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La Historia Paranoica

CAPÍTULO 27: LA ÚLTIMA GRAN BATALLA

CAPÍTULO XXVII.

 

Los dos rivales se miraban fijamente, frente a frente. Su mirada denotaba un odio irreconciliable. Eric sostenía fuertemente la Ensangrentada con ambas manos. Tarantizno sujetaba el tridente de Satanás con su mano derecha y lo dirigía hacia Eric, con mirada amenazadora. Así pasaron unos minutos, durante los cuales la tensión se podía respirar en el ambiente.
Por fin, Eric inició su ataque. Lanzó varios mandobles contra Tarantizno, que los detuvo sin mayores complicaciones con su tridente.
- Te voy a matar- amenazó Eric.
- Qué pahnq eres- respondió, inmutable, Tarantizno.
- ¿Y qué esperabas?- dijo Eric mientras atacaba de nuevo.
Tarantizno esquivó los golpes y le dijo:
- No veo razón para que estés tan enfadado.
Eric lanzó una risa irónica y maliciosa. Con voz crispada por el odio se dirigió a Tarantizno con las siguientes expresiones:
- ¡¿Qué no?!¡Mataste a Apolo! - los golpes de ambas armas resonaban por toda la sala - ¡Por tu culpa murieron muchos amigos! - Eric evocó en su mente las imágenes de Orome, Algómedes, Ulmo, Rosanis y tantos otros.-¡Sometiste a mi pueblo a torturas y esclavitud!- la pelea resultaba estremecedora. Ninguno de ellos bajaba la guardia, un pequeño error podía costarles la vida.- ¡Secuestraste a todas las vírgenes de mi pueblo y... ¡Auch! - Tarantizno había alcanzado con su tridente la pierna de Eric, haciéndole una herida no demasiado profunda, de donde brotaba un hilillo de sangre. Eric se echó la mano a la herida y, jadeando,miró a Tarantizno, que reía despiadadamente.
- ¡Y te tirabas a mi novia, cabrón! - añadió Eric, fuera de sí.
Tarantizno seguía riendo, lo que Eric aprovechó para golpearle con el mango de su espada en la boca, rompiendole varios dientes. Tarantizno, después de escupir sangre, encías y polvo de dientes dijo:
- Sí, en efecto, yo me tiraba a Zintia. Pero yo no la obligué a nada. Ella no sentía nada por ti. Nunca sintió nada por ti. Nunca se hubiera liado contigo de no habérselo mandado yo.
- ¡Mientes!¡Ella fue mi gran amor, yo siempre la quise, ella fue la primera!
- ¿Ah, sí?- respondió Tarantizno, misteriosamente- ¿Y que pasó en invierno de hace seis años?¿Esa mujer que una noche llegó a tu casa en busca de refugio?
- ¿Cómo sabes tú eso?
- Me lo contó ella misma, por que ella era mi madre.
- Entonces, yo...
- Sí, tú eres mi padre.
Eric no se lo podía creer. Nuevamente el destino le jugaba una mala pasada. Cayó rodillas al suelo, y mirando al firmamento estrellado gritó desesperadamente:
- ¡¡¡Noooo!!!¡No puede ser!¡Nooo!
Ya una vez recuperado del shock, entró en razón, y se dio cuenta de que era imposible que Tarantizno fuera su hijo.
- Es un farol - le dijo - eres mucho mayor que yo. No puedes ser mi hijo.
- Te explicaré la historia. Mi madre era una mujer muy inteligente y ambiciosa. Quería que su dinastía llegara a dominar el mundo, y para ello creó un extraño ser perfecto, yo. El Dr Steiner, mediante su máquina de regresión y avance en el tiempo me transportó desde el futuro con mis planes para dominar el mundo mientras convivía con mi yo del presente.
- Entonces, ¿dónde está tu otro yo?
- Está en un extraño estado de crisálida alimentándose de la energía neutra de los seres de otros entes interdimensionales, a los que después de digerir sus partes vitales parasita hasta que caen descompuestos. De este modo cuando yo muera él estará preparado para digerirte, y continuar con mi obra.
- Sólo me ha quedado una duda: ¿Qué haces con los cuerpos descompuestos, te los comes, los utilizas para tus experimentos, o bien, los das para los pobres?
- Nada, simplemente los tengo como recuerdo en el frontal de mi cama, para tener dulces sueños.
- ¡Qué guay! ¿Me dejas quedarme con alguno?
- ¡¡Ahhh!!.. te compras.
La lucha continuó, Eric manejaba su espada, Tarantizno luchaba con su tridente. En esto Tarantizno dijo:
- Ahora viene una sorpresita, ¡Ja, je, ji, jo, ju !
Tras esto, y ante la mirada anonadada de Eric, pulsó el botón de un mando de distancia que llevaba en el bolsillo. Dos abismos se abrieron a ambos lados de los contendientes.
-¿Qué es esto?- exclamó, asustado, Eric.
-Un pequeño truco para que no me pegues más y yo si te pueda pegar- le respondió Tarantizno.
- ¿Y ahora que hago yo?
- Tienes dos opciones. O bien te unes a nosotros, o bien mueres en manos de tu propio hijo.
- No pienso morir.
- O eso, o unirte a mí. Juntos dominaremos el mundo, nadie podrá con nosotros- Tarantizno hablaba con tono lúgubre, pero sabiendo que tenía la batalla prácticamente ganada. Sólo le faltaba convencer a Eric, lo cual no le parecía demasiado complicado. Extendió su mano. Eric miraba al abismo, agarrado a la barandilla. No podía ver el fondo, lo cual resultaba muy impresionante. Parecía que aquel agujero llegara hasta el otro lado de la tierra y una vez allí continuara hasta el espacio exterior. Tarantizno habló nuevamente:
- Vamos, únete a mí,... papá.
- ¡¡¡Nooooo!!!
Dicho esto, y ante la sorpresa de Tarantizno, Eric saltó al vacío. Tarantizno, al verlo, puso cara de resignación y salió del "Salón de Destino".
La caída de Eric resultó muy larga. No sabía exactamente cómo, pero el caso es que no fue demasiado dolorosa. Al parecer, había atravesado una especie de barrera amortiguadora invisible. Solamente se encontraba un poco aturdido. Miró a su alrededor. Estaba en unos extraños laboratorios. Muchos seres con bata blanca trabajaban en diversos experimentos. Llevaban objetos y líquidos. Trajinaban con máquinas muy curiosas.
Se levantó y dio unos pocos pasos inseguros. Uno de los trabajadores, calvo, y mayor que los demás, parecía el supervisor de todas las tareas. El hombre en cuestión vio a Eric y se acercó rapidamente hacía él. Eric se dio cuenta de que sus intenciones no eran amistosas, por lo que con mucho esfuerzo, empuñó la Ensangrentada. Demasiado tarde. El científico le estaba apuntando con un arma.
- ¡Eric de Amantis!- exclamó- ¡Por fin nos conocemos!
- ¿Quién eres tú?
- Soy el Dr Steiner.
- ¿Y?
- Y trabajó para Tarantizno, soy el jefe del laboratorio que tienes a tu alrededor.
Eric volvió a echar una mirada al laboratorio. Se fijó en una especie de tanques de agua, en cuyo interior había unas mujeres. Fijándose un poco mejor se dio cuenta de que las conocía. La mayoría de ellas eran conciudadanas suyas. ¡Por fin había encontrado a las vírgenes de su pueblo!
- ¿Qué les has hecho a mis amigas?- preguntó Eric con tono amenazador.
- ¿Cómo? ¿No lo sabes? Chico, debes ser el único que aún no se ha enterado de los planes de Tarantizno.
- Déjate de rodeos y habla: ¿qué les estás haciendo?
- Es muy sencillo, mediante un proceso de mutación muy sotisficado las he transformado en bestias sanguinarias. Con ellas crearemos un ejército que destruya a la civilización para que comience la era Tarantizno.
- ¿Y por qué las vírgenes?
- El proceso de mutación precisa de la presencia de un órgano femenino llamado himen, que sólo se encuentra en las vírgenes.
- Ah.
Eric se dio cuenta de que tenía que idear rapidamente un plan para liberar a las vírgenes o aquel maquiavélico científico las convertiría en monstruos. Tenía que impedirlo. Mientras pensaba, el Dr Steiner seguía hablando sobre el experimento.
- ...y por eso, la reacción entre el anión acetato y el sodio de la sangre forma un precipitado en las venas, que, con la influencia del bromuro potásico activado por medio de catalizadores de contacto, con los que...
Mientras el Dr Steiner continuaba su interesante explicación sobre como convertir un ser aparentemente normal en un bicho asqueroso Eric se había ido recuperando del golpe y nuevamente se encontraba en plena forma. Empuñaba fuertemente su espada. El científico parecía distraído. Con un golpe seco y directo Eric le cortó el brazo con el que sostenía su revólver. Entonces, el Dr Steiner comenzó a gritar y aullar de dolor, mientras la sangre manaba a borbotones de su herida. Cayó al suelo y ahí se quedó, retorciéndose de dolor.
Eric actuó rapidamente. No tenía un segundo que perder. Tenía que salvar a todas las vírgenes antes de que alguien diera la alarma. Se acercó hacia el primer tanque, e intentó abrirlo. Fue en vano. Había que introducir una contraseña y Eric no tenía ni la más remota idea de cual podía ser. Se acercó al Dr Steiner y le preguntó, con tono amenazador:
- ¿Le importaría darme la contraseña de los tanques, o prefiere que le arrance, uno a uno, todos los órganos vitales de su cuerpo con un palillo?
- Uno...cinco...cinc...cinco...siet...siet...siet...- El pobre hombre balbuceaba números que Eric no podía entender.
En ese momento oyó un ruido delante suya. Levantó la vista y el terror se dibujó en su cara. En frente suya se había abierto una compuerta y había aparecido Tarantizno, armado con su tridente, y con los ojos inyectados en sangre. Se acercó a Eric y le propinó un golpe en la cara con el mango del tridente, haciéndole volar por los aires. Eric chocó de espaldas con una pared y cayó al suelo, donde se quedó tumbado, observando los acontecimientos. Tarantizno le estaba gritando al Dr Steiner.
- ¡Estúpido!¿Cómo te has dejado vencer por ese alfeñique?¡Has estado a punto de desbaratar todo el plan!¡Mereces morir!
Mientras Tarantizno le gritaba al científico este le pedía clemencia, cubriéndose la cabeza con la mano y el muñón. Sin embargo, Tarantizno no se la concedió, levantó el tridente, dispuesto a clavarselo en la cabeza, cuando una voz femenina se lo impidió.
-¡Alto!- gritó- ¿Qué crees que estás haciendo, hijo?
Eric reconoció esa voz al instante, aunque no era capaz de creérselo. Miró a la mujer que había hablado, pestañeó, se frotó los ojos, se golpeó la cabeza y se pellizcó para comprobar que no estaba soñando. No, no estaba soñando. Era Coral, la mujer de Apolo, la madre de Zintia, la tía de Astarté y, al parecer, la madre de Tarantizno. Ya nada encajaba en la mente de Eric. Se desmayó, aturdido. Cuando se despertó, Coral estaba delante suya. No debía haber pasado demasiado tiempo desde que perdiera el conocimiento. Aun estaba en el laboratorio y aun estaban allí Tarantizno y el Dr Steiner. Eric esperaba algún tipo de explicación, y la pidió.
- ¿Una explicación?- exclamó Coral - ¿Acaso no está todo suficientemente claro?¿Qué dudas tienes?
- La primera de todas: ¿eres tú la madre de Tarantizno y por tanto, la mujer con la que me acosté aquella noche?
- Sí, por supuesto- respondió Coral.
- Pero... no tenías esa cara, ni te parecías en nada, ni...
- Calla, todo tiene explicación. Mediante una fórmula del Dr Steiner cambié de apariencia durante esa noche, para así seducirte y tener un hijo tuyo que dominara el mundo.
- Entonces... Zintia es hermanastra de Tarantizno, ¿no?
- Sí.
- ¡Qué asco!
- Asco no, morbo.- replicó Tarantizno.
- Entonces eres tú la que has planeado todo esto, la que ha movido los hilos de nuestras vidas a lo largo de estos últimos meses. Tú eres la mente diabólica que desea dominar el mundo, y no te detendrás ante nada ni nadie hasta conseguirlo. Tú ayudaste a Zintia a matar a Apolo. Tú... tú... ¡no te saldrás con la tuya!
- Sí, sí, bla, bla, bla - interrumpió Coral- Muy bonito y emotivo, pero hablar no te servirá de nada. Fíjate bien, estás rodeado, encerrado en una fortaleza inexpugnable, y encima, estás desarmado.
Era verdad, había perdido la Ensangrentada. Durante su desmayo se la habían quitado. Era el fin. Pensó en Astarté, la única persona que lo había querido de verdad, a la que no había podido salvar. Metió la mano en el bolsillo y extrajo el bote en el que guardaba los pedacitos de Astarté. Lo miró por última vez. Después, se quitó el anillo, cuyo extraño poder nunca había alcanzado a comprender, y que quizá, en otras manos, hubiera podido servir de algo. Se sentía muy frustrado. Todos sus esfuerzos, todos sus asesinatos, todos sus sacrificios no habían servido para nada. Por lo menos intentaría salvar ese anillo. Lo metió en el bote, entre las vísceras. Con un último esfuerzo se levantó y lo lanzó, fuertemente, hacia el tragaluz que había en lo alto del techo. "No lo conseguirá" pensó Coral. Para su sorpresa, el bote subió y subió, atravesó el estrecho tragaluz de cristal, y cayó lejos del reino de Komer.
Coral estaba furiosa. Ese anillo habría sido una gran ayuda cara a sus intereses. Miró a Eric, y decidió que ya había sobrevivido bastante. Ella misma se acercó hasta Eric y comenzó a forcejear con él. Eric se resistía en vano. Esa mujer, además de despiadada, era muy fuerte. A Eric apenas le quedaban fuerzas y ya no gozaba de la protección del anillo. Tras unos pocos minutos de lucha infructuosa no aguantó más. Coral agujereó sus ojos con un punzón y después introdujo litros y litros de coagulante por los agujeros que había creado. Eric sentía como todas las venas y arterias de su cuerpo se obstruían. Su corazón dejó de latir. Murió. Su cuerpo sin vida se desplomó, y Coral se echó a reír.
- ¡Bravo!- gritó Tarantizno- ¡Ahora sí que nada nos detendrá!
- ¿"Nos"? - preguntó, sarcásticamente, Coral.
- Sí, claro, nos..., tú..., yo..., el doctor este..., los ejércitos...
Tarantizno intentaba explicarse, mientras Coral se le acercaba con mirada amenazadora y divertida. Entonces Tarantizno bajó la vista y se fijó en que el Dr Steiner había muerto desangrado. Cuando la volvió a levantar vio como su madre le había rodeado el cuello con una cuerda de acero.
- ¿Pero qué haces? - preguntó, histérico, Tarantizno- ¡Quítame esta cosa de encima!¡No! Ggggjj...
Coral había acabado con la vida de Tarantizno. Era necesario para llevar a cabo su maléfico plan. Llamó a uno de los múltiples esclavos que habían observado los acontecimientos y le mandó que llevara los tres cadáveres a la máquina de integración. Los esclavos obedecieron y pusieron en marcha dicha máquina. Al cabo de una rato, un nuevo ser, con la inteligencia del Dr Steiner, la fortaleza y crueldad de Tarantizno y la decisión y voluntad de Eric, se había formado. Coral lo miró entusiasmada. Su aspecto era intimidante. Era el perfecto general para los ejércitos que acababa de crear. Lo llamó Taranteric.
Después se acercó hasta la cámara donde la crisálida del Tarantizno del presente se encontraba, alimentándose.
- Come, hijo mío - susurró Coral - Aliméntate y crece, algún día serás el dueño del mundo.
Coral, una vez abandonada la cámara, volvió a los laboratorios. En las pantallas de los ordenadores podía ver como sus ejércitos conquistaban todo el mundo.
Nadie podría nunca acabar con el reinado de terror de Coral.
¿Nadie?

 

FIN

CAPÍTULO 26: EL CLARO DE LAS SORPRESAS

CAPÍTULO XXVI.

 

 

Ya llegando arriba, Eric adivinó que aquello era una trampa. Era un agujero real que habían hecho en su lecho. Fuera quien fuera el traidor, lo pagaría. Su plan estaba trazado. La escalada había sido tan larga que había hecho un montón de amigos. Del agujero salieron a una con Eric mil y pico topos, gusanos, culebras, fósiles, que tenían un hambre voraz. Eric les indicó la dirección en que se hallaba la salida y descansó un rato. Al salir afuera vio el espectáculo más cruento, sangriento y petrificante que jamás imaginara. Los bichos retozaban en las entrañas de toda criatura viviente y rasgaban todo tejido mientras devoraban todo órgano comestible (o sea, todos). De modo que Eric quedó solo. Entonces decidió que la visita había concluído, y dando media vuelta, se dirigió hacia el "Claro de las Sorpresas".

 

Eric alzó la vista. Se estaba poniendo nervioso. Sabía que en los proximos instantes todo acabaría, ya fuera para bien o para mal. El futuro de la existencia estaba en su mano. Pero tenía que darse prisa, pues la Ensangrentada estaba hambrienta y no tardaría en saciar sus necesidades. Eric echó la mirada atrás. Recordó todas sus ya pasadas aventuras, sus pruebas, sus batallas. Si ahora flaqueaba todo habría sido en vano. Por último miró a la Luna, que aun siendo de día resplandecía más que el sol. Se juró a sí mismo que esa no sería la última vez que la vería, y decidió que valía la pena morir para que el resto del mundo la contemplara.

 

El camino hacia el castillo era recto. Ya no había recovecos ni monstruos ni tuneles ni montañas ni nada. Solamente un camino recto al que llegaría nada más atravesar el claro en el que se hallaba. Entonces su cerebro envió mediante un nervio motor un estímulo a uno de sus músculos. Este se contrajo y se produjo el movimiento. Su pierna derecha avanzó un paso. Una vez que hubo dado el paso a escasa distancia de donde estaba Eric un elfo pasó a toda velocidad montado en su jaca, con tan mala suerte que tropezó con la pierna de Eric y cayó al suelo. El golpe fue mortal. Eric, inalterado, reparó en el hermoso animal que su fortuna le había brindado, así que lo montó, extrajo su espada, y se dispuso a reanudar la marcha.

 

Cuando el bicho empezó a moverse, ocurrió algo inesperado: un orco que vigilaba el claro chocó contra el único árbol que se hallaba en él y entró en coma profundo. Eric, algo aturdido por lo que acababa de ver y por la mueca de dolor que reflejaba el orco, desmontó y se acercó. Inmediatamente le llamó la atención el brillo de un extraño metal que lucía sobre el inerte cuerpo de la criatura. Vio que se trataba de una coraza muy parecida a la que recibiera él por su cumpleaños muchos años atrás y que había sido robada por un orco. Pensó un momento. Orco, coraza, cumpleaños, robo, Ensangrentada... Esta última palabra fue la que más sugerente le pareció. Después de una megamasacre con el pobre orco Eric había matado dos pájaros de un tiro: la Ensangrentada se había calmado de momento y tenía una armadura para la lucha.

 

Montó en su jaca con su armadura y su espada y volvió a gritarle para que se moviera. Entonces avanzó unos pasos. Bastaron tres o cuatro para que ocurriese algo insospechado: dos vikingos aparecieron cada uno por un lado del claro y se abalanzaron el uno sobre el otro. El choque fue tan violento como incompatible con la vida, de modo que dos cadáveres cerraban el paso a Eric. Eric desmontó. Se acercó. Uno de los dos cuerpos lucía un hermoso casco con dos cuernos. Eric se lo probó, con tanto entusiasmo que se lo puso al revés. "¡Aaaah!" - gritó al ver manar su sangre de dos agujeros que le dejaron sendas calvas. Luego se puso bien el casco y reparó en que existía una explicación para sus profundas heridas: los cuernos del casco eran de ciervo del norte. Pero el caso es que le quedaba muy bien. Se volvió hacia el otro cuerpo. No parecía que tuviera nada de valor. Al registrarlo Eric encontró una piedra de uranio que como no le servía de nada, se la dio de comer a su montura, la cual comenzó a desfigurarse hasta que se transformó en lo que parecía ser un Porxe 959´71 Cupé con frenos Ahíbaese y cinco puertas, a pagar en incómodos plazos. Eric sacó la calderilla que llevaba y pagó el primer plazo. El coche era suyo. Tomó las llaves y dio al contacto. Entonces, para sorpresa de Eric unos pedales de bicicleta con reflectantes asomaron bajo sus pies. Como de todas formas no tenía gasolina no le importó que le hubieran puesto ese accesorio al coche. Lo que sí le importó fue que al empujar el pedal y ponerlo en marcha cayeran al suelo las piezas grises metalizadas de la carrocería y quedará al descubierto el triciclo que ocultaban. Intentó perseguir al cobrador para reclamar, pero éste fue más rápido y no tardó en desaparecer tras unos arbustos. Entonces Eric pensó que valía la pena clamarse. A fin de cuentas el triciclo no era tan antiguo: tenía radio-caíste con occipital extraíble, barras laterales de protección, elevalunas hidráulico (el problema era que tenía que cargar con la central hidraúlica, incluidos el salto de agua y el pantano), y tenía un campo de tenis en la parte trasera. Vamos, que no estaba del todo mal.

 

Empezó a pedalear cuando, de repente, un mago que viajaba en una nube perdió el equilibrio y cayó sobre unas ramas secas que estaban dispuestas verticalmente y cuyas puntas eran impresionantes. El pobre mago perdió en la caída su sombrero de copa, que contenía toda su magia, y nada pudo hacer para evitar que las ya mencionadas y repito, impresionantes, puntas de rama penetraran sin remedio hasta hacer contacto con todos y cada uno de los órganos vitales de su cuerpo. El caso es que el sombrero de copa cayó a las manos de Eric. Primero se tomó la copa y luego procedió a examinar el sombrero por dentro. Allí encontró un escudo, tan bonito y reluciente que se lo quedó. A todo esto decidió abandonar el triciclo, pues le era muy molesto, y cuando encontró al cobrador le obligó a que le devolviera su jaca.

 

Cuando llegó al final del claro Eric poseía, aparte de su jaca, su espada, su armadura, su escudo y su casco un ayudante con su mula, una libreta para que éste apuntara los golpes que se anotara cada uno en la batalla, un libro sobre cómo acabar bien una historia, un pasaporte para la eternidad, una cubertería de plata rebañada en oro de ley (que era ilegal), un viaje de ida y vuelta para que visitara a su futurólogo particular, un pin de los caballeros del sobaco, un muñequito de la guerra de las nebulosas que decía: "Que la juerga te acompañe", el primer fascículo de una colección de mariposas escandinavas y una muestra real de titanio enriquecido con positrones. Realmente era su día de suerte. El claro quedó lleno de masas humanas y la Ensangrentada se empachó. Sin embargo, a la salida del claro estaba el típico mendigo gorroneando cosas y Eric le dio todo lo que había cogido a partir de la libreta.

 

Ahí estaba el camino. Sólo tenía que seguirlo y ya la suerte estaría echada. Aunque Eric no lo sabía, estaba frente a la puerta trasera del castillo. Por la puerta principal no dejaban de salir ejércitos que partían con la misión de destruir todo lo que se encontraran. Eric ignoraba que era ahora responsabilidad suya el acabar con el jefe de los ejércitos antes de que el mundo fuera destruido. A decir verdad, después del paso de Eric pocas cosas quedaban ya por destruir. Lo cierto es que sólo quedaba su aldea, que se preparaba bajo el mando del arrepentido Arteniain para defenderse hasta que le llegase la muerte o hasta que Eric lograra su propósito. Estaba, pues, a las puertas del triunfo o del fracaso, a un paso de la gloria y de la muerte, con un pie en el suelo y el otro tambaleándose sobre los infiernos.

 

¿Y Tarantizno? Tarantizno esperaba. Veía acercarse a Eric. Reconoció al rival que el destino le había hecho encontrar. No cerró ninguna puerta del castillo, no dejó ningún guardia. Lo que tenía que acontecer era entre Eric y él, nadie más. No tenía más arma que el poder que se decía que poseía y su tridente, legado del mismísimo Satanas. Eric tenía la Ensangrentada pero, ojo, tenía también el anillo, y eso hacía temblar a Tarantizno. Este preparó su caballo negro como la noche y salió al patio de su castillo, desde el cual le pareció ya oír el paso decidido del animal de montura de Eric. Este entró y fue recibido por Tarantizno. Ambos guardaron las formas y pasaron al interior del "Salón del Destino", que era el campo neutral de batalla homologado para estos casos.

 

Y se hizo la noche...

 

CAPÍTULO 25: EN EL POZO

CAPÍTULO XXV.

 

 

Cayendo como estaba, Eric decidió cuantificar las dimensiones del ostión que se iba a pegar si seguía en esa dirección (hacia el duro suelo). Se asustó cuando calculó la velocidad con que se iba a dar el guarrazo si su situación no cambiaba en cosa de media hora.

 

Pero como "no hay mal que por bien no venga", Eric concluyó que si se la pegaba la palmaba (siempre he dicho que este chico valía), así que decidió buscarle el lado positivo a la cosa: si la palmaba, se iría de este cerdo y asqueroso mundo (o por lo menos eso creía), todos sus problemas, todas las chorradas que unos cuantos escritores llevaban meses inventando para-contra él, todos sus enemigos desaparecerían y se acabarían para siempre. "Visto así, no suena nada mal lo de la megatoña", pensó Eric con su última neurona. Tan buena era la perspectiva de palmarla, que se puso de espaldas al suelo y empezó a soplar hacia arriba para llegar antes hasta un sólido que lo "frenara".

 

"Rectificar es de sabios", se dijo a sí mismo Eric. ¿Por qué? Pues para justificar de algún modo el miedo que tenía a morir: "Tengo que acabar con Tarantizno, tengo que volver a ocupar la posición de estrella que me corresponde". El caso es que Eric no se quería morir, así que se dio la vuelta y empezó a soplar para frenar su caída.

 

Cerebro no sé, pero pulmones no le faltan a este chico, así que en poco tiempo consiguió pararse, y ya que se había puesto, decidió seguir soplando para llegar hasta arriba, y entonces comenzó su ascensión. Pero, como ya hemos dicho, muy listo no era, así que no reparó en un saliente en la roca y se la pegó, quedando inconsciente y cayendo hasta el suelo. Fueron sólo cinco metros, pero suficientes para que Eric repasara todo el árbol familiar de la roca, llegando hasta su familiar más lejano, el "Big-bang". Tras este extenso repaso, se puso a escalar, ya que se le había pinchado un pulmón al caer y no podía subir soplando. Y mientras subía y subía pensaba: "¡Ya voy, Tarantizno, ya voy!".

CAPÍTULO 24: ENTRENANDO LA ENSANGRENTADA

CAPÍTULO XXIV.

 

 

Allí estaba Eric, con la mirada puesta en el valle, con un montón de piedras de uranio alrededor. Debido a su acción en ese valle se había creado un extraño doble interdimensional y estaba donde nunca estaría y nunca llegaría al castillo de Tarantizno por el camino del valle, pero eso no lo sabía Eric.

 

Comenzó a bajar por la ladera, cuando notó que nada le sujetaba al suelo, y que un vacío infinito se había abierto en el suelo, por el que comenzó a deslizarse. Se trataba de una especie de embudo dimensional que desmolecularizó a Eric, el cual quedó reducido a una mínima línea de partículas. Finalmente volvió a ser el mismo, lo habían remolecularizado, pero lo habían hecho a diez metros del suelo: "¡Aaaaaah!" gritó Eric mientras caía. Cuando llegó al suelo lo noto algo durillo. Vio a unos extraños seres que se reían mientras se arrancaban unos a otros los brazos y las piernas. A su lado apareció un extraño individuo que vestía completamente de negro. Decidió que lo mataría más tarde. El hombrecillo lo acompañó en su camino.

 

Por el camino encontrarón un mendigo que debido a una paliza de las gentes del pueblo había quedado tetraplejico y arrastraba las piernas, andando con los brazos. La piel de las piernas no existía, los músculos se le estaban pudriendo así que decidieron poner fin a su sufrimiento, para lo que tuvo que sufrir primero un poquito más de lo normal. Eric manejaba la Ensangrentada en círculos. Cuando el mendigo alzó la mano y sus dedos se pusieron en contacto con el filo de la espada, éstos comenzaron a saltarle en pedazos. El extraño hombre vestido de negro sacó un báculo y apaleó a aquel desgraciado ente medio humano. Cuando Eric estaba llegando al codo el otro atacante golpeó en el abdomen a aquel ser que se dejo caer en el suelo y escupió una larva humana, que latía. Se podía ver con claridad todos los órganos a pesar del líquido rojo verdoso que lo cubría. La piel del cuerpo había quedado totalmente estrujada e inservible, arrugada, como pasada.

 

Entonces apareció otro ser totalmente amarillo con un báculo metálico en la mano. Con ese bastón intentó acabar con la larva antes de que desapareciera en el suelo. Esto, a la larva, no le hizo mucha gracia, por lo que comenzó a subir por el báculo hasta alcanzar el cuerpo y lo traspasó de lado a lado, subiendo por el brazo y siguiendo por todo el cuerpo. Eric, al oir los gritos de dolor y ver la cara de angustia del ser amarillo, comenzó a reírse hasta quedarse sin respiración. Entonces le explicaron que la larva se estaba alimentando de su cuerpo y de su alma y que no encontraría descanso ni en la muerte, y que, si no se alejaba del más aquí y volvía a su realidad, la larva le seguiría cuando se desarrollara. El aspecto consumido de aquel extraño cuerpo amarillo no le hizo mucha gracía a Eric, así que decidió salir de allí cuanto antes y matar a Tarantizno.

 

Junto con su nuevo compañero, llegaron a una ciudad, donde el hombre de negro se dedicó a buscar alojamiento. Mientras, Eric se quedó en una tabernucha, practicando su deporte favorito, la matanza en grupo. Se dedicó a desmembrar a gente, desencajar cráneos, comer ojos, cortar cabezas, arrancar tripas, etc... Cuando terminó con todo ser vivo de la taberna cogió un cuerpo decapitado y metió la mano por el hueco. Notó algo distinto a lo que sintió cuando hizo lo mismo con Zintia. Al principio no le dio importancia, pero al llegar a la altura del corazón cayó en la cuenta de su error. Algo le había mordido la mano. Al sacarla vio una pequeña cabeza monstruosa, acompañada de un cuerpo mezcla de gusano y araña, que intentaba arrancarle la mano, a la vez que absorbía su fuerza vital. Consiguió arrancarse aquel bicho asqueroso antes de quedarse manco y conjuró el fuego con su anillo para asarlo. Repitió este tratamiento con todos los cuerpos que parecían tener este parásito. Más tarde descubrió que era una costumbre del lugar enterrar a los muertos con aquellas craturas dentro para que se dedicaran a comer todos los órganos internos, para así, de este modo utilizar luego la piel para hacer botas. Eric, después de agenciarse varios pares de botas de este tejido tan especial, así como una chupa, también de piel humana, hizo una gran hoguera y se puso a cenar tripas humanas, plato que llevaba sin degustar desde que abandonó Amantis.

 

Cuando llegó a la posada donde le esperaba el extraño ermitaño vestido de negro, se metió a dormir. Entonces el colchón se hundió y comenzó a caer desde ochenta y cinco metros de altura a otra cueva mientras decía: "Ya caigo, ya caigoooo..."

 

CAPÍTULO 23: LA MUERTE DE ZINTIA

CAPÍTULO XXIII.

 

 

Tras siete horas, treinta y dos minutos y quince segundos de conversación absurda, durante los cuales sólo se dijeron monosílabos, Eric lo vio todo claro.

 

Comprendió que Zintia tenía que ser la traidora, la culpable de todo lo ocurrido, el enlace de Tarantizno. Todo encajaba. Justo unas horas antes de que Apolo muriese Zintia se enrrolló con Eric para ganarse su confianza. Ella mató a su padre, no sólo por orden de Tarantizno, sino porque en en realidad le odiaba, ya que no le dejaba ver las películas pornográficas de Kanal Pus. Se fue pronto a su casa aquella tarde, para preparar el asesinato, con la excusa de tener que ayudar a su madre a preparar la cena. Sin embargo, aquella noche encargaron una pizza. Por consiguiente, le mintió. Además, que Zintia matase a su padre explicaría el hecho de que llevara en sus manos una motosierra ensangrentada cuando fue a buscar a Eric aquella noche.

 

Eric también dedujo que Zintia no sólo era esclava de Tarantizno, sino que además era su amante. Por eso no había huido con Astarté cuando ella escapó del pueblo. Y por eso le brillaron los ojos de alegría y entusiasmo cuando él la dejo plantada en el altar. Eric nunca había conseguido justificar aquel brillo de un modo lógico. Nunca..., hasta entonces.

 

Finalmente, también comprendió que si Zintia estaba allí era por orden de Tarantizno, para distraerlo y hacerle perder el tiempo, mientras el concluía su pérfido y diabólico plan. También supuso que Zintia iba a matarlo, basándose, principalmente, en el bazooka multidireccional con mira telescópica con el que le apuntaba entre los ojos desde hacía unos minutos.

 

Eric reaccionó rápidamente. Desenvainó la Ensangrentada y la ensangrentó. De un solo golpe reventó la cabeza de Zintia, cuyo cuerpo, tras dar unos pasos tambaleantes, cayó desplomado sin vida.

 

Eric recogió los trocitos de Astarté en un tarro de cristal que encontró tirado por ahí y se lo guardó en el bolsillo con la esperanza de poder recomponerla algún día. Después decidió coger el bazooka, por si le resultaba de utilidad en el futuro, y se lo guardó en el bolsillo trasero del pantalón.

 

Lo que Eric no se imaginaba es que poco después de que abandonara la explanada donde había matado a Zintia, su cuerpo descabezado se iba a levantar y a perseguirlo para acabar con él.

 

 

Eric, ajeno a esta movida, se dirigía hacia el castillo de Tarantizno para acabar con esta historia en dos patadas. Pero las dificultades no habían acabado todavía. Frente a él apareció una silueta muy familiar.

 

- ¡Shirley! - exclamó Eric - pensé que no te volvería a ver.

 

- Es increible que hayas llegado tan lejos - le respondió Shirley - Jamás lo hubiera imaginado de un ser raquítico, patético y mononeuronal como tú.

 

- Ya ves, soy una caja de sorpresas.- replicó Eric - De hecho, tengo una sorpresita para ti.

 

- ¿Para mí? ¡Qué emoción! - dijo, en tono irónico, Shirley - ¡Nada te va a ayudar ahora, voy a acabar contigo de una vez por todas, y cuando lo haga, desearías no haberme conocido nunca! - añadió con voz amenazadora.

 

- Es que es un arma... - explicó Eric.

 

- ¿Un arma? Deja que me ría. ¿Qué es? ¿Un desparticularizador subgenerativo plasmático? ¿Un proyector de ondas gamma? ¿Un bazooka multidireccional con mira telescópica?

 

- ¡Bingo!

 

Y, dicho esto, Eric desenfundó su arma, apuntó y apretó el gatillo. El proyectil alcanzó su objetivo, el cual estalló y se fue por varias direcciones a la vez.

 

Eric dejó escapar un grito de euforia, que acabó convirtiéndose en uno de desesperación y terror cuando vio lo que estaba ocurriendo. Los pedazos de Shirley ardían y se juntaban para formar una masa incandescente. Riendo lugubremente, aquel ser de fuego lanzó varias bolas de esa misma naturaleza hacia Eric, alcanzándole de pleno, y dejándole algo quemado.

 

Cuando Eric ya pensaba que aquello era el fin, y Shirley se disponía a darle el tiro de gracia, algo pasó.

 

El cielo se oscureció. Un ruido, leve primero, ensoredecedor después, los abrumó. El suelo comenzó a temblar y ambos pudieron ver como un conjunto de luces de los más diversos colores se iba acercando más y más hasta ponerse a su altura, ocultando el firmamento de la vista de Eric. Un foco de luz descendió sobre Shirley. Esta lanzó un alarido escalofriante y Eric pudo observar que aquel aparato la estaba abduciendo. Shirley penetró en la nave y ésta se marchó a gran velocidad hacia su mundo.

 

Era prácticamente de noche. Eric se quedó mirando fijamente a las estrellas del cielo. "¡Vaya! Parece que ahí arriba, en Thor sabe que galaxia, hay amigos." pensó.

 

De pronto, oyó pasos tras él. Se dio la vuelta justo a tiempo para ver com un ser sin cabeza se abalanzaba sobre él, apretándole el cuello y ahogándole. La cara de Eric comenzó a amoratarse. Eric miró a su alrededor y vio... ¡una piedra de uranio! ¡Justo lo que necesitaba! Sin embargo... estaba fuera del alcance de su mano izquierda; por lo que se conformó con el canto rodado que tenía junto a su mano derecha y lo utilizó para golpear a Zintia en el estómago y quitársela de encima. Eric se incorporó y miró asqueado la aberración con la que había estado a punto de casarse. Estos pensamientos le hicieron estar a punto de desvanecerse, pero se recuperó. Zintia también se recuperó y volvió a atacar, pegando puñetazos y patadas a Eric, el cual intentaba en vano evitar los golpes. Entonces Eric pensó en un modo de matarla que no podía fallar. En el preciso instante en que Zintia levantaba la mano para golpear a Eric, éste alargó la mano y la metió por el agujero del cuello. Rebuscó, tropezando con tráqueas, faringes, y bichos variados, hasta que por fin encontró el corazón. Lo agarró fuertemente y tiró hacia fuera violentamente. Sujetó el corazón de la que antes hubiera sido su amante en alto. Todavía latía. Con su mano lo estrujo y se lo comió. Zintia murió en el acto. Eric también se la comió a ella, disfrutando de una relajante y merecida cena en su compañía.

 

Tras caminar unas pocas semanas por fin llegó a Komer, las tierras de Tarantizno. Ahí, a lo lejos, distinguía la silueta del castillo del tirano. Sin embargo, Eric, subido en una colina como estaba, tenía la impresión de que algo o alguien iba a retrasar nuevamente su venganza.

 

CAPÍTULO 22: REENCUENTRO CON ZINTIA

CAPÍTULO XXII.

 

 

Astarté cogió la piedra de uranio y, junto a Eric se enfrentaron a aquellos monstruos. Se limitaron a despedazar a aquella patrulla del infierno sirvientes de Tarantizno. De pronto Astarté tiró la piedra al suelo y comenzó a retorcerse de dolor.

 

- ¿Qué te pasa? - preguntó Eric.

 

- No sé. Me duele todo, no puedo moverme, siento... siento que me duplico, que explotó. ¡Eric! ¿Qué me está pasando...?

 

En ese instante se hizo un silencio tenebroso, horroroso, misterioso; Astarté explotó, se esparció y luego se condensó, se licuó y resucitó en forma de "o". Se había transformado en un círculo de un metro de diámetro, con dos ojos en lo más alto, un brazo a cada lado y una boca enorme.

 

- ¿Qué me ha pasado Eric?

 

De pronto surgió una voz que parecía venir del más aquí y comenzó a hablar: "Astarté, has caído en la maldición del uranio enriquecido ilegalmente con los fondos reservados para el desarrollo de la humanidad, el comercio y la sanidad en los países situados en el primer bisector de la zona norte del planeta, según la cual el que abuse de su utilidad lo condena a convertirse en un donut hasta que alguien, por amor verdadero, te quite la virginidad. Sólo entonces podrás recuperar tu forma original y ser normal".

 

- ¿De qué vas? Si yo ya no soy virgen - protestó Astarté.

 

"Huy, que putada..."

 

- ¡Alto! - exclamó Eric - Debe haber alguna solución para este problema.

 

"Bueno, puedes cambiar tu donut por otra acompañante hasta que pienses la forma de recuperarla".

 

Eric estuvo de acuerdo. Se oyó un gran estruendo y empezó a llover. De pronto un rayo cayó sobre Astarté despedazándola en mil pedazos, esparciéndose por todos lados. En su lugar apareció un montón de humo, de donde poco a poco se comenzó a vislumbrar una silueta. Era una silueta femenina de un metro sesenta y un cuerpo acojonante. Eric se estaba poniendo cachondo cuando el humo se disperso y pudo ver a la dueña de dicho cuerpo.

 

- ¡Zintia! ¿Qué haces aquí? ¿Cómo es posible? ¿Pero, cómo, esto... ¡Cuanto me alegro de verte! - dijo Eric, confundido.

 

- ¡Pues yo no! Jo, chico, con lo bien que me lo estaba pasando yo en el castillo de Tarantizno y ahora apareces tú y me chafas el plan. Mira que eres patas. Y pensar que estuve a punto de casarme contigo, mira que eres... ¡Pero mírate! ¡Todo músculo, nada de grasa! ¡Pero tú crees que me podría haber casado con un anabolizante! - replicó Zintia.

 

- Pero Zintia, yo..., sólo quiero vengar la muerte de tu padre - se defendió Eric.

 

- ¡Y a mi qué me importa ese viejo! - exclamó, ante la sorpresa de Eric, Zintia - Si gracias a su muerte he encontrado la libertad y el placer.

 

- ¡Oye! Que era tu padre.

 

- ¿Y?

 

- Pues...

 

- ¿Qué?

 

- ¡No!

 

- ¡Aaah!

 

- Pero aun y todo te vienes conmigo a matar a Tarantizno.

 

- ¡No, no y no! Yo no voy contigo ni al altar.

 

- Jo, Zintia, si nos ibamos a casar.

 

- ¿Te crees que no sé que te has estado tirando a Astarté, pedazo bobo cornudo?

 

- ¿Cornudo?

 

- ¿Tú?

 

- ¿Cómo?

 

- ¿Por qué?

 

- ¿Sí?

 

- Claro.

 

- Joe...

 

CAPÍTULO 21: EN BUSCA DE TARANTIZNO

CAPÍTULO XXI.

 

 

Astarté intentaba pensar, aunque sin llegar al extremo en que lo hacía Eric: "El Uranio provocará una reacción de combustión que hará que x moles de reactivos se transformen en x moles de productos... ¡A la mierda!" Viendo que no llegaba a nada concreto, Astarté decidió utilizar el uranio de una manera más contundente y efectiva: tras romperlo en pedazos de un simple puñetazo, comenzó a lanzárselo por partes a aquellas extrañas criaturas. Tal era su fuerza que Astarté acabó con ellas sin que Eric sufriera ningún daño físico, que no psíquico ya que debido a su estúpido machismo se sentía herido por el hecho de haber sido salvado por una mujer. Tras comprobar el alcance de su gesta, Astarté se creyó superior a cualquier ser humano y vociferó: ¡Cindy Schiffer ha muerto, viva la Übermädden!" Esta actitud prepotente enfadó a Eric, quien en un alarde de fuerza y autoridad exigió a Astarté que se retractara. Esta se sintió intimidada y obedeció como un corderito.

 

Tras esta estúpida conversación-situación que no les sirvió más que para perder el tiempo, Eric y Astarté emprendieron el camino a ritmo ligero pues no tenían un minuto que perder. Tras cuatro meses de larga marcha, mientras comían algo durante una de sus escasas paradas, ambos protagonistas se miraron a los ojos intentando buscar respuesta para una pregunta: ¡¡¡¿¿¿A dónde cojones vamos???!!! El shock que siguió a dicha situación es más que previsible: se estuvieron otros cuatro meses allí petrificados con cara de tontos. Cuando por fin se recuperaron, les fueron necesarios otros cuatro meses para encontrar la respuesta, pero al final lo consiguieron: ¡¡Sabían lo que querían!! (matar a Tarantizno, por si algún estúpido no se había dado cuenta todavía).

 

Con la autoestima por los suelos tras comprobar que la gente no iba a coña cuando les llamaba "tontos del culo", pero con la moral alta pues creían que saliendo victoriosos de esta situación pasarían a ser algo importante dentro de la jerarquía de la sociedad capital-social-comunista en que vivían (o algo por el estilo en lo que se imaginaban), se encaminaron, esta vez sí, hacia el castillo de Tarantizno.

 

Como tenían cuatro meses de marcha, pues aprovecharon para hacer cosas que siempre habían querido hacer pero para lo que nunca habían tenido tiempo, como contar el número de estrellas que hay en el firmamento o calcular la velocidad media en que crece el pelo a lo largo de la época estival, temas realmente apasionantes que preocupan a todo filósofo que se precie.

 

Inmersos como iban en sus "pensamientos", no se percataron de unas criaturas que allí había. Ellos seguían acercándose sin ser conscientes de nada. De repente, todas aquellas masas se abalanzaron sobre Eric, que sostuvo su espada con fuerza. Astarté contemplaba la escena horrorizada. Tenía que hacer algo. Miró a su alrededor. Allí vio... ¡una piedra de uranio! ¡Justo lo que necesitaba! La lucha estaba servida...

 

CAPÍTULO 20: LA MUERTE DE LOS MAGOS NEGROS

CAPÍTULO XX.

 

- Bueno, Eric. ¿Quieres contarme ya lo que ha pasado? - preguntó, ansiosa, Astarté.
- Todavía no lo sé exactamente. Espera, que piense...
- Eric, no lo hagas; recuerda lo que pasó la última vez que intentaste pensar, aquel día que querías saber por qué caemos hacia abajo. ¡Eric, no pienses!
Eric, haciendo caso omiso a Astarté, se puso a pensar. A los pocos segundos yacía inmovil en una de las mesas del local de Don Egal, tan pronto como se recompuso empezó a tartamudear:
- As... As... tarté, he... al... al... can... zado...
- ¿Qué has alcanzado? - chilló energeticamente Astarté - ¿A quién has alcanzado?
- He alcanzado el SUPREMO CONOCIMIENTO DE LA VERDAD - exclamó Eric triunfante, mientras Astarté intentaba en vano contener una sonora carcajada - No, espera, en serio, no es una broma. Mira, te lo explicaré todo: a lo largo de nuestra penosa existencia nos movemos en el espacio, en el tiempo, en lo absoluto, pero no en lo absoluto absoluto sino en lo absoluto relativo, es decir, existimos en uno de los muchos planos de posible realidad, que mientras sea una realidad de la que no se tenga conciencia no será realidad sino realidad alternativa. Lo que mi mente acaba de alcanzar es un conocimiento de varios planos reales simultáneos con lo que yo soy y no soy, existo y no existo, vivo y no vivo, real o alternativamente, de modo que todo es real, ya sea real real o real alternativo, según la consciencia de ello, ya te he dicho; consecuencia de ello es que todo se justificable y repochable         , pues todo es y no es. ¿Entiendes?
- Bueno, eemm..., ¿no voy a entender yo? Pues claro, hombre. Pero, ¿me quieres explicar entonces qué haces aquí y cómo has llegado?
- Pues mira, el caso es que..., o sea, que el conocimiento... y la verdad... y la relación causa-efecto, vamos, que ni puta idea - respondió Eric, apurado.
- Eric, no te lo voy a volver a repetir, así que pon atención: ¡NO VUELVAS A PENSAR!
- No, espera - interrumpió Eric - ya sé: me he deslizado por una línea que corta perpendicularmente a varios planos de realidad. Lo que no sé es qué o quién ha sido el causante de ello, pro ya me gustaría hacerle un par de preguntas.
- Adelante, pues - dijo una voz. Eric y Astarté se volvieron y comprobaron que ante ellos se encontraba un ser infernal.
- ¿Quién eres? - preguntó Eric.
- Me llaman Morthadello.
- ¡Hala!¡El compañero de Philemmon y de P. Rea! - dijo Astarté.
- Pero si Philemmon está muerto... - comentó Eric.
- Y P.Rea - añadió Mrthadello.
- ¿Y qué ha sido de él? - preguntaron a un tiempo Eric y su acompañante.
- Murió de pasión matemática por el universo. Por eso sus presos han sido liberados.
- Ah..., qué mal.
- Bueno, basta ya. Tú, el de los ojos blancos, pregúntame todo lo que quieras y luego muere - dijo refiriéndose a Eric.
- De acuerdo: ¿Dónde está Travolti? ¿Cómo se llegaba a su castillo? ¿Qué hacer? ¿A dónde ir? ¿No es verdad, ángel de amor, que en esta apartada orilla más clara la luna brilla y se respira mejor? ¿Qué es el ser? ¿Qué es la esencia? ¿Cómo quieres que te quiera si el que quiero que me quiera no me quiere como quiero que me quiera? ¿Cómo te va?  - concluyó Eric.
- Travolti está muerto. Su castillo nunca ha existido, se ocultaba en el túnel. Vengarte es lo que tienes que hacer. Al castillo de Tarantizno. No, no es verdad. Lo contrario del no ser. Buena esencia te voy a dar yo. Quiero que me quieras mucho. Bien, gracias. - concluyó el mago, que había tomado nota de las preguntas para no perderse - Bueno, ahora te mataré de la forma más horrible.
- No creo que tengas poder para ello - provocó Eric.
- Ah, ¿no? - Entonces el mago hizo brillar sus ojos, alzó sus manos, y pronunció con voz firme unas palabras incomprensibles en tono apocalíptico. Entonces un oscuro astro se interpuso entre ellos y el Sol. Un eclipse total sumió al mundo en tinieblas. Las motañas se resquebrajaron. Del fondo de los mares brotaron llamas de fuego helado. Rayos negros cayeron sobre los campos, cuyas flores se transformaron en horribles bestias destructoras. Se comprimió el espacio, y la naturaleza entera gimió de angustia. Cambió la trayectoria de los cometas. Las estrellas chocaron entre sí, y el movimiento rotatorio de los cuerpos celestes se invirtió. La bolsa de Madrid experimentó un bajón. El vacío se llenó. Las rectas se hicieron paralelas a sus perpendiculares, y las dimensiones se hicieron negativas. Y cuando todo esto hubo descompuesto el equilibrio del universo, Eric empezó a preguntarse si se había equivocado al decir que Morthadello no tenía poder.
- ¿Qué?¿Te convence? - preguntó el mago.
- No. Todavía no me has matado - exclamó Eric. Sus cabellos se movían por el viento y sus ojos refulgían. Era una imagen aterradora la de Eric erguido en el poder. Entonces dejó ver la vaina de la que extraería inmediatamente ... la Ensangrentada. Ya nada podía detenerle.
- Oh, impresionante. - dijo el mago, aburrido.- Au revoire, dijo Voltaire - dijo después. Acto seguido pronunció un conjuro y la tierra se cubrió de tiernas florecillas, mientras que de las montañas brotaban cientos de cabras guiadas por Jeidi y Pedro. El abuelito comía pan y queso. Marko encontró felizmente a su mamá y la abrazó, cubriéndola de besos. En la aldea del Ar-C los conejitos, los ositos y los corderitos convivían con el lobo, el áspid, la serpiente venenosa, el tigre de Vengaya, la hiena feroz, y hasta el Chiquito de la Descalza. El rey león vencía a los malos, cenicienta recibía contenta a su hada madrina, la sirenita conseguía ligarse al príncipe ese, Vambi jugaba en la nieve con el conejo Batería, Güili Fok llegaba a tiempo de cobrar la pasta de la apuesta, Alladino solucionaba con su lámpara los problemas de iluminación de todo el mundo y toda criatura y de toda lengua, raza, pueblo y nación se unieron agarrándose de las manos y cantando cánticos de alegría, paz, amor, felicidad, amistad, cordialidad, bienestar, salud, belleza, úlcera gastroduodenal, congestión nasal y todo eso...
- ¡¡¡¡Baaastaaaaaaaa!!!! - gritó Eric desgarrándose la piel de su cara - ¡¡¡¡Mátame... pero no de esta formaaaaaaa... !!!! - Eric sintió cómo sus fuerzas se desvanecían. Era lindo, se estaba muriendo, de nada servía luchar. Justo cuando iba a darse por vencido el astro que había provocado el eclipse estalló, y todos los conjuros desaparecieron instantáneamente. Eric, en un alarde de fuerza, levantó el cuello del suelo y vio que los tres magos blancos habían aparecido, destruyendo aquel astro de 9´5 puntas. Entonces se desvaneció extenuado.

 

- ¡Eric! ¡Vamos Eric! - gritaba Astarté.
- ¿Qué ha pasado?- preguntó Eric.
- Te lo has perdido - Entonces Astarté contó a Eric que había tenido lugar una gran batalla entre los magos, y que todos ellos sin excepción habían sucumbido.
- Entonces, la magia ha terminado... - dedujo inteligentemente Eric.
- Sí... Nunca volverá a haber magia. Hicimos bien en cerrar la escuela de la aldea.
- ¿Y los últimos alumnos? - sugirió Eric.
- Acaban de morir. Eran los magos blancos.
- ¡Ah, bueno!
- Y Travolti también, ya oíste lo que dijo el mago - añadió Astarté - podemos regresar a Amantis.
- ¡No! - gritó Eric.- Mi venganza no se ha cumplido. Ahora sé a quien tengo que derrotar. ¡ A Tarantizno! No volveré hasta hacerlo, hasta destruir la Era del Tirano, hasta vengar a Apolo de los Amraom. El mundo no será el mismo hasta que yo... - entonces quedó quieto. Unos extraños matraces humeantes se hallaban delante de sus narices. - ¡Astarté, aléjate! ¡La Ensangrentada quiere hacer honor a su nombre! ¡Algo raro pasa! - Astarté se alejó unos metros. Una espesa niebla cubrió todo el paisaje. Al disiparse, Eric se encontró rodeado de unas horrendas criaturas. Todo hacía presagiar que aquella iba a ser la segunda gran batalla del día.
De repente, todas aquellas masas se abalanzaron sobre Eric, que sostuvo su espada con fuerza. Astarté contemplaba la escena horrorizada. Tenía que hacer algo. Miró a su alrededor. Allí vio... ¡una piedra de uranio! ¡Justo lo que necesitaba! La lucha estaba servida...