada que ver con la muerte de Apolo! ¡Tienes que creerme, Quentino!
- No, si te creo...
- Gracias, sabía que tú me creerías- contestó Jhonny, aliviado.- ¿Por qué?- añadió, extrañado.
- Porque fui yo.
- ¡Hijo de puta!- contestó, visiblemente enfadado, Travolti.- ¿Y dejas que sea yo el que me coma todo el marrón? ¿Sabes la de millones de orcos que han muerto por tu culpa? ¿Sabes la de guerreros que he perdido? ¿La cantidad de presupuesto que se me ha volatilizado?
- Sí, lo sé. De todos modos, he de darte las gracias, Jhonny. De no haber sido por ti, nunca hubiera conseguido mi propósito.
- ¿De qué estás hablando?
- Mientras Eric se distraía acabando con tu ejército y buscando tu castillo, en el que esperaba encontrar al asesino de Apolo y saciar su venganza, así como rescatar a todas las vírgenes y a su amante; yo he traído a la caravana de vírgenes hasta mis laboratorios.
- Entonces, lo de los magos de la Estrella Incompleta es cosa tuya.
- ¿Magos? Je, je, je. Podríamos decir que sí.
- ¿Cómo has conseguido que eso magos legendarios trabajen para ti?
- Muy sencillo, les prometí que sí me obedecían yo convencería a Teikdat, una secta enemiga suya, para que se disolvieran, y así lo hice.
- Alabado seas. Pero entonces, ¿quiénes son realmente esos Magos Negros?
- Ahora son tres secuaces míos. He oído decir que uno de ellos, Philemmon, ha muerto. No importa. ¡Qué se joda! Aun me quedan los otros dos, aun más crueles y despiadados: P. Rea y Morthadello. Ellos dos se encargarán de acabar con Eric.
- ¿Y no existen los magos Blancos?
- Eso sólo Thor lo sabe.
- Todavía tengo alguna duda. ¿Cómo hiciste para acabar con Apolo e incriminarme a mí? No lo entiendo.
- Muy sencillo. Gracias a una serie de infiltrados que me facilitaron las cosas. No te voy a explicar el plan entero. No creo que esa pústula que tienes por cabeza sea lo suficientemente hábil como para entenderlo. Para incriminarte sólo tuve que tirar por ahí uno de tus anillos de marca. Fue muy sencillo. En cuanto Eric lo vio, en seguida supuso que era cosa tuya.
- Supongo que Arteniáin era uno de los infiltrados.
- ¿Quién? ¡Ah, ése! No. Ése era un imbécil que se metió donde no le llamaban y a punto estuvo de joderme la marrana. No, mi infiltrado era un pariente del mismo Apolo, además de algunos ciudadanos del consejo.
- ¿Quiénes?
- Ah,... te compras.
- ¿Y qué pasa con los encapuchados?
- La rebelión ha sido sofocada, no queda ningún encapuchado, gracias a ti.
- Hombre, yo... Pero espera un momento. ¿Para qué quieres a las vírgenes?
- Supongo que ya habrás recibido mi regalito...
- ¿Esta porquería es cosa tuya? Pensaba comermela...
- Tú verás, morirías de todos modos.
- ...
- En mis laboratorios he convertido, mediante mutógeno radioáctivo y exposición de gravitones a todas las vírgenes en mutantes genéticos como el que tienes en frente tuya. Obligándoles a escuchar música de las Espaiz Gerls he conseguido que lo único que quieran hacer a lo largo de su mísera existencia sea destruir el mundo.
- ¿Has convertido a niñas inocentes en estas monstruosidades?
- Esa precisamente era una niña de doce años, cabellos rubios, piel sonrosada... Me divertí mucho martirizándola.
- ¿Por qué haces todo esto?
- ¡Con mis mutantes crearé un ejército de máquinas de matar, que arrasarán todo lo que les salga al paso! ¡Una vez la Tierra esté despoblada yo seré su dueño! ¡¡Conquistaré el mundo, y una nueva humanidad nacerá bajo mi poder!! ¡¡¡Comenzará mi era, la Era Tarantizna!!! ¡¡¡Seré un Dios!!! ¡¡¡Juá, juá, juá!!! ¡¡¡Un Dios!!!
- No grites tanto, que me quedo sin cobertura. ¿Cómo piensas que esta porquería metida en un tubo puede acabar con el mundo?
- Aun no la has visto totalmente transformada. Espera un segundo, que ahora la verás.
Dicho lo cual, pulsó el botón de ignición de su ordenador. La luz roja se tornó verde mientras los dígitos de la pantalla parecían haberse vuelto locos. Una alarma resonó por toda la habitación y el líquido amniótico comenzó a hervir. Una niebla cubrió todo el matraz y se expandió por toda la habitación. Jhonny oyó una voz feménina que provenía del ordenador diciendo "Peligro, ha iniciado la secuencia de transformación completa; en pocos segundos todo lo que esté alrededor del matraz habrá muerto, muchas gracias". Jhonny estaba aterrado. Gritaba sin cesar a través del auricular, pero sólo obtenía por respuesta la risa de Quentino Tarantizno. Oyó el ruido del matraz rompiéndose y un rugido estremecedor. La niebla se disipó y pudo observar a la bestia. Fue su última visión. Unos pocos segundos después yacía despedazado sobre su mesa (y sobre el suelo, y sobre la silla, y por las paredes...) mientras su asesino daba vueltas alrededor de la habitación.
Eric y Ulmo escucharon atentamente la historia de Rosanis. Era, más o menos, la misma que les había contado Astarté. Después de contar su historia, les comentó que él podía ayudarles a encontrar a Jhonny, que él sabía como atravesar el castillo.
- Acompañadme -les dijo- Os llevaré hasta el Pasadizo de la Roca.
Eric y Ulmo le siguieron. Este último estaba bastante inquieto.
- ¿Qué te pasa?- le preguntó Eric.
- No sé, hay algo extraño- respondió- ¿Por qué se ha rendido tan pronto Travolti? ¿Por qué no han vuelto a atacar los orcos? Todo tirano que se precie tiene algún ejército de reserva. Aquí hay algo que me huele mal.
- En efecto, deberías lavarte más a menudo- comentó Eric.
- ¡Ay, que me parto!¡Qué gracia, qué ocurrente, qué tortazo que te voy a dar! - respondió Ulmo, ofendido.
- ¡Silencio!- exclamó Rosanis, zanjando la discusión, que amenazaba teñirse de sangre.- Ya hemos llegado. Allí tenéis la entrada al pasadizo.
Rosanis señaló la entrada de una gruta, cuyo interior estaba muy oscuro. La entrada estaba cubierta de telarañas y, en efecto, parecía que el tunel se dirigía al castillo de Jhonny. Sin embargo, ni Eric ni Ulmo parecían muy convencidos.
- ¿A qué esperáis? Cada segundo es valioso- dijo Rosanis.
- ¿Tú no vienes?- preguntó Ulmo.
- ¡Jo! Es que tengo un reuma que no me deja vivir...
- Vale, vale... ya vamos- dijo Eric.
Dicho lo cual Eric y Ulmo se adentraron en la caverna, dispuestos a acabar con Jhonny Travolti de una vez por todas, sin imaginar la escena que acababa de tener lugar en el despacho del tirano. Una vez en el interior de la cueva oyeron un chirrido. Se dieron la vuelta y vieron como una puerta de hierro se cerraba detrás de ellos. Habían caído en una trampa. La cueva, que tan sólo era un efecto óptico, se transformó repentinamente en una jaula donde estaban atrapados. Eric se acercó a los barrotes y miró a Rosanis.
- ¡Rosanis!- gritó- ¿Qué ha pasado? ¡Sácanos de aquí!
Pero Rosanis se reía de una forma estremecedora. Entonces Eric se dio cuenta del gran error que había cometido. Lentamente, Rosanis se transformó hasta poseer la forma de Shirley.
- ¡Idiotas!- les dijo- ¡Ya sois míos! ¡Mi venganza será terrible!
- ¡Shirley!- gritó Eric- ¡Zorra asquerosa! ¡Algún día acabaré contigo! ¿Qué has hecho con Rosanis?
- ¿Rosanis? ¡Juá, juá, juá! ¡Ingenuo! Rosanis ha muerto, como el resto de los encapuchados. ¡Juá, juá, juá! Ahí lo teneís.- Dicho esto lanzó el cuerpo de Rosanis, al que había poseído, al interior de la jaula, a través de un agujero interdimensional.
Eric se sentó sobre el cadáver de Rosanis. Se le había caído el mundo encima. Le pesaba mucho y le costó horrores quitárselo de encima. Si Rosanis estaba muerto, las posibilidades de rescatar a Astarté se limitaban. Además, se sentía fustrado y engañado. Decidió que a partir de entonces ya no confiaría más que en sí mismo.
Mientras tanto, Shirley se marchó entre risas, abándonando a Eric y a Ulmo en la jaula para que se los comieran los escarabajos.
CAPÍTULO XII.