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La Historia Paranoica

CAPÍTULO 11: LOS MAGOS DE LA ESTRELLA TETRAÉDRICA

CAPÍTULO XI.

 

Se echó la noche. Era la primera noche en Morder y eso le ponía a Eric los pelos de punta. Ulmo lo sabía, de modo que llevó a Eric a un escondrijo del qué sólo los viajeros habían oído hablar. Era una especie de cabaña natural que formaban los árboles del bosque, con una cúpula verde que ni el más listo de los elfos hubiera podido concebir.
- ¿Qué es este lugar?- preguntó Eric.
- No lo sé - dijo Ulmo.- Nadie lo sabe. Los viajeros se hospedan aquí desde la más remota antigüedad, pero nadie sabe cómo ni por qué fue creado. Lo que sí se sabe es que nunca el mal ha sabido de su existencia. se dice que un conjuro tan antiguo como la misma tierra defiende este lugar, llamado "Bosque del Refugio". Incluso se cree que lo construyeron unos magos.
Estas palabras tranquilizaron a Eric, que juntó unas cañas e intentó encender un fuego.
-¡Alto!- gritó Ulmo- Nada debe perturbar el equilibrio natural de este lugar.
-¡Jo, déjame, qué tengo frío!- protestó Eric.
- Mira que te meto un par de leches, ¿eh?- amenazó el elfo, mazo en mano.
- Vale, vale, pero ya verás...- dijo Eric dejando ver que maquinaba algo- Vaya si lo verás...

 

Ulmo dormía. Eric estaba despierto. Pensaba en Astarté, en Zintia, en Shirley, en Fabala... (en resumen, en un agujero donde meterla...) Incluso pensaba en Orome. De repente, oyó pasos. No tuvo miedo, pues creía en las palabras de Ulmo, pero no se atrevió a salir fuera. Algo se movió cerca de la entrada... Algo había entrado... Algo saludaba... Algo encendió un cigarro a dos metros de Eric...
- ¡¡Algo, amigo mío!!- gritó Eric a su conciudadano.
- ¡Eric!- gritó Algo- Oye, hazme el favor de llamarme por mi nombre: Algómedes.
- ¡Algómedes!
- ¡Eric!
Se abrazaron. Algo contó a Eric que había escapado en la revolución de los encapuchados y narró alguna de sus aventuras mientras Eric iba contándole su anécdota en el Oaxis y la pérdida del alma de Astarté.
- ¿Y Rosanis?- inquirió Eric.
 - Está cerca de aquí, a pocos días de camino. Tiene algo importante que decirte. Yo que tú hablaría con él antes de enfrentarnos a Travolti- Eric volvió la vista atrás. Si no fuera por Ulmo, Eric ya habría llegado al castillo, pero gracias al incidente de la pomada azul se había tenido que alejar de la ruta justo cuando ya tenía el castillo en frente.
- De acuerdo, hablaré con él.- De repente, el aracnosentido de Eric se puso alerta. Eric, sin pensarlo dos veces, tomó el mazo de Ulmo y atravesó a su amigo Algómedes, que cayó al suelo (o se desparramó por él, según se mire). Eric estaba impaciente: "Me preguntó en que se transformará ahora... ¿En Shirley? ¿En algún ser maligno y peligroso? ¿En un estudiante de la ESO?". Pero Algo no se transformó en nada.
- ¡Coño!- gritó Eric sobresaltado- ¡¡Si yo no tengo aracnosentido!!
- Pues te acabas de cargar a tu amigo- dijo Ulmo- que se había despertado con el último alarido de Algo- ¡Qué paja te acabas de meter! ¡Juá, juá, juá...! ¡Qué pedazo bobo!
- Era un gran amigo, un amigo de verdad. Dime, Ulmo, ¿qué otra cosa que no sea el aracnosentido puede producir un temblor y un picor intenso por todo el cuerpo?
- No lo sé... Quizás el haberte sentado sobre un hormiguero de hormigas gorronas- contestó Ulmo. Eric miró debajo de su trasero y comprobó que tapaba un hormiguero del diámetro de una papelera. Se miró los brazos, las piernas... Estaba invadido de bichos.
- ¡Aaaaaah!- Eric desapareció. A los cinco minutos estaba de vuelta, completamente limpio y desinfectado, y con cara de haber corrido mucho.
- ¿De dónde vienes?- preguntó Ulmo, que a duras penas había conseguido dejar de reír.
- Psche, les he tenido que dar formol a las hormigas en el lago.
- ¡Pero si el lago está a más de medio día de camino! Además, el formol debería haberte quemado la piel.- Entonces Eric se dio la vuelta y mostró la otra cara de su cuerpo: la ropa se le había desgatado y su espalda y sus piernas aparecían totalmente descarnadas. De modo que Ulmo prosiguió el cachondeo.

 

Eric se puso la gabardina con capucha de Algómedes y se durmió. Al despertar, Ulmo seguía riéndose todavía. Eric, cabreado, se levantó, hizo levantarse a Ulmo y echó a andar. Al poco rato, Eric dijo a Ulmo que le esperara, volvió atrás, al escondrijo, y alcanzó nuevamente al elfo.
- ¿Se puede saber qué hacías?- preguntó Ulmo indignado.
- Lo que te dije que verías. Ahora me toca reír a mí.- Entonces Ulmo se dio la vuelta y vio que el escondrijo ardía. Fue así como el bobo de Eric consiguió destruir el último lugar dominado por las fuerzas del bien sobre la tierra, anular un conjuro milenario que no tenía seguro de incendios y acabar con millones de años de existencia del "Bosque del Refugio", que pasó a llamarse "Las Arenillas de las Hormigas Gorronas".
De repente, todo el lugar se volvió tinieblas y del sitio donde había estado el refugio surgió una extraña luz blanca. Eric, movido por una gran curiosidad, corrió hacia ella, y Ulmo, visiblemente trastornado, dejó escapar de su boca estas palabras: "La profecía era cierta. La leyenda se ha cumplido"; mientras agarraba su mazo con gran fuerza. El fuego se había apagado y la cúpula vegetal se había transformado en cenizas. El cuerpo de Algo (es decir, todos sus pedazos) empezó a desaparecer. Antes de que lo hiciera por completo, Eric aprovechó para coger el brazo y pegárselo a su muñón con espadadrapo. Pero el caso es que tres destellos que cegaron a Eric aparecieron, uno en cada punta de las arenillas. Luego, los destellos se fundieron en el aire y se hizo la luz del día. Ulmo y Eric abrieron los ojos. Delante de ellos había... ¡Tres Magos! Eric, tembloroso, se echó atrás, pero no podía escapar. Una fuerza lo retenía. El mago del centro lo retenía. El mago del centro tomó la palabra:
- La profecía se ha cumplido.
- ¿Qué profecía?- preguntó Eric.
- El último mortal de la dinastía Amraom ha desaparecido: Apolo de Amantis. Una nueva era ha comenzado: la Era de la Deseperación.
- ¿Sois vosotros los que invadisteis mi pueblo?- osó decir Eric, que al ver manejado el nombre de Apolo perdió todo el miedo y se dejó dominar por su ira.
- No, Eric. Ellos son los magos de la Estrella Incompleta, los Magos Negros. Nosotros somos los Magos Blancos, o magos de Estrella Tetraédrica.
- Ah, ¿sí? Pues llevaís túnicas negras- observó Ulmo.
- Es verdad, casi lo olvido- dijo el mago. Después se acercó a Eric y le metió tal puño en la boca que le pinzó la lengua entre las vértebras- Lo de los trajes es porque algún graciosillo, y no miro a nadie, quemó nuestra casa justo cuando íbamos a salir.
- ¿A qué habéis venido?- preguntó Ulmo, que al ver el aspecto de Eric tuvo que hacer un gran esfuerzo por contener su risa.
- La leyenda dice que los Tres Magos Blancos aparecerán el día en que acabe la dinastía de los Amraom, encargada desde la eternidad de velar por la justicia. Una vez desaparecida tanto los magos Blancos como los Negros apareceran para ser testigos de la Última Gran Batalla, cuyo resultado depende del destino.
- Entonces, ¿qué debemos hacer?- preguntó Eric.
- No te lo podemos decir. Sigue tu rumbo y encontrarás la respuesta- concluyó el mago del centro.
- Espera- interrumpió el de la derecha- El final de la Última Gran Batalla está en la Última Gran Lucha, y concretamente en su Última Gran Pelea, en lo que será el Último Gran Duelo que...
- ¡¡Acaba ya, cojones!!- chillaron a un tiempo Eric, Ulmo, los otros dos magos y el bosque (que quería que se fueran los magos para seguir quemándose).
- Bueno, el caso es que en el Último Gran Duelo se enfrentarán el Último Gran Guerrero y el Último Débil Mental, y tú tienes mucho que ver con eso, Eric. Que el Destino esté de tu parte.
- Pero, bueno- dijo Eric sonrojado- Tampoco soy lo que se dice un gran guerrero.
- No, no- rio el mago- si tu eres el otro. ¡Juá, juá, juá!- se pitorreó junto con sus camaradas, Ulmo y el bosque.
- Bueno, basta ya- dijo el mago del centro.- Es hora de que nos vayamos, que tenemos que utilizar nuestro poder para jugar a las quinielas.
- Sí - dijo el de la izquierda- pero antes, Eric, te voy a entregar un arma que te ayudará.
- ¡Oh, sí! ¿Qué es? ¿Un bazooka?, ¿un AK47?, ¿una ametralladora con laser?, ¿un generador de positrones?- Eric se acercó al mago y recogió lo que éste tenía en su mano.
- ¡¡Juá, juá, juá...!!- rieron de nuevo todos los presentes al ver la cara que ponía Eric.- ¡¡Con eso destruirás lo que quieras!!¡¡Juá, juá...!!
Eric miró con un pique de impresión la carta del juego de los Elementos que le acababan de entregar.
- Bueno, ahora sí que nos vamos, pero un consejo Eric: ten en cuenta tu anillo.- Y dicho esto se desdoblaron interdimensionalmente, como cierto escritor de este libro.
- Me han caído bien- exclamó Ulmo, a lo cual Eric respondió dándole una patada en el ojo y hundiéndole el tabique nasal en el encéfalo.
Repuestos ambos en la medida de lo posible siguieron su camino, esta vez con una meta clara: el castillo de Travolti, que se distinguía en un horizonte cada vez más cercano. Avanzaban tan sumidos en sus pensamientos (la mayoría de ellos relativos a sangre) que no se dieron cuenta de que un grupo de orcos corría en dirección a ellos.
-¡Alto, por Ñaca!- Gritó el que iba en cabeza a los dos viajeros- ¿Por dónde se han ido?
- ¿Quiénes?- preguntó Eric.
- Los encapuchados.
Eric cayó en la cuenta de que Rosanis estaba cerca, y trató de despistar a los orcos:
- Se han escondido en esos árboles, al otro lado del río.
Cuando se fueron Eric y Ulmo echaron a correr antes de que se descubriera el engaño. Eric miró atrás para ver si los seguían.
- ¡Aaaah!- gritó al darse cuenta de que en su afán por despistar a los orcos había ido a indicarles el lugar exacto en que se hallaban los encapuchados, dos de los cuales yacían ya inertes sin sus capuchas y sin lo de dentro de las capuchas. Ulmo y Eric se miraron. No se caían del todo bien (Ulmo había dejado a Eric mutilado y Eric a Ulmo con secuelas en el cerebro), pero era hora de olvidarse de sus diferencias y unirse. Eric se ajustó su nuevo brazo y sacó de su bolsillo la carta de los Elementos, junto a las que ya poseía. Ulmo sacó su mazo. Con paso firme avanzaron hacia los orcos. Si quedaba algún encapuchado con vida.. ¡¡lo salvarían!!
- ¡Allá voy, tiembla Jhonny!- gritó Eric.
- ¡Al ataque, por la gloria de mi madreee!- gritó Ulmo.

CAPÍTULO 10: ULMO Y LOS PITT-U.F.O.S

CAPÍTULO X.

 

 

Una extraña sombra se proyectaba sobre el cuerpo de Orome, despedazado por los diminutos roedores del bosque. La sombra pertenecía a un extraño ser. Había algo anómalo en sus ojos, probablemente sería el hecho de tenerlos completamente negros. Su piel tenía un color inusual. Ostentaba dos enormes espadas. Era un elfo negro que seguía a los aventureros. En ese momento sintió hambre. Pensó en el tiempo que llevaba sin probar bocado, y cortó un cacho de pierna de Orome para comérsela. Decidió dormir un poco antes de continuar su misión y la búsqueda de Eric. Mientras se preparaba el lecho rebuscó entre las ropas de Orome y encontró un pergamino. Lo leyó, sonrió maliciosamente y se lo guardó. Con sendos mandobles con sus espadas degolló la cabeza y abrió en canal lo que quedaba de Orome. Acto seguido cogió la cabeza y la reventó con sus manos. Después decidió desollar la espalda y utilizar los intestinos como cuerdas para hacerse una hamaca. Pocas horas después, Ulmo, el elfo negro, formuló un hechizo en lengua élfica y desapareció entre unas fantasmagóricas llamas violetas, que a su vez prendieron en unas hojas resecas, organizando un gran incendio del que se hablaría largo y tendido en los siglos venideros. De este modo hizo suyo el dicho: "El bosque es de todos, quema tu parte".

 

 

Eric vio surgir unas llamas violáceas entre el resplandor que le rodeaba. Penso que podría tratarse de P. Rea, así que lanzó su mazo mágico para destrozarlo, como ya hiciera Orome con Philemmon, y recuperar el alma de Astarté. El brillo del mazo le permitió seguir su trayectoria y no perderlo de vista. De repente el elfo pronunció una palabra y el mazo se detuvo a escasos centímetros de su rostro. Era parte del tesoro de su pueblo, robado por Orome, por lo que pensó que el agresor sería alguno de sus secuaces. Así que reaccionó con gran rapidez y con un mandoble cortó casi todo el muslo de Eric, dirigió su segunda espada hacia la garganta mientras arrancaba un brazo y se lo daba a su tigre de dientes de sable que había aparecido de la nada. Entre los dos se comieron el brazo de Eric. Tras esto se acercó a reconocer a su víctima, que comenzaba a recuperarse. Reconoció a Eric.

 

- ¡Anda, qué fallo más absurdo!- dijo el elfo.

 

- ¡Qué puta gracia diría yo!- repondió, visiblemente enfadado, Eric.

 

- Pues la verdad es que la tiene.- comentó Ulmo, y se rió de él a la cara.

 

- ¿De qué te ríes?- dijo Eric.

 

- Pero si no me estoy riendo - contestó Ulmo.

 

Ulmo decidió acompañarle hasta el pueblo más cercano, donde podría preparar un ungüento azul de muy complicada preparación y cuyos ingredientes eran muy escasísimos, y que se obtenía de unas entidades bioilógicas extraterrestes conocidos por el nombre de pitt-u.f.o.s. Con ese ungüento las heridas de Eric podrían cicatrizarse. Así que se pusieron en camino con la ayuda del tigre de dientes de sable. Llegaron rapidamente a un extraño pueblo en el que todos sus habitantes, o por lo menos la mayoría de ellos, vestía una chillona vestimenta azulgrana. Sólo había un casino en el pueblo, y estaba en la más completa ruina por la suerte que tenían los habitantes. Se dirigieron hacia una posada. El posadero, al ver el amenazador rostro del elfo negro, aceptó sin dicutir, a pesar de que tuvo que degollar a unos cuantos invitados para hacer sitio. El posadero, que llevaba la cabeza rapada, como era costumbre en ese lugar, decidió desangrar los cuerpos de sus ex-invitados y mezclar la sangre con el vino, para ahorrarse con esta técnica unos cuantos litros de vino y unos cuantos maravedíes. A Ulmo le gustó muchísmo ese vino. Mientras bebían se oyeron unos gritos y ruidos de pelea. Ulmo se asomó a la ventana y vio una lucha entre dos facciones. Se trataba de los comandos boinistas contra los grupos antiboinistas de liberación del sombrero de ala ancha. Ulmo abandonó a Eric en una habitación y salió a la calle. Limpió sus espadas de mithril hasta que brillaron tanto como sus negros y brillantes ojos. Comenzó a "entretenerse". Sus movimientos eran rápidos, precisos y mortales. Sus espadas parecían una continuación de sus brazos. Ulmo se dedicó a cortar cuellos y yugulares; y a abrir cráneos para machacar el cerebro. Otros caían intentando sujetarse las vísceras que se les escapaban de sus manos y de sus cuerpos y se quedaban tiradas en el suelo, donde eran pisoteadas despiadadamente por enemigos o compañeros miopes, mientras la vida se les escapaba por los pulmones. Otros caían partidos por la mitad de su cuerpo emitiendo gritos desgarradores y desesperados de dolor, agonizando irremisiblemente, tirados en el suelo, desangrándose rapidamente. En unos pocos minutos la plaza quedó sembrada de cadáveres y todavía resonaban los ecos de la muerte. La muerte se reflejó en los ojos de Ulmo. Saltó de lado a lado machacándoles el cráneo a los supervivientes o bien deshuesándolos.

 

Decidió que ya había llegado el momento de salir a buscar a los pitt-u.f.o.s. A su paso todas las casas del alrededor comenzaban a arder con esas fantasmagóricas llamas violáceas. Destrozaba a cualquier viandante haciéndoles atravesar las gruesas paredes de las casas, les giraba trescientos sesenta grados la cabeza, dislocaba todas las articulaciones y sorbía su médula espinal; dejando un rastro de destrucción, muerte y desolación a su paso. Su sed de sangre y destrucción era insaciable. Tras un breve camino, y sin más incidentes señalables, comenzó a oir un estremecedor crujido bajo sus botas. Se trataba del ruido que realizaban aquellos diminutos seres, los pitt-u.f.o.s, al ser brutalmente aplastados por Ulmo. Destrozó sus casas y capturó a unos cuantos. Llegó a una casita más alejada y arrancó el tejado. Dentro encontró a papá pitt-u.f.o. y a la pitt-u.f.ina manteniendo una placentera "charla". Decidió cortarles la cabeza para ponerlas en el mango de sus espadas.

 

En ese momento apareció un maléfico brujo que reivindicaba la pertenencia de los pitt-u.f.o.s. Se llamaba Gragramell. Formuló un hechizo para atraer a un Elemmental que destruyera al elfo negro. Pero su magia se volvió inestable, algo falló en el hechizo, el Elemmental comenzó a tomar forma dentro de él. Comenzó a hincharse en su cuerpo, sus costillas comenzaban a ceder, las entrañas se le corroían y su alma comenzaba a arderle dentro del cuerpo. El terror se reflejaba en sus ojos, sentía que el hechizo escapaba de su control. En aquel momento cedió la unión de las costillas con el esternón, su corazón amenazaba con explotar. Finalmente, su caja torácica, las costillas rasgaron musculos y piel y Gragramell cayó muerto con las costillas abiertas. Ulmo lo miró, en un principio con desprecio, y después deternillándose de risa. Pasó por encima de su cadáver.

 

Llegó a la posada y comenzó a preparar aquel emplasto con propiedades extratarrestes que salvaría la pierna de Eric. Machacó a los pitt-u.f.o.s haciendo caso omiso de sus chillidos de dolor y los puso en un paño. Tras un par de días el paño tomó un color azulado y un olor rancio y enmohecido. Durante esos días de estancia en la ciudadelinha culé se sucedieron asesinatos brutales y despiadados: gente ahorcada con las tripas del vecino, gente a la que golpeaban contra el suelo hasta que el cerebro se convertía en una papilla viscosa y amarillenta, ojos segados por una navaja de afeitar sucia y vaciados por una pala excavadora, etc... vamos, nada demasiado peculiar.

 

Llegó el momento en que tenían que continuar su camino. Ulmo llegó al mostrador de la posada balanceando distraídamente el mazo.

 

- ¿Donde puedo encontrar buenos caballos?- le preguntó al posadero.

 

- Los mejores picos los tiene el "Holandés"- contestó el otro, con cara de yonkie.

 

- ¡Imbécil! ¡Retrasado mental!- gritó Ulmo, y amenazadoramente le agarró del cuello- ¡Escuchame bien, pollo! ¡Quiero caballos de los de cabalgar miles de kilometros sin cansarse! ¡No esa otra mierda!

 

El posadero, aterrado, les indicó donde estaba la cuadra, pero también indicó que tendrían que pagar las habitaciones y una fianza por los caballos, para no correr el riesgo de que se fueran sin pagar. Un segundo después ya se arrepentía de haber dicho eso. Ante las amenazadoras miradas de Eric y Ulmo sacó una magnum 48 y les miró con una sonrisa maliciosa. Ulmo formuló un hechizo del mazo que había descubierto hacía un par de días mientras dos niñas gemelas morían entre estertores.

 

- ¡Azebac al elacnarra, Sojo sol elacas!- gritó Ulmo entre aspavientos y movimientos secretos del mazo.

 

Se oyó un gran estruendo. Al instante una columna de fuego cayó sobre el humano que todavía empuñaba el arma. Intentó disparar pero el revolver explotó en su mano, y su cuerpo comenzó a cuartearse y derretirse, quedando reducido a un charco de color gañán.

 

Después de ese incidente sin importancia fueron a buscar los caballos. Ulmo eligió uno totalmente negro, mientras que Eric se decidió por uno marroncillo que parecía rápido y resistente.

 

Decidieron visitar al alcalde de la ciudadelinha culé antes de abandonarla. Se trataba de un tipo con la cabeza rapada (que raro), mandíbula prominente y sus dos grandes palas le sobresalían de la boca. Al verlo comprendieron porqué la mascota culé era un conejo. Le dieron las gracias por las prácticas de desmembramiento gratis. Eric quiso volver a practicar un poco porque llevaba mucho tiempo sin torturar a nadie. Ulmo se limitó a enganchar al alcalde por las orejas con un par de fuelles y lo colgó del techo. Eric comenzó con unos cortes en los muslos. En vista de lo molestos que resultaban los gritos resolvió cortarle las cuerdas vocales para que no hiciera tanto ruido. Más tarde amputó los brazos. Después terminó lo que había empezado con las piernas, hasta que éstas quedaron reducidas a un montoncito de carne y sangre. Entonces Eric le dijo: "¡Bueno, tronco, nos abrimos!". "Sí, pero todos" añadió Ulmo. Y acto seguido le cortaron por la mitad dejando a la vista las entrañas. A pesar de la sangre que manaba por todas partes pudieron distinguir que las costillas eran de color blaugrana.

 

Eric y Ulmo salieron del ayuntamiento y le prendieron fuego. Se marcharon del pueblo, que ardía por los cuatro costados.

 

En el mismo instante en que salían de la ciudad, perdón, del crematorio, Eric reconoció a los hombres de las gabardinas que vio en casa de Apolo. De entre ellos paró al agente Muldex.

 

- ¿Qué pasa? ¿Qué haces tú por estos parajes?- le preguntó.

 

- Hemos tenido noticias de la existencia de una colonia extraterrestre instalada en las cercanías. He salido en su busca. El gobierno no puede ocultar la verdad. ¡Vamos Eskaly!- respondió Muldex, prosiguiendo su camino seguido de su pelirroja compañera.

 

Ulmo y Eric se miraron entre sí y sonrieron maliciosamente. Al cabo de un rato ya no pudieron reprimir la risa y se retorcieron de gusto en el suelo durante un rato recordando los divertidos episodios que habían vivido en esos últimos días.

 

Por fin recuperaron la compostura y continuaron su camino. Al cabo de unos minutos vislumbraron una silueta al lado de un lago de formol. Era una mujer, que les dijo:

 

- Me llamó Zorroaine y vengo de Morder. Quizá con Travolti os llevéis una desilusión...

 

- ¡Callate, puta zorra de mierda!- respondió Eric- ¡lásciva asquerosa, chupapollas de tres al cuarto, montón de caca de vaca, meadero de cerdos, incestuosa que se lo hace con...!

 

- Tranquilo Eric- le interrumpió Ulmo- déjame a mí.

 

Ulmo empuñó su mazo y salió corriendo hacia ella. Su golpe llegó a su destino. Ulmo seccionó el cuello de la mujer y con un segundo golpe la envió al lago de formol. El cuerpo comenzó a humear, se estiró como la goma y se fue deformando hasta perder toda forma humana. Quedó convertida en una especie de crema encima del líquido. Hecho esto, se marcharon del lago entre carcajadas.

 

CAPÍTULO 9: EL OAXIS

CAPÍTULO IX.

 

Eric despertó. No sabía donde estaba, y tampoco le importaba averiguarlo. Se puso a pensar en todo lo que había pasado desde el principio. ¿Cuanta gente inocente había sufrido o muerto por culpa de su estúpida sed de venganza? Amantis había sido conquistado. Sus habitantes habían sido esclavizados y raptados. Algunos habían muerto. Pensó en sus amigos, en Apolo, en Orome, en Zintia, en Astarté. Todo lo que había ocurrido había sido por su culpa. Además, se había dejado engañar por la gente, por ofuscadores como Philemmon, Asteris o P. Rea. Ya todo le daba igual. Cerró los ojos y se quedó tirado donde fuera que estuviera.
Al cabo de unas horas recordó la luz. Sin embargo no podía recordar nada de lo que el ente luminoso le había revelado. Se levantó, con mucha pesadez, y miró a su alrededor. Lo único que vio fue arena y cielo; cielo y arena. Se percató del fuerte calor que hacía y de la intensa sed que le apremiaba. Estaba en una especie de desierto.
Comenzó a andar, sin seguir una dirección determinada, sin esperanza alguna de sobrevivir, y sin ganas de hacerlo.
Al cabo de unos días notó una diferencia en el monótono paisaje que lo rodeaba. Vio algo que se elevaba hacia las alturas en el horizonte  que le llamó la atención. Conforme se acercaba comprobó que era cierto, que no soñaba. Eran palmeras. Y alrededor de esas palmeras había mucha vegetación y volaban una gran variedad de aves, cuyos chillos rompían el silencio al que Eric se había tenido que enfrentar. No cabía duda. Eric se encontraba delante de un oasis. Se adentró en la selva y descubrió un lago de agua dulce y cristalina al que acudían en manadas los animales que habitaban el desierto. Eric jamás había imaginado que en esos parajes tan hostiles pudiera haber tantos animales diferentes. Tras saciar su sed se fijó en dos hombres que no parecían haberse percatado de la aparición del intruso. Se acercó a ellos y les saludó:
- ¡Hola!- les dijo.
- Hola. Hola. ¡Qué bueno estar de vuelta!- respondieron.
"¡Jarl!" se dijo Eric "¿Qué han querido decir con eso?". Los miró atentamente. Se dio cuenta de que tenían que ser hermanos, debido a su parecido. Uno de ellos, el más alto, era además el más joven. Permanecía de pie. Llevaba gafas de sol de cristales redondos y una camisa abrochada hasta el último botón. Cuando hablaba inclinaba ligeramente la cabeza hacia delante y cruzaba las manos por detrás de la espalda. Tenía un flequillo que le caía sobre la frente, casi tapándole los ojos. El otro, el mayor, estaba sentado. Sus gafas de sol eran más anchas y compactas que las de su hermano. Llevaba el pelo más corto y patillas y una cazadora de borrego. Ambos bebían cerveza.
Eric se dio cuenta. Ellos no eran simples mortales. Eran dioses. No estaba en un oasis cualquiera, estaba en el Oaxis. Una de las más antiguas leyendas del lugar hablaba de un paraíso sagrado donde habitaban dos dioses capaces de dominar el mundo y la mente de todos los seres humanos e inhumanos. Eric nunca había creído en esa leyenda, siempre pensó que se trataba de un cuento infantil, pero ahora que estaba allí no tenía más remedio que creer en ello.
Le dirigieron la palabra:
- Algunos dicen que no existe el cielo- dijo el joven.
- Ve y díselo al hombre que vive en el infierno- comentó el otro.
- ¡Je! Pues que me lo digan a mí- dijo Eric.
- Los días son largos y las noches te desecharán porque el sol ya no brilla. Nadie menciona nunca que el tiempo puede arreglarte o destruirte el día. Nadie parece recordar que la vida es un juego al que jugamos todos. Vivimos en las sombras, tuvimos la oportunidad y la desaprovechamos. Ya nunca nada será igual, porque los días caen como la lluvia. Ya nada será igual hasta que la vida que conocí vuelva a mí y me diga hola- comentó, con aires de importancia, el alto.
- Me has quitado las palabras de la boca- dijo Eric. Estaba asombrado por la sabiduría que demostraban los dos dioses hermanos.
- ¿Has sentido recientemente el dolor de la lluvia matinal mientras te cala hasta los huesos?- le preguntó el bajo.
- Sí- respondió Eric.
- Pues escuchame bien- le espetó- Puede que tu vida se haya convertido en una mierda. Pero no puedes mandarlo todo a tomar por saco. Tienes que ser tú mismo, no puedes ser nadie más; y tienes que arreglar lo que has hecho. Todos tus sueños se pueden hacer realidad, aunque estés atado al espejo y al filo de la navaja. Llegará el día en el que todo el mundo vea otro soleado atardecer. Hay un pensamiento para cada hombre que intenta comprender qué tiene al alcance de la mano. Avanza por el camino de la vida y el amor. Sobrevive en la medida de lo posible. Tal vez nunca seas todo lo que quieres ser, pero ahora no es el momento de llorar sino el momento de descubrir por qué. Creo que tú eres como yo, vemos cosas que otros nunca verán. Tú y yo viviremos eternamente. Puedes esperar toda la vida, pasar tus días al sol. También puedes coger tu camino, llegar a lo más alto y, ¡hacer que suceda! ¡Así que corre, desaparece, y haz lo que debes hacer!
Eric no se lo pensó dos veces. Salió corriendo de allí, sin despedirse, sin dar las gracias. Salió corriendo sin dirección alguna. No miró hacia atrás y cuando lo hizo ya no pudo ver el Oaxis. Puede que sólo hubiera sido un sueño, o una alucinación, pero de repente había visto claro que tenía que hacer. Había recordado repentinamente su visita al ente. Sabía que tenía que hacer. Llegaría hasta el castillo de Jhonny, lo mataría, rescataría a las vírgenes, rescataría a Astarté y recuperaría el pueblo de Amantis. Pensando en todo eso siguió corriendo hasta que el agotamiento pudo con él y cayó desvanecido al suelo.

 

Cuando se despertó estaba en Morder. A la vista estaba, después de muchas aventuras y kilometros, el castillo de Jhonny Travolti, el tirano. Por fin vería saciada su sed de venganza.

CAPÍTULO 8: EL MESÓN DE DON EGAL

CAPÍTULO VIII.

 

 

Eric y Astarté se detuvieron extrañados. Se dieron la vuelta y vieron a una persona vestida con una bata blanca, montado en bicicleta, que se dirigía hacia ellos. Cuando llegó a su altura se detuvo. Pudieron observar que tenía una calva prominente y nariz pronunciada. Llevaba en el bolsillo de la bata varios boligrafos rojos, así como un compás (también de color rojo), y una calculadora.

 

- ¿Quién eres?¿Qué quieres?- preguntó Eric, desconfiando del extraño.

 

- Vamos, vamos. No me irás a decir que no puedes reconocerme- respondió el otro.

 

- No.

 

- Mi nombre es Rea.

 

- ¡Ah, coño!- exclamó Astarté- ¡Tú eres el P. Rea!

 

- Vamos, vamos, no uses ese vocabulario, muestra de una enorme falta de educación y respeto que no debiera darse entre vosotros, los jóvenes, ya que ,como nos demuestra la operatoria matemática...

 

- ¡Corta el rollo y habla!- le interrumpió Eric- ¿Cómo podemos atravesar el castillo de Jhonny?

 

- Acompañadme hasta el próximo mesón y allí podremos hablar tranquilamente, mientras degustamos unos sabrosos roscos.- dijó el P. Rea, dando por terminada la conversación, y continuando el viaje.

 

 

Sólo la venganza les impulsaba a continuar la marcha: necesitaban matar a Jhonny Travolti con sus propias manos, o de lo contrario jamás vivirían en paz. Pero llevaban semanas y semanas andando, sin haber descansado, y estaban exhaustos. El mesón del que habló el P. Rea parecía no estar en ninguna parte. Por fin un día, tras muchas horas dando vueltas sin encontrar nada, se decidieron a preguntar a un anciano que estaba sentado en una piedra sin otra ocupación que observar todo lo que ocurría a su alrededor. Como el P. Rea no quería hablar, le preguntaron a él. Éste les indicó que el mesón estaba allí cerca, y que en él se comía y dormía muy bien a un precio bastante razonable. Tras indicarles el camino y cuando ya se estaban despidiendo, con una sonrisa maléfica en los labios, les aconsejó que visitaran también el bar. Este último comentario, y sobre todo el tono con el que lo había dicho el anciano despertó en ellos la curiosidad, e incluso un cierto temor...

 

Apenas un cuarto de hora después el dueño de aquel mesón, un tal Don Egal, les recibía. Habían observado atentamente el edificio antes de entrar, pero todo él les había parecido de lo más normal, un tanto vulgar incluso, pero el hambre hizo que sin pensarlo más entraran. Don Egal les dijo que la cena tardaría un poco en servirse y les invitó amablemente a pasar al bar "a tomar una copa". En ese momento ambos se acordaron del anciano, de su comentario y de su maldita risita. Se miraron mutuamente y, como si de una jaula de leones se tratara, se aproximaron a la puerta del bar, la cual no tenía nada del otro mundo.

 

Eric, temblando, empuñó el pomo de la puerta y empujó. Quizás fuera por culpa del miedo que tenía, pero le pareció que la puerta pesaba más de diez toneladas. Cuando la puerta se abrió por completo Eric tuvo la impresión de estar observando un mundo diferente del que normalmente habitaba. En ese momento, el P. Rea, que había mantenido la boca cerrada hasta entonces, hasta tal punto que tanto Eric como Astarté se habían olvidado de él, dijo: "Allí dentro encontrareis la solución que estaís buscando, pero os puede reultar difícil salir, incluso imposible: y puede que incluso, una vez fuera, sufráis las consecuencias de vuestra sed de venganza".

 

Astarté, igual de curiosa que Eric, e igual de mosqueada también, no veía nada por que su compañero le tapaba, así que le dio un empujón y ambos cruzaron el límite.

 

Fue como entrar en la cuarta dimensión: de pronto sus mentes quedaron en blanco, y sus cuerpos sentían la necesidad de liberarse de todo, así que Eric y Astarté se quitaron todo aquello que era innecesario: cinturón, gorros, cadenas... hasta quedarse con una camiseta, unos vaqueros y unas zapatillas (muy bien conjuntadas, por cierto). No sabían muy bien por qué ni de qué, pero ambos se sentían libres. Ni siquiera su cuerpo, el cual es en muchas ocasiones una pesada carga, estaba presente para ellos. Se creían dos almas que se encontraban en un mundo ideal, perfecto, sublime. Quizás era la estupenda música que constantemente sonaba, o quizás la decoración de aquel lugar, o quizás las personas que allí había, las cuales se mostraban amables, a pesar de que ni Eric ni Astarté habían hablado con ellos.

 

No sentían necesidad de nada. Consideraban superfluo todo lo que en su anterior mundo les parecía vital. Ni siquiera pensaban en ningún tipo de droga para relajarse: ni alcohol, ni tabaco, ni alucinógenos, ni cafeína... nada. En ese momento sintieron estar en el paraíso que siempre habían querido encontrar, al que siempre habían querido evadirse. Tampoco necesitaban el sexo, pues éste es un placer corporal y su cuerpo ya no existía para ellos.

 

En un momento dado Eric recordó las palabras del brujo. Rapidamente le dijo a Astarté:

 

- ¡Astarté! ¡Hemos de buscar la clave para entrar en el castillo de Jhonny!

 

Pero Astarté no podía oírlo. Su éxtasis intradimensional la había evadido por completo de todo lo demás. Ella ya había olvidado a Amantis, a Rosanis, a Travolti, a Zintia, a Orome, a Shirley, incluso Eric ya sólo le parecía una simple imagen de su subsconciente, que, aunque ella sabía que existía realmente, su mente ya no captaba.

 

Eric se asustó al ver a Astarté en ese estado. Él era más fuerte y su deseo de venganza era demasiado intenso como para alejarlo de su mente. Eric aun era real. Sin perder un instante fue a buscar la clave, sin saber qué era ni cómo era. Todas las personas que estaban con él tenían el mismo aspecto que Astarté. Habían olvidado la realidad y vivían perdidos en ese laberinto mental.

 

Eric estaba a punto de darse por vencido, cuando una extraña luz de la que no se había percatado antes le llamó la atención. Se acercó más y más hasta que la luz le rodeó por completo. Es muy difícil explicar lo que le ocurrio en la luz. Sintió una presencia muy fuerte de una especie de ente. Eric, cuando salió de ahí, no podía explicar como eran las nuevas sensaciones que había percibido, sólo sabía que ya lo sabía todo. Ya sabía que tenía que hacer. Buscó a Astarté. Cuando la encontró ya sólo era un cuerpo que flotaba junto a los demás. La agarró del brazo y la arrastró hasta la salida. Abrió la puerta y sacó a su amada de ese supuesto paraiso que había reultado ser una trampa energética-temporal.

 

En el exterior del bar sólo pudo distinguir dos siluetas que reían despiadadamente. Al cabo de un rato los reconoció. Uno de ellos era Don Egal y el otro era el brujo P. Rea. Este último tenía una vasija de cristal con una estrella de nueve puntas y media en relieve. En esa vasija estaba atrapando lentamente el alma de Astarté. Eric no podía hacer nada. No podía moverse. En ese momento Astarté se volvió hacia él y susurró:

 

- Eric. Eric, ayúdame. No dejes que se me lleve.

 

Eric no podía hablar, no podía moverse, no podía evitar lo que estaba ocurriendo. Cayó en un estado de somnolencia. Antes de perder el conocimiento completamente todavía podía escuchar el susurro aterrado de Astarté: "Eric, socorro, es horrible. Eric, se me lleva, ayúdame. Eric, por favor. Eric, Eric, Eric..."

 

CAPÍTULO 7: LA MUERTE DE OROME

CAPÍTULO VII.

 

 

Orome se despertó pronto pues no podía dormir. Nada más despertarse fue a bañarse al lago que estaba cerca de ahí. Mientras, Eric dormía abrazado a Astarté, con una mano en uno de sus pechos y la otra bien agarrada a su espalda. Las manos de Astarté no estaban a la vista, pero ella lucía una amplia sonrisa.

 

Orome llegó al lago gracias a un camino de tierra que había descubierto entre unos árboles. El camino era estrecho y lleno de piedras, pero afortunadamente también era corto y Orome llegó pronto al lago. Una vez allí se despojó de su ropa y se metió en el lago. El agua era cristalina y fría, pero producía una sensación de relax que Orome no había disfrutado jamás. Se tumbó en la superficie del lago y se quedó dormido oyendo el dulce piar de los pájaros.

 

Al cabo de un rato una mano le despertó. Era Eric, que había bajado al lago para avisarle que tenían que proseguir el viaje si querían estar a medio camino del castillo de Jhonny antes de la puesta de sol. Orome se apresuró a buscar su ropa y volvió donde estaba Eric. Justo en ese momento Orome notó que su aracnoinsentido se activaba. Sin saber realmente por qué, le asestó un martillazo a Eric, quien cayó al suelo y se desvaneció en el aire. En su lugar apareció una mujer que le sorprendió por su belleza. Era Shirley y estaba dispuesta a terminar con Orome.

 

La pelea había comenzado. Orome lanzaba su martillo sin ton ni son al cuerpo de Shirley para tratar de espantarla. Sin embargo Shirley se iba acercando más y más. Orome se dio cuenta de que no se iba a asustar y se lanzó al cuerpo a cuerpo. Shirley soltaba mordiscos intentando arrancarle la cabeza. Orome trataba de asestar puñetazos al cuerpo de Shirley, pero no lo conseguía ya que continuamente sus manos se detenían atraídas por los pechos de Shirley y ahí se quedaban un buen rato. Mientras Shirley dio el mordisco definitivo en cuello de Orome. Este expulsó un último grito de dolor.

 

Eric y Astarté bajaron corriendo al lago de donde salió el grito. Al llegar vieron a la mujer encima de Orome. Tanto Eric como Astarté pensaron que el grito de Orome había sido de placer y no de dolor. En ese momento Eric se dio cuenta de que la mujer era Shirley. No se lo podía creer.

 

- ¡Shirley!¡No puede ser!¡Yo mismo te maté!- exclamó, sobresaltado, Eric.

 

Shirley prorrumpió en una risa dantesca mientras decía, con voz de ultratumba y mirada perdida:

 

- Te dije que volvería por ti - Su boca estaba inundada de sangre de Orome y le resbalaba por la cara y el cuello- Primero morirán tus amigos y luego tú.- Y dicho esto se volatilizó quedando en el aire el eco de su risa.

 

- ¿Como es posible?- preguntó Astarté- oye, se te ha levantado.

 

- Esto... sé que parece mentira, pero es la única explicación racional: Shirley es un demonio, un servidor de la muerte para ser más exactos. Ya sabes que me hizo prisionero, gracias a ti que me salvaste, que si no..., bueno, supongo que podrá adoptar cualquier forma, y adoptó la tuya para engañarle y así matarlo.

 

- Yo más bien creo que tomó la tuya.

 

- Orome era un guerrero, no un marica.

 

- Bueno, tú sí eres un hombre, pero él... no estoy segura.

 

- Habrá que enterrarlo, ve a buscar el traje de difunto y se lo ponemos.

 

- Oye, que no tenemos.

 

- Bueno, tú desnuda estás buenísima.

 

- Pillín.

 

- Ve a buscar algo para ponérselo.

 

- Sí, claro, ahora resulta que los árboles dan trajes, ¿no?. A ver, un Giorgio Armani en aquel pino... no mejor el Polo Ralf Lauren de aquel ciprés...

 

- ¡Pues coge hojas, boba, y haz un traje!

 

- Vale, ahora vuelvo, tú ve desnudándolo.

 

Astarté se marchó a buscar hojas con las que hacer un traje, pero le resultó muy difícil, por lo que lo dejó y aceptó la sugerencia de Eric. Además, era verdad, desnuda estaba buenísima, tanto que decidió gozar de los placeres que le ofrecía su cuerpo antes de volver con Eric.

 

Cuando volvió Eric estaba blanco y parecía que le habían robado el alma.

 

- ¿Qué te pasa?- preguntó, asustada, Astarté.

 

- Mira.

 

Orome estaba desnudo en el suelo. No tenía miembro viril. O bien se lo había arrancado Shirley, o bien no lo había tenido nunca. Además, descubrieron en el pecho una cinta aislante, que disimulaba un par de pechos que ni la Sabrina. Era una tía con barba.

 

- Ahora lo entiendo todo- dijo Astarté- ¿Sabes por qué te saqué el otro día de la habitación de la posada?

 

- Porque tenía que ser fiel a mi prometida y no debía ponerle los cuernos.

 

- Anda ya, entonces no te habría dejado hacerme el amor. Además, ella ya se habrá tirado al mago. ¿No te sonaba de algo la cara de la hija del posadero?

 

- Pues, ahora que lo dices...

 

- ¡Coño, que era la Be Nen Oh!

 

- ¡Ah, sí! ¡Ya decía yo que la había visto en algún sitio! Ahora me explico como lo hicieron el otro día.

 

- Claro, él gozaba y ella penetraba.

 

- ¡Buaj! ¡Me da asco!- y sin querer vomitó encima de Orome.

 

- Ahora sí que no lo enterramos, me da un puto asco de la ostia.- y ella también vomitó sobre él.

 

- Bueno, entonces lo dejamos aquí.

 

- Espera, Eric, quitémosle las joyas, que deben valer el copón.

 

- Vale, yo me quedo con el martillo.

 

- Jo, con lo que mola.

 

- A cambio te dejo quemarlo.

 

- Tranqui tron. Lo haremos los dos juntos.

 

- De acuerdo, pero antes déjame darle unas patadas.

 

Dicho esto le dieron una paliza de impresión. Cuando se aburrieron y se disponían a prenderlo, se fijaron en que el cadáver respiraba.

 

- Tú, colega, que está vivo- dijo Astarté, sorprendida.

 

En efecto, el mordisco de Shirley había seccionado el cuello y la garganta, pero no había atravesado la médula espinal y el cerebro seguía mandando información al resto del cuerpo. Estaba en coma. Decidieron dejarlo allí hasta que se recuperara y ya les alcanzaría. Le dejaron una nota, para que no se perdiera.

 

 

Después de todo eso Eric y Astarté se vistieron y continuaron el camino para llegar al castillo de Travolti. De pronto, mientras caminaban por el sendero oyeron una voz que decía: "Firmad y pasad, firmad y pasad. Vamos, vamos, no se escribe" mientras chasqueaba los dedos.

 

CAPÍTULO 6: LA CARAVANA DE VÍRGENES

CAPÍTULO VI.

 

 

La mañana era extraña. Orome caminaba con un paso ligero pero Astarté y Eric avanzaban pesadamente. No sabían por qué, pero estaban intranquilos. Incluso el aire parecía raro. Por si fuera poco, en un momento dado el primero salió corriendo inesperadamente. Eric y Astarté se miraron con los ojos como ollas. Parecía que les había abandonado. Los problemas empezaban pronto: ¿Sería Orome un espía? Sus dudas desaparecieron cuando al doblar una esquina le encontraron en compañía de dos hombres que transportaban cebada en un carro.

 

- ¡Vamos, ellos nos llevarán!

 

Eric pronto imaginó como Orome había logrado tan cortés oferta. La cara de terror de uno de ellos mostraba que la conversación no había sido amistosa, o bien que Orome le había ofrecido para beber el líquido que transportaba en la calavera que días antes se agenciara. Sin embargo la actitud del segundo hombre parecía diferente. Miraba a sus nuevos compañeros con cierto misterio. La atmósfera entera mostraba esa misma cara misteriosa que tanto intranquilizaba a Eric. El carro se puso en marcha.

 

- ¿De donde vienen, forasteros?- preguntó el misterioso hombre, que decía llamarse Philemmon.

 

- De Amantis- dijo Eric a secas, como queriendo no revelar nada.

 

- ¿Encapuchados?- insistió Philemmon.

 

- No, gracias, no tengo hambre- concluyó Eric, sin entender la pregunta.

 

La noche se echó encima antes de lo esperado, de modo que los tres viajeros se despidieron de los hombres en una encrucijada y buscaron un claro en el bosque en el que poder encender una hoguera. Orome se sumió en un profundo sueño y Eric y Astarté, que no podían conciliarlo, se quedaron despiertos escuchando el partido de la Supercopa.

 

- ¿Como supiste quién era el asesino de Apolo, Eric?- preguntó Astarté.

 

- Porque estuvo en el pueblo. ¿Recuerdas el mensajero de E´Othraim? Pues se le cayó esto...- Mostró el anillo ardiente, que no había podido evitar recoger en una bolsita el día del asesinato de Apolo.

 

- ¿Y qué?

 

- Pero, ¿es qué no ves lo que pone?

 

- Sí, Ruibok. ¿Y qué?

 

- Vamos a ver... ¿Quién es el tipo más pijo que conoces?- inquirió, impaciente, Eric.

 

- Tú.

 

- Bueno, sí, pero el caso es que Travolti es el único que lleva anillos de marca, así que cuando lo encontremos le mataremos y volveremos a Amantis, ¿vale, puta borde?

 

- Amantis...- musitó Astarté mientras una lagrima que Eric no apercibió resbalaba por su mejilla.

 

-¿Ocurre algo?- preguntó Eric, sobresaltado, al ver la triste expresión de la muchacha.

 

- Eric, hay algo que debes saber: Osasuna va perdiendo- entonces Orome, que lo oyó entre sueños, prorrumpió en insultos contra el técnico rojillo que tuvo la idea de echar a Moisés.

 

- Dime, Astarté, ¿sabes algo de esos encapuchados de los que habló Philemmon?

 

- Me parece que eso también deberías saberlo, Eric- y comenzó un largo relato- Verás: hará mes y medio, Arteniaín desapareció y al día siguiente tres extraños magos cuya insignia era una estrella...

 

- ¿Los Reyes Magos?

 

- ¡Cállate, bobo!- dijo Astarté después de que sus cinco dedos formasen otra estrella en la cara de Eric- Como decía: tres extraños magos cuya insignia era una estrella de nueve puntas y media aparecieron rodeados de un ejercito de orcos y wargos y sometieron la aldea.

 

- ¿No os defendisteis?

 

- Fue difícil, ya que todos estábamos en el templo de Thor esperando a que volvieses para seguir el bodorrio, y ya sabes que en presencia de un dios no se puede pegar uno con nadie. Como habías dicho que volverías en seguida...

 

Quince minutos más tarde, una vez que Astarté hubo reanimado al impactado Eric (bastó con un par de lametones), se reanudó la conversación.

 

- ¡Mes y medio esperando!- comenzó a gritar el pobre chaval, y esta vez fue él el que hizo fosilizar sus cinco dedos en la mejilla de su interlocutora.

 

- Bueno, bueno, tranquilo- dijo ella, hablando con gran dificultad y considerando que estaban en paz - Ahorraré detalles sin importancia. El caso es que todas las vírgenes fueron llevadas a Morder como tributo a no sé quién. Zintia está allí también. Yo, sin embargo, conseguí escapar en la Revolución de los Encapuchados, dirigida por Rosanis. Conseguimos llegar a una aldea rodeada de romanox, donde Asteris nos ofreció recompensas si lográbamos dar caza a un tal Eric.

 

- O sea, que no me seguiste por orden de Zintia...

 

- Sí que lo hice. Ella fue quien posibilitó mi fuga. Te echa de menos. No te lo dije porque sé que hubieras vuelto a salvarla, y ella me dijo que lograra a toda costa que no detuvieras tu camino y arriesgaras en vano tu vida. Además quería ligarse a uno de los magos antes de que volvieras, y esto te lo digo como amiga.

 

- Rosanis tenía razón respecto a la escuela de magia, y Arteniaín se ha salido con la suya. Por cierto, ¿y Rosanis?

 

- Sigue a la caravana de las vírgenes hacia Morder, con los demás. Las últimas noticias que conseguí de ellos fueron que la caravana se detuvo en el castillo de Travolti, que es donde nos reuniremos con ellos e intentaremos liberarlas.

 

Eric se quedó pensativo. Astarté miraba a la Luna. Algo les decía que su camino no acabaría en el castillo de Travolti. Tampoco comprendían bien el poder del anillo y su relación con todo aquello, pero sí sabían que, tal como dijera el supuesto mensajero de E´Othraim, algo se movía en Morder. Mientras tanto, Eric miraba a Astarté, sus cabellos morenos, sus ojos del color de la Luna, sus mejillas calientes (sobre todo la de los cinco dedos). Sus miradas se cruzaron. Se acercaron. Se acercaron más, mucho más. De repente Eric se apartó bruscamente.

 

- ¿Qué ocurre?- preguntó Astarté- ¿Zintia?

 

- No, es que Osasuna acaba de empatar- Dicho esto apagó Ohnda Diex, se acercó de nuevo a Astarté, y comprobó lo infiel que puede llegar a ser un hombre prometido (y la otra también, no te pienses)- Sólo me queda una duda: ¿como escapaste?

 

- Es que Zintia y yo fuimos capturadas como vírgenes, así que mantuvimos una relación lésbica y ella me metió la mano en el conejo. Como ya no era virgen me tuvieron que soltar.

 

- ¿Ya no eres virgen? Entonces no te importará que...

 

- No, no me importa.

 

 

Orome abrió un ojo. Los otros dos dormían... ¿desnudos? Pero el había oído algo. Se puso en pie. Alguien había pintado en los cuerpos de Eric y Astarté sendas estrellas de nueve puntas y media. Miró en derredor y le pareció distinguir una silueta. Cerró los ojos, se concentró y sin abrirlos lanzó su mazo mágico. Una lluvia de vísceras le indicó que había dado en el blanco. Era Philemmon... o, bueno, ya no lo era. No despertó a los otros, pero a partir de entonces no permitió que el sueño lo dominara y pasó el resto de la noche agarrado a su mazo.

 

CAPITULO 5

CAPÍTULO V.

A la mañana siguiente, y ya de camino, Eric pidió a Astarté que le explicara cómo lo había encontrado y por qué estaba allí. Ella le respondió que lo había seguido por mandato de Zintia. Más tarde descubriría por qué Zintia quería que alguien estuviese con él. Andando por el camino el calor era agobiante. Dado que provenían de un clima extremadamente frío su ropa era de abrigo. Al final de cada jornada terminaban arrastrándose por el polvoriento camino convirtiendo sus ropas en harapos andrajosos. "¡Animo, Astarté!¡No hay dolor!", decía Eric a su compañera cada vez que la veía desfallecer.
Al final del tercer día oyeron el ruido de una pelea que provenía de unos cientos de metros por delante suya. Se asomaron y vieron a cinco soldados del tirano Jhonny Travolti. Los reconoció porque llevaban unos trajes chillones amarillos, rojos, rosas, azules, negros... Rodeaban a un gran guerrero que más bien parecía un arsenal. En sus anchas espaldas sobre la cota de malla negra llevaba un hacha de guerra y una espada a dos manos, y estaba "discutiendo" con los cinco guerreros con un mazo de guerra de mithril. Eric y Astarté se agazaparon tras un árbol y comenzaron a ver la pelea, disfrutando del espectáculo. El desconocido prosiguió su "discusión". Manejaba la espada y el mazo con ambas manos con una precisión mortal.
Al primer soldado le asestó un golpe certero en el pecho y el cuello, le hundió la tráquea, y le rompió unas cuantas costillas que se le clavaron en los pulmones provocándole profundas heridas que se podían ver a simple vista. Quedó tendido en el suelo moribundo. Entonces dio un gran salto por encima del segundo mientras clavaba la espada en su estómago. Con cada centímetro que el bárbaro subía su tronco se iba abriendo y su vida se escapaba. Cuando aterrizó detrás suya, y para asegurarse le puso la espada con la parte plana en la cara y por detrás aplastaba su cráneo con el martillo de guerra.
Al tercero lo dejó con vida, pero le mutiló una pierna. Al cuarto le tiró su hacha y le alcanzó en toda la sien abriéndole una gran brecha de la que salía un líquido azulado verdoso mezclado con un tenue rojo.
El último soldado intentó escapar, pero en ese mismo momento arrojó el mazo que le impactó rompiéndole la columna vertebral y le traspasó arrancándole las vísceras que junto con el mazo fueron a incrustarse en el árbol tras el que se parapetaban Eric y Astarté. A pesar de eso, el bárbaro continuó su ataque y antes de que el cuerpo se desplomara le cortó la cabeza con un golpe preciso con la espada. Cogió el cráneo y se lo ató a la cintura (por si tenía sed a lo largo del día). Llamó a su mazo mágico forjado por los elfos de Mithril Hall y fue en busca del único testigo vivo suponía que quedaba. Tras desnudarla la colgó de otro árbol con dos ganchos de las cejas y comenzó el interrogatorio:
- ¿Quiénes sois y qué queríais?- preguntó el bárbaro.
- Somos..., eramos los Pauder Rainyers y estábamos bajo las órdenes de Jhonny Travolti.
- ¿Qué quiere de mí ese cabrón asqueroso de Travolti?
- Quiere tu cabeza sobre tu mesa- contestó lo que quedaba de la mujer. Tenía la cara desfigurada por las piedras del suelo. Por esto y por las numerosas heridas de su cara le corría un hilillo de sangre que se perdía entre sus senos; tenía el resto del cuerpo lleno de moratones y en la entrepierna una gran mancha rojiza como si estuviera escocida. Al ser preguntada contestó que fue por la última noche, en la que había tenido que sobornar al posadero para que los dejase alojarse. El bárbaro le preguntó:
- ¿Donde puedo encontrar esa posada y al ratero de Travolti?
- La posada a medio día de camino desde aquí y a Travolti en su castillo a treinta y cinco kilómetros.
Dicho esto Orome sacó una pequeña estatuilla de una pantera. En ese momento apareció una pantera de fuego que vino de otra dimensión y destripó a la Pink Rainyer, dejando el cuerpo irreconocible, rugió y volvió a su dimensión hasta que sus servicios volvieran a ser requeridos.
Todo parecía haber concluído. Entonces observó movimiento. Eran Eric y Astarté. Eric se acercó a él en son de paz y le dijo:
- Hemos oído tu conversación con esa zorra y he podido comprobar que te diriges en nuestra misma dirección. Propongo que vayamos juntos para defendernos mutuamente de los peligros.
- Estoy de acuerdo- respondió Orome- pero no sé ni quién eres tú ni quién es la torda que te acompaña. Nadie me asegura que no seáis espías de Travolti. Así que al menor movimiento sospechoso os desollaré vivos.
- (¡Qué miedo!¡Estoy temblando!)- susurró Eric a la oreja de Astarté- (¿Quién se habrá creído que es este puto guay de mierda?¿De la ESO o qué?)
Después de lanzar su advertencia Orome cogió el cráneo de su quinta víctima, lo desolló y le quitó la parte superior del hueso. Vació su contenido pisándolo y revolviendo las tripas de los héroes.
- No nos has dicho tu nombre- comentó Eric- Nosotros somos Eric y Astarté, de Amantis.
- Yo soy Orome, de Khazad-dûm.
Sin más incidentes que dos cuellos rotos terminaron el viaje hasta la posada. Una vez allí el posadero insistió en que no podían quedarse allí, que no tenía sitio para ellos y que tendrían que marcharse. Por eso fue por lo que los tres aventureros entraron en la taberna y comenzaron a "convencer" a los alojados para que les cedieran su habitación. Comenzaron por una "conversación" con un hombre raquítico, mal proporcionado, que se llamaba Po, Yo...po. Levantaron la mesa y se la partieron en las piernas. El agredido intento ahuecar el ala pero le fue imposible escapar, ya que, a pesar de la creencia popular, ni era tan habilidoso como Ronaldo, ni tenía tanta calidad como De La Pezna; sino más bien, la velocidad, los reflejos y la habilidad de una alcachofa. Con una mitad de la mesa Orome golpeaba la cabeza y con la otra Eric castigaba las piernas y la parte baja del cuerpo. Finalmente el tal Yopo quedó tendido con todos sus huesos rotos, convertido en una masa de carne informe e inerte. Muy poca gente advirtió la diferencia. Algunos comentaron: "Por fin mantendrá el pico cerrado". La gente no llegaba a entender por que había plumas en el aire en esos momentos.
Mientras tanto, Astarté utilizaba sus encantos para acercarse a un gigante al que clavó su daga en la garganta y destrozándole el cuello. El gigante cayó al suelo provocando un gran estruendo y aplastando a tres comensales. A otros les cayeron grandes pedazos de aparato digestivo del guerrero al que la pantera de Orome destrozaba en aquel instante instante. Al tratarse en su mayoría de nobles pijos huyeron aterrados. Así que los pocos que quedaban en la posada estaban muertos. El posadero estaba aterrado.
- Ahora ya hay sitio- dijo Eric.
El posadero asintió, les dio una habitación para todos y les permitió pasar la noche con su hija. Esta tendría unos veinte años, poseía una gran silueta, todas sus formas estaban bien proporcionadas, tenía una melena clara con unos profundos ojos verdes y les prometió una noche de diversión.
Cuando llegaron a la habitación ella se quitó ropa para estar más cómoda. Se quedó con un pequeño trozo de piel ajustado en la parte superior atado por una cuerda y que dejaba entrever aquella carne rosada de esas formas tan redondeadas y perfectas. Comenzó entonces una noche loca... jugando al parchís. Cuando ella comenzó a insinuarse a Eric y a Orome, Astarté sacó fuera de la habitación a Eric porque no podía fallarle a Zintia con la que estaba prometido. Así que se quedaron viviendo una noche de pasión Orome y la hija del posadero, que dijo llamarse Be.
He aquí el relato de Orome a Eric a la mañana siguiente: "Ella se me unió en un beso lleno de pasión, sentí el calor de su cuerpo al unirme a ella. Fue entonces cuando solté los cordeles de la parte superior de su ropa dejando al descubierto aquellos senos tan bien proporcionados, redondeados y rosados. Seguí descendiendo la lengua hasta llegar a su cintura. Fue entonces cuando puse mis dientes en aquella prenda y comencé a bajarla con suavidad mientras acariciaba sus nalgas. Su piel era suave y al tacto eran duras y excitantes. Seguí bajando hasta deshacerme de la prenda y ella me obligó a quedarme detenido con la lengua en su cintura. Cuando regresé a la posición normal ella me devolvió el favor con otro beso pasional. Ella, mientras, deslizaba sus suaves manos por mi espalda. Estaba muy excitado y, ya desnudo, se unió a mí carnalmente. Al principio estaba muy tenso por el placer, pero finalmente me proporcionó un inmenso placer, puse mis manos sobre sus senos y caí en una especie de éxtasis. Ya no recuerdo nada más hasta esta mañana".
- Mientras tú te divertías con esa muchacha- le dijo Eric- nosotros hemos estado investigando y tenemos que encontrar a un brujo llamado P. Rea en una masía. El nos permitirá llegar al mamón de Travolti sin dificultad.
Tras esta movida los tres exploradores se pusieron en camino hacia la masía.

CAPITULO 4

CAPÍTULO IV.

-Mi señor, alguien os busca- dijo Asteris a su amo y Dios, Jhonny Travolti.
- Supongo que habrás tomado las medidas oportunas y te habrás deshecho de él- respondió Jhonny.
- No pude hacerlo ya que mi aldea estaba de su parte. No encontré el momento adecuado, pero ya he mandado a un soldado de la muerte tras él. Es de fiar.
- Estupendo, y ahora no molestes, que estoy a punto de pasar de fase- dijo volviéndose hacia la pantalla de su megadrive.

Eric llevaba dos meses cabalgando y aun no había conseguido descubrir donde se encontraba la guarida de Jhonny. Había cabalgado día y noche bajo la lluvia y el Sol. Había atravesado pantanos, desiertos, montañas y glaciares. Durante todo ese tiempo no había encontrado una mísera posada ni un solo caminante. Se le había acabado el agua y las pilas del walkman. Lo único que lo animaba a seguir era su odio y sus deseos de venganza, así como el recuerdo de Zintia. En ese momento le pareció distinguir a alguien entre las ramas del frondoso bosque que atravesaba. Golpeó las riendas de su caballo y este murió en el acto, víctima del agotamiento. "Mierda" se dijo Eric "ahora, encima, tendré que andar". Echó una carrera y alcanzó al caminante.
- Disculpe, buen hombre...
El extraño llevaba una capucha y una gran mochila vacía. Al oír la voz de Eric se dio la vuelta y se quitó la capucha. Se encontró ante el rostro más bello que jamás había podido imaginar. Su pelo era negro como el jazmín, sus ojos azules como el cielo de verano, como lagos cristalinos en los que se podía ver reflejado. Su cuerpo delgado y perfectamente moldeado. Se trataba sin duda de la mujer más hermosa que jamás hubiera conocido Eric.
- Hola- le dijo la mujer.
- Hola- respondió, aturdido, Eric.
- ¿En que puedo ayudarte?- le preguntó.
- Esto,... yo,... verás,... estoy buscando a Jhonny Travolti. ¿Lo conoces?
- ¿A Jhonny Travolti?¿Ese malnacido? Sí, por desgracia lo conozco.
- ¿Donde está?
- Su castillo está a cosa de cuarenta kilómetros de aquí. ¿Para qué lo buscas?
- Para matarlo.
La desconocida no dijo nada. Lo miró con cara sorprendida y después le invitó a hospedarse en una posada propiedad de su tío. Dijo llamarse Shirley y le dio agua y comida. Llegaron al atardecer a la posada. No había nadie. Shirley explicó que su tío se iba siempre un par de semanas al mes a la playa a descansar. Shirley parecía muy contenta ante esta situación, lo que extraño a Eric, ya que su sonrisa parecía maléfica.
Cenaron juntos mientras Shirley le contaba alguna de las atrocidades que Travolti había cometido en la región. Una larga lista de violaciones, asesinatos, torturas y meteduras de dedos en los ojos. También se rumoreaba que sobornaba a jueces, árbitros y al CESID. Se decía que hacía todo esto por ser un cazarrecompensas pero la verdad es que lo hacía por crueldad. Eric, por su parte, le contó la historia de Apolo, ante lo que Shirley respondió: "eso no es nada. A mi hermano le colgó del techo por los pulgares de los pies y le fue arrancando con un cortaplumas cachitos de carne. Ahora guardamos lo que queda de él en una caja de zapatos".
Después de cenar bebieron algo de vino y se fueron a dormir. Pero Eric no conseguía conciliar el sueño. En parte por el alcohol y en parte por las cosas tan raras que le había contado Shirley. Además, no dejaba de pensar en esa mujer tan bella que acababa de conocer.
Al cabo de un rato Eric comenzó a conciliar el sueño. Justo en ese momento oyó como la puerta de su cuarto se abría. Se sobresaltó y rápidamente encendió la lamparilla de su mesa. Era Shirley. Eric se fijó en su camisón escotado y pudo adivinar las voluptuosas formas de su cuerpo a través de la tela semitransparente. No pudo evitarlo y le entraron enormes deseos de poseerla.
- No podía dormir- susurró sugestivamente Shirley- ¿Te importa que duerma contigo?
Eric se había quedado sin habla. Estaba extasiado ante la belleza que se encontraba delante suya. Por fin acertó a musitar un sí muy bajito.
- No tengas miedo- dijo Shirley, colocándose encima de Eric- Cierra los ojos y relájate.
Eric cerró los ojos y dejó que Shirley le proporcionara placer. Abrió un momento los ojos y vio que Shirley empuñaba un cuchillo de carnicero con el que se disponía a atravesar su pecho. Eric reaccionó rápidamente y consiguió evitar la puñalada. Después le propinó un puñetazo a Shirley dejándola semiinscociente. Utilizó su cinturón para atarle las manos a la cama. Una vez inmovilizada comenzó a interrogarla.
- ¡¿Quién eres?!- gritó- ¡¿Para quién trabajas?! ¡Exijo una explicación!
- Me mandó Asteris- respondió Shirley.
- ¿Qué? ¿Por qué iba a hacer algo así?.
- Cómo se puede ser tan bobo. Asteris es uno de los espías de Jhonny Travolti. Fuiste tan estúpido como para contarle a todo el mundo tus intenciones. No pensaste que igual no todo el mundo estaba de acuerdo con lo que pretendías hacer. Por eso vas a morir. Casi consigo acabar contigo ahora, pero la próxima vez no fallaré.
- ¡Cállate, zorra! ¡No habrá próxima vez!
- Eso es lo que tú te crees.
- ¿Donde está Jhonny?
- Ya te lo dije, su castillo está a cuarenta kilómetros de aquí al Norte. Pero nunca sobrevivirás si entras allí. El castillo está lleno de trampas y guardianes. Morirás. Nadie ha sido capaz de esquivar todas las trampas, vencer a todas las criaturas y encontrar el camino en el laberinto del demiurgo. Tú nunca conseguirías sobrevivir tú solo.
- En ese caso tú me acompañarás.
- ¡Jamás!¡Antes morir!
- Tranquila, de eso ya me ocuparé yo.
- Soy capaz de suicidarme con tal de evitar que pongas tus sucias manos sobre mí.
- Me gustaría verlo... pero no pienso privarme del placer de cortarte el cuello.
- Da igual, morirás de todos modos así que en el infierno me vengaré de ti. Sólo alcanzarías a Jhonny si encontraras el pasadizo de la roca...
- ¿Pasadizo?
- Huy.
- ¿Qué pasadizo?
- Creo que no debería haber dicho esto.
- ¿Qué pasadizo? ¡Habla de una vez, maldita puta!
- Jamás.
En ese momento Eric sintió un golpe en la cabeza y cayó al suelo. Debido a su ira no se había dado cuenta de que Asteris había entrado en la habitación con una llave inglesa del tamaño del Big Ben. La sangre empezó a manar de su cabeza.
- Lo ves- dijo Shirley- vas a morir.
Eric estaba atrapado. Asteris lo amenazaba con un cuchillo. No tenía escapatoria y estaba demasiado atontado como para intentar defenderse. Iba a morir como un imbécil. Nadie le podía salvar. Era el fin. Eric cerró los ojos y esperó a su inevitable final.
Oyó un golpe, un disparo y un aullido de dolor. Un cuerpo cayó al suelo y Shirley comenzó a gritar histérica. Entonces una voz familiar le dijo: "¡Eric!¡Eric!¿Estás bien?¡Eric, responde!". Eric no se lo podía creer. Abrió los ojos y comprobó que no soñaba. Sí, no había duda. Abrió la boca y exclamó:
- ¡Astarté! ¿Cómo?¿Qué?...
- Calla, tenemos que salir de aquí.- dijo ella- Asteris ha prendido fuego a toda la casa. Hay que darse el piro.
- ¡Esperad!- gritó Shirley- ¡No me podéis dejar así!
- Tiene razón- dijo Eric- Astarté, adelántate que ahora voy.
- Chachi piruli- contestó Astarté.
Eric se acercó a Shirley. Esta le miró con ojos esperanzados en un principio y aterrados después cuando vio la expresión diabólica de Eric.
- ¡Bueno! ¡Vamos a divertirnos un poco!- dijo Eric con una risa dantesca.
La violó, le arrancó los ojos con una cuchara y le hizo cosquillas en la planta de los pies. Después la dejo ahí para que se calcinara viva, asegurándose de que no pudiera escaparse, y se fue con los pies en polvorosa riendo como un loco.
Afuera le estaba esperando Astarté. Llegó hasta donde estaba ella y le preguntó sin creérselo todavía:
- ¿Pero de verdad eres tú?
- Sí.
- ¿Como demonios has llegado hasta aquí?
- Es una larga historia. Lo mejor es que durmamos un poco y mañana te lo contaré todo.
Y se fueron los dos juntos dejando tras de sí la casa en llamas.